Alanna asintió, y yo respiré con más facilidad.
– Bien. El Castillo de MacCallan está a dos días de distancia de aquí, a buena velocidad -dijo ClanFintan. Estaba paseándose de nuevo, completamente concentrado en sus cavilaciones-. Esperemos que los Fomorians se hayan detenido a disfrutar de su victoria y no comiencen inmediatamente su siguiente ataque. Eso nos daría tiempo para enviar refuerzos, reunir a los aldeanos y advertir a Partholon.
– Un momento…
– Perdonadme, lady Rhiannon. No quería hacerme cargo de vuestros deberes. Como vuestro marido, sólo deseo ayudaros a prepararlo todo para hacer frente a lo que os ha advertido Epona.
– Pero… ¿y mi padre?
– Lo siento, lady Rhiannon, pero ha muerto -dijo él, en tono suave.
– Ya lo sé. Recuerdo lo que he visto -respondí yo, y tuve que tomar otro sorbo de té-. Pero no lo vi morir de verdad -dije. ClanFintan y Alanna se miraron con preocupación-. ¿Y si todavía está vivo… y sufriendo? -tomé otro sorbo de té. No iba a volver a llorar.
– Lady Rhiannon… -la voz grave de ClanFintan era reconfortante-. Debéis entender que no ha podido sobrevivir.
– Sí… lo entiendo. Sé que debe de estar muerto. Pero… bueno, no puedo dejarlo a él, ni a los otros hombres, allí abandonados. Vosotros no visteis lo valientes que fueron.
– Por supuesto, lady Rhiannon. Eran guerreros muy valientes.
– Sí, y tenemos que enterrarlos.
Alanna me apretó el hombro de nuevo.
– Mi señora, no podéis ir al Castillo de MacCallan.
– Claro que puedo. Él ha dicho que sólo está a dos días de marcha, y… -en aquel momento, titubeé. Alanna sabía que yo sólo había estado allí en espíritu-. Bueno, he estado allí más veces.
Alanna y ClanFintan volvieron a mirarse con preocupación.
– Lady Rhiannon, no podéis correr semejante peligro -dijo él, y alzó una mano para detener mi protesta-. La gente buscará vuestra guía. Sois la Amada de Epona. Ahora, en especial, no debe ocurriros nada malo. En este momento, el mal se ha liberado sobre el mundo, y la gente buscará a Epona para conseguir estabilidad y guía.
– Y los guerreros, mi señora, tanto humanos como centauros, os mirarán a vos -dijo Alanna-. También sois la Encarnación de la Diosa de los guerreros. Para ellos, conocer la muerte de El MacCallan será un golpe muy duro. Si además saben que la Amada de Epona corre peligro, su espíritu guerrero sufrirá un gran desánimo.
– Pensad en lo mucho que sufriría vuestra gente si os hirieran, u os capturaran -añadió ClanFintan, tomándome de la mano.
– Pero… no puedo dejarlo allí abandonado -murmuré yo, entre lágrimas.
– Lady Rhiannon… -dijo ClanFintan-, pensad en lo que El MacCallan hubiera querido que hicierais.
Yo cerré los ojos. Por supuesto, mi padre no hubiera querido que yo me arriesgara. Sin embargo, aquello no era tan sencillo. Yo sentía la responsabilidad de una hija que quería a su padre. No podía escapar de ella, y tampoco quería hacerlo.
Sin embargo, Alanna y ClanFintan no iban a entenderlo.
Abrí los ojos.
– Lo que me decís tiene sentido -dije, con una sonrisa de aceptación.
Ellos se relajaron.
Entonces, yo fingí que estaba agotada.
– Oh, estoy muy cansada. ¿Ha amanecido ya?
– Mi señora, todavía no ha salido el sol -respondió Alanna.
– Descansad, lady Rhiannon. Yo enviaré a los guerreros para que comiencen a traer a las gentes al templo.
Entonces, me acarició brevemente la mejilla. Era muy mono.
– Estoy muy cansada -insistí, como si fuera Lana Turner, dejándome caer sobre las almohadas, tocándome la frente con la mano.
– Descansad, mi señora -dijo Alanna, mientras me arreglaba la ropa de la cama.
– Yo me ocuparé de los guerreros -dijo ClanFintan.
