– Gracias -dije con gratitud, y él me hizo una pequeña y adorable reverencia. Aquellos chicos eran un cielo.
ClanFintan se acercó, y sus centauros hicieron sitio para que pudiera acomodarse a mi lado.
– ¿Cómo os encontráis esta mañana, mi señora? -me preguntó cortésmente.
– Me duele endemoniadamente el trasero.
El centauro de color claro estuvo a punto de atragantarse con el bocadillo, y los demás tuvieron repentinos ataques de tos. Yo les sonreí. Se quedaron aliviados, y me di cuenta de que me miraban con ojos nuevos. Siempre se me olvidaba que Rhiannon debía de ser una bruja.
ClanFintan me miró con los ojos brillantes.
– ¿Hay algo que pueda hacer para ayudaros?
Estaría bien un buen masaje en las nalgas, pero no quería decirlo frente a todo su rebaño.
– No, creo que no. A menos que podáis convertiros en mi cama y vuestras amigas puedan llevarnos al Castillo de MacCallan -dije, y miré inquisitivamente a sus hombres, incluyéndolos en la broma.
Ellos me correspondieron con unas carcajadas, y varios le dieron una palmada en el hombro a ClanFintan, como si quisieran decirle: «Ahí te ha pillado». Él aceptó con buen humor su tomadura de pelo. Sus risas me aceptaban como parte de ellos, y yo comencé a darme cuenta de lo que se había perdido Rhiannon por haber sido tan desagradable.
– Perdonadme, mi señora, pero no puedo tomar la forma de ningún objeto sin vida -dijo él.
– Os perdono, mi señor -respondí yo-. Sólo tenéis que ser suave conmigo durante el viaje.
– Y siempre -dijo él, y estiró el brazo para retirar un rizo rebelde de mi cara. Por encima de su hombro, yo vi que los centauros se miraban de manera cómplