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A mí se me encogió el corazón.

– Entonces, tenemos un parecido: el amor que sentimos por nuestros padres.

– Debéis explicarle a ClanFintan lo que ha ocurrido hoy, mi señora. Él podrá ayudaros. Confiad en él. Puede ser un aliado muy poderoso -me dijo Alanna, y me tomó de las manos-. A mi señora no le importaba nada que no le proporcionara placer, ni nadie que no pudiera manipular ni usar para su provecho -ella buscó mis ojos con los suyos, de un castaño claro-. Os parecéis a ella. Tenéis su fuego, su humor y su pasión, pero a causa de vuestro extraño mundo, y a causa de las elecciones diferentes que hicisteis a medida que crecíais, vos os habéis convertido en una mujer muy distinta a ella. No creo que vos seáis como ella. Tenéis un buen corazón. Por favor, mi señora, tened también más sabiduría. Recordad que vuestro padre aprobó el matrimonio con el Sumo Chamán. ClanFintan es fuerte y sabio, y sabrá cómo enmendar este horrible mal.

– Pide que lo llamen -le dije, y le apreté las manos. Ella sonrió y me acarició la mejilla antes de dar una palmada e indicarle a la ninfa que respondió que yo quería ver a ClanFintan.

– Gracias, amiga.

Su sonrisa cálida fue suficiente respuesta.

ClanFintan entró en la habitación y cerró la puerta, suavemente. Se acercó a mi cama y me tomó de la mano.

– Quiero ofreceros mi pésame. El MacCallan era un gran jefe, y un gran amigo. Todo Partholon conoce vuestro amor por él -dijo, y me apretó la mano antes de soltarme.

– Gracias -susurré yo. De repente, sentí frío en la mano, al perder su contacto.

– ¿Estáis lista para contarme lo que habéis presenciado?

– Sí -respondí, y erguí los hombros-. Mi sueño comenzó aquí. Subí hasta el techo, salí del edificio y visité a la preciosa yegua -dije. Alanna y ClanFintan sonrieron y asintieron, así que supuse que la yegua era real-. Después salí volando, disfrutando del brillo de la luna en el cielo nocturno.

– Sí, la luna llama -dijo él, en tono de nostalgia.

– Sí, bueno… -yo titubeé. ClanFintan me miraba con calidez, con bondad. Demonios, aquél no era momento para dejarse confundir por una cara bonita, o lo que fuera-. Bueno, me vi atraída hacia el mar. Y allí estaba el castillo, sobre el acantilado, irguiéndose ante el océano -él asintió-. Casi desde el principio, supe que ocurría algo malo, que la maldad estaba presente. No veía nada, pero lo sentía.

Él asintió de nuevo, para animarme a que continuara.

– Mientras intentaba encontrar el origen de mi premonición, miré hacia el bosque. De ahí provenía. Eran horribles -dije, con un estremecimiento-. Al principio pensé que el bosque estaba vivo, como si fuera una criatura de pesadilla. Se ondulaba, se elevaba. Entonces me di cuenta de que no era el bosque, sino esas cosas horribles que lo estaban atravesando. Tenían alas, pero parecían humanos.

– Fomorians -dijo ClanFintan, con incredulidad.

Antes de que pudiera preguntarle a qué se refería, Alanna me apretó el hombro a modo de advertencia. Yo la miré y vi que asentía para mostrar que estaba de acuerdo con la denominación que ClanFintan le había dado a aquellos seres abominables.

– Cuando entendí lo que estaba sucediendo, ellos invadieron el castillo. Mataron a todos los guardias y a todos sus habitantes -dije, y me tapé la cara con las manos-. Vi cómo mataban a mi padre.

– Lady Rhiannon -dijo ClanFintan, y su voz me devolvió al pasado-. ¿Podríais decirme cuántos eran?

– Muchísimos. Eran como una marea de insectos hambrientos. Devoraron a todo el mundo.

– Siento pediros esto, lady Rhiannon, pero necesito que me los describáis con detalle.

Yo carraspeé y tomé un sorbo de té antes de comenzar.

– Eran más altos que los hombres del castillo. Todos tenían alas muy grandes, negras, que les crecían de la espalda. No volaban, sino que usaban las alas para ayudarse a correr y a deslizarse. Se movían con mucha rapidez, mucho más rápidamente de lo que corre un hombre. Tenían los brazos y las piernas muy largos, y la piel de un color blanco como la leche. El pelo largo, y descolorido. Lo más horrible de todo era que parecían hombres. Si les quitas las alas y los vistes con ropa normal, podrían pasar por humanos.

– ¿Llevaban armas?

– Sólo los dientes y las garras. Antes de tomar el castillo por completo, se detuvieron a devorar vivos a los guardias -dije. Mi voz hueca no conseguía reflejar el horror que sentía por toda aquella crueldad.

– No lo creía hasta ahora -dijo ClanFintan, que comenzó a pasearse de un lado a otro pasándose los dedos entre el pelo-. Pensaba que las historias del pasado sobre los Fomorians eran sólo mitos, cuentos para asustar a los niños y que se portaran bien.

– No lo entiendo.

– Ya sabes esas historias -continuó explicando él, demasiado concentrado en sus pensamientos como para notar mi falta de conocimiento-. Las madres de Partholon siempre han contado a sus hijos cuentos sobre los demonios con alas que podían devorarlos, para que no se alejaran demasiado de casa.

– Ah, sí -fingí saber-. Pero no recuerdo toda la historia. ¿De dónde se supone que vienen?

– Vienen del otro lado de las Montañas Tier. Me parece que ninguna de las leyendas especificaba su origen.

– ¿Y qué les ocurrió?

– Los bardos cuentan que, hace mucho tiempo, las gentes de Partholon se alzaron contra ellos. Aunque ya por aquel entonces poseían una gran perversidad, eran pocos. Fueron vencidos, y los pocos que sobrevivieron fueron expulsados a las montañas de nuevo. Los habitantes de la zona construyeron entonces el Castillo de la Guardia, en un desfiladero, para protegerse de ellos -me contó, y después me miró con intensidad-. Sin embargo, siendo la Amada de Epona, pensaba que ya sabrías todo esto.

– Epona no trata con el mal -dije yo, y en cuanto las palabras salieron de mi boca, tuve la sensación intuitiva de que era cierto-. ¿Y por qué iba yo a preocuparme con leyendas que se usan para asustar a los niños? -pregunté, y miré a Alanna para pedirle ayuda-. Epona está demasiado ocupada para preocuparse de esas cosas.

Estaba completamente perdida. ¿Fomorians? ¿Partholon? ¿Las Montañas Tier?

– Quizá sea ése el motivo por el que la diosa os envió a presenciar el horror esta noche, mi señora -dijo Alanna con amabilidad, y me tomó de la mano-. ¿No es posible que Epona os estuviera previniendo de un mal para el que vos no estabais preparada? -preguntó, y miró a ClanFintan-. Quizá por eso la diosa decidiera esta unión. Epona sabía que su Amada no estaba preparada para enfrentarse a un mal así, y sabía que el Sumo Chamán estaría mejor informado sobre la leyenda, y más preparado para combatirla.

– Por supuesto. Gracias, Alanna -dije. Me había salvado el pellejo. Otra vez.

– Sí, eso tiene sentido -dijo ClanFintan. Gracias a Dios, estaba muy preocupado como para pensar demasiado. Y después de todo, caballo o no caballo, era un hombre. Y bueno, los hombres no pueden realizar muy bien varias tareas a la vez.

– Lo cual significa que Epona me estaba advirtiendo que este mal iba a llegar hasta aquí. Esas malditas cosas no se van a conformar con atacar el castillo de mi padre. Epona nos estaba diciendo que no estamos seguros.

– Sí, lady Rhiannon, esto es una advertencia muy poderosa sobre un peligro inminente. Con vuestro permiso, enviaré un aviso a los guerreros Fintan para que ayuden a la guardia a evacuar a la gente que vive entre el Castillo de MacCallan y este templo. Pueden venir aquí. Como sabéis, Epona quería que el templo fuera muy fácil de defender, y ellos estarán más seguros aquí. Supongo que habrá provisiones suficientes para atender un caso de emergencia.