Hizo una reverencia sobre mi mano y después le dio la vuelta, dejando la palma hacia arriba. Yo abrí los ojos, y por un segundo temí que me mordiera de nuevo. Sin embargo, me miró a los ojos y me besó la palma de la mano. Dios, tenía los labios cálidos.
Y era muy, muy agradable. A mi padre le caería bien aquel tipo. A mi padre siempre le caían bien los tipos que eran capaces de mantenerme alerta.
Después, ClanFintan me soltó la mano y se marchó. Cuando estuvimos solas, Alanna me miró.
– ¿Os encontráis bien, mi señora?
– Sí, Alanna, muchas gracias. Creo que sólo tengo que descansar un rato. Han pasado muchas cosas -dije, mientras me acurrucaba en la cama-. Tú también tienes que dormir un poco. Vamos, yo estaré bien. Ve a descansar.
– ¿No queréis que pida un poco de vino caliente, o quizá que os cepille el pelo hasta que os durmáis?
– No, cariño, pero gracias. Sólo quiero dormir.
– Entonces, os dejo. Buenas noches, Shannon -por fin me tuteaba.
Cuando se dio la vuelta para alejarse, no pude evitar hacerle una pregunta que se me pasaba por la mente a menudo.
– Alanna, ¿alguna vez mencionó Rhiannon cómo iba a volver aquí, y cómo iba a volver yo allí?
– Dijo que eso no era posible. Sólo se puede sobrevivir una vez pasando la División. Lo siento, Shannon. Esto debe de ser muy difícil para ti.
– No te preocupes por eso. No es culpa tuya.
Me pregunté si ella podía oír desde su sitio los latidos de mi corazón. ¿No volver nunca a casa? Cerré los ojos con fuerza.
Oí que los pasos de Alanna se alejaban, y que la puerta de su habitación se cerraba suavemente. Entonces, me senté y me bebí el resto del té. Tenía que ir a un sitio a… bueno, a inhumar a unas personas. Y todo aquello de que me mantuviera a salvo podía valer para la señorita Rhiannon, pero yo era una chica diferente.
Y no iba a abandonar a mi padre.
Capítulo 6
Demonios, ojalá tuviera mi Mustang. La movilidad es uno de los puntales de la emancipación de la mujer. ¿Quién es capaz de someter a una mujer cuando ella puede meterse en un coche e irse a otra ciudad, Estado, hombre, trabajo?
Intenté pensar cómo iba a llegar a un castillo que estaba en algún lugar al noroeste de donde me encontraba, en mitad de la noche, con unos monstruos vampíricos sueltos por ahí. Sin coche.
En fin, lo primero que tenía que hacer era mirar el armario. No podía viajar vestida con pedazos de seda vaporosa. Como no tenía mi Mustang, lo mejor que tenía en realidad era un verdadero mustang. Alanna había dicho que mi sueño era realidad, así que aquella maravillosa yegua plateada debía de ser mía. Seguro que a ella no le importaba dar una vuelta a medianoche.
Me acerqué a unos armarios gigantescos que había en una de las paredes de la habitación, y di con la sección de deportes. Estaba llena de pantalones y de petos de cuero amarillo, con decoraciones celtas intrincadas. Al ponerme uno de los pantalones, se me escapó un jadeo. La prenda era suave y flexible, y se ajustaba perfectamente a mi cuerpo. Sí, Rhiannon debía de ser muy exigente. Iba a llevarse una sorpresa al mirar el precio de la ropa que había en mi armario, y el estado de mi guardarropa.
Después me puse uno de los petos, que se ataba con unas cintas de cuero por la espalda. Al mirarme al espejo, me di cuenta de que además de favorecer mucho, aquellas prendas estaban especialmente diseñadas para montar a caballo. Se movían con mi cuerpo, y proporcionaban un buen apoyo, del que Victoria’s Secret estaría orgullosa.
Revolviendo al fondo del armario, encontré un par de botas muy, muy buenas. Eran del mismo cuero que el traje, y tenían unas suelas gruesas, como las de un mocasín. Al ponérmelas, me di cuenta de que tenían una estrella de cinco puntas en cada una de las suelas. Cuando caminara, dejaría huellas de estrellas por todas partes. Vaya, ni siquiera Barbie tenía unas botas como aquéllas.