– ¿Por qué os marchasteis? -me preguntó ClanFintan, llamando mi atención de nuevo.
Yo tragué un pedazo de queso y tomé un poco de vino.
– Tenía que ir a ver a mi padre.
– Entonces, ¿por qué no me pedisteis que os acompañara?
– Yo… bueno… yo…
– Desde el principio he entendido que no deseabais nuestra unión -dijo él, y alzó una mano cuando yo intenté hablar de nuevo-. Y sé que no tenéis sentimientos de esposa hacia mí, pero yo he jurado que os protegería y os respetaría -añadió, y miró hacia el río-. Huir de mí ha sido un insulto que no merecía.
Oh, oh, yo no había pensado en aquello. Los hombres tienen su ego. Vaya.
– No estaba huyendo de vos.
– Entonces, ¿cómo lo describiríais? -me preguntó sin mirarme.
– Estaba haciendo lo que pensaba que tenía que hacer. Creía que no ibais a llevarme.
Él me miró entonces, con asombro.
– Sois la Amada de Epona, y mi esposa. Por supuesto que os acompañaría.
– Bueno, no queríais que viniera. Tampoco quería Alanna.
– Lady Rhiannon, por supuesto que ninguno queríamos que emprendierais un viaje tan doloroso y lleno de peligros, pero sois la Suma Sacerdotisa de Epona. ¿Alguna vez os ha sido negado algo?
Él estaba desconcertado, pasmado, y yo me di cuenta del error que había cometido. Bajé los ojos y comencé a juguetear con un hilillo de la manta.
– No lo he pensado bien. Sólo quería ocuparme de mi padre -alcé la vista y vi que la expresión de su rostro se relajaba un poco-. Lo siento. Debería haber acudido a vos.
Él pestañeó de la sorpresa. Era evidente que Rhiannon la Grande no se disculpaba a menudo.
– Os perdono. Me alegro de haberos encontrado sana y salva.
Yo miré a Epi, que estaba comiendo alegremente su grano, a pocos metros de mí.
– Sí, mi señora. Sólo necesita descansar, y podrá llevaros de nuevo en cualquier huida que planeéis.
– Pero si yo no…
Él estaba sonriendo. Ah, así que aquélla era su idea de una broma.
– No planeé nada. Por lo menos, no lo planeé bien.
– Exactamente -respondió ClanFintan, con una expresión petulante. Era muy mono.
– Siento haber causado tantos problemas.
– Ya está olvidado -dijo, mirándome fijamente, con los ojos brillantes por la luz del fuego.
Las llamas hacían cosas deliciosas con los atisbos de su pecho, que yo captaba cada vez que él se movía un poco y se le abría el chaleco de cuero.
Demonios, yo debía de tener hambre de algo más que de comida. Quizá se me estuviera contagiando el espíritu de Rhiannon. Me ocupé comiendo el bocadillo, intentando fingir que ClanFintan no me estaba escrutando desde el otro lado. No, estaba bastante segura de que no me apetecía saltar sobre el primer tipo, o caballo, que se me cruzara en el camino. Me sentía muy atraída por aquél en particular.
Cambié de tema.
– ¿La gente ya está acudiendo al templo?
Oh, bien elegido. ClanFintan dejó la caricia visual y se puso serio de nuevo.
– Sí. He enviado a algunos de vuestros guardias, además de mis centauros, a extender la noticia de lo que ha ocurrido y a reunir la gente en el Templo de Epona.
– ¿Y ha habido más señales de las criaturas?
– No. Se han enviado palomas mensajeras con advertencias para todos los jefes de los diferentes clanes, y para pedirles que informen de cualquier noticia sobre los Fomorians. Todos han respondido -dijo, e hizo una pausa-, salvo El MacCallan.
– ¿Creéis que esas criaturas todavía están en el Castillo de MacCallan?
– No lo sé, mi señora.
Yo miré mi bocadillo a medio comer.
– ¿Y todavía queréis llevarme, sabiendo que puede que están allí?
– Por espacio de un año, os acompañaré a todos los lugares que deseéis. Sólo tenéis que pedirlo -me dijo. Sus ojos se clavaron en los míos.
– Por deber -respondí yo. Y me di cuenta de que quería algo más que el deber, de él.
– Os lo he jurado -dijo, con su voz hipnotizadora.
– Entonces, voy a pedíroslo. Por favor, ¿me lleváis a enterrar a mi padre?
Mi voz sonó como un susurro, enronquecida por las emociones que estaba empezando a sentir.
– Sí, lady Rhiannon. Os llevaré y os protegeré.
– ¿Y estaréis cerca de mí? -añadí, sin poder evitarlo.
– Estaré tan cerca de vos como deseéis.
¡Oh, caramba, aquélla sí que era una respuesta significativa! Me pregunté cuál sería la etiqueta para pedirle que se transformara en hombre humano. ¿Era como excusarse para ir en busca de un preservativo?
El ruido de las cazuelas mientras las lavaban me sacó del dormitorio, y con mortificación, noté que me ponía colorada, y que ClanFintan registraba el rubor de mis mejillas. Entonces, él sonrió suavemente, y yo me alegré de ruborizarme con tanta facilidad. Dios, me sentía como una adolescente tonta.
– Debéis de estar cansada.
Bueno, había estado pensando en una cama, si eso contaba. Él sonrió como si pudiera leerme el pensamiento. Estoy segura de que me ruboricé otra vez.
– Descansad mientras yo les cuento nuestros planes a los centauros -dijo.
– Y… eh… ¿cuáles son nuestros planes?
– Os escoltaremos hasta el Castillo de MacCallan.
Eso era fácil.
– ¿Y Epi? Es decir, Epona.
Ella irguió las orejas en dirección a mí al oír su nombre, y yo le lancé unos besos.
– Dejaré aquí a dos centauros para que se queden con ella y esperen nuestro regreso. Para cuando volvamos, ya estará recuperada y podrá viajar, aunque posiblemente no podrá soportar vuestro peso.
– Entonces, ¿cómo voy a ir hasta el castillo y volver aquí? ¿Habéis traído caballos?
– No -dijo, con una gran sonrisa.
– Entonces, ¿tendré que caminar?
– No.
– Bueno, entonces, ¿cómo?
– Montaréis sobre mí.
Después de decírmelo, hizo una reverencia burlona y se dio la vuelta hacia la otra hoguera.
Por una vez, me había quedado sin palabras.
¿Montarlo a él? Bueno, yo ya sabía que mordía.
Ojalá no diera corcovos, además.
¿Cómo lo manejaría John Wayne?
Capítulo 8
El vino, la comida y el calor fueron mágicos, y cuando ClanFintan me puso la silla de Epi al lado para que la usara de almohada, yo apenas tuve tiempo de darle las gracias antes de quedarme dormida.
Tuve la sensación de que acababa de cerrar los ojos cuando me despertó el maravilloso olor de la carne frita. Me estiré, y al instante, me arrepentí de haberlo hecho. ¿Cómo era posible que me dolieran todos y cada uno de los músculos del cuerpo? Creo que me dolía incluso el pelo.
– Ahhh.
Ponerme en pie fue un asunto muy ruidoso. En mitad del acto de intentar enderezar mi cuerpo viejo, maltratado, cometí el error de alzar la vista, y me di cuenta de que había once pares de ojos de centauro clavados en mí, además del par de ojos de Epi. Los centauros se estaban divirtiendo a mi costa, y Epi me miraba con adoración.
– ¿Qué?
– Nada, mi señora…
Por lo menos, tuvieron la decencia de avergonzarse.
– Malditos hombres -murmuré entre dientes, y acaricié a Epi antes de dirigirme a la orilla del río.
Eché de menos tener un cepillo de dientes. Me costó un gran esfuerzo agacharme, pero me sentí un poco mejor después de haberme lavado la cara y haberme enjuagado la boca con agua fresca, y de haber usado el dedo como cepillo.
Me alejé hasta un punto escondido para hacer mis necesidades, y después volví hacia el grupo de centauros, que habían apagado la hoguera junto a la que yo había dormido y estaban agrupados alrededor de la otra. Uno de ellos, de color muy claro, me entregó otro bocadillo de carne y queso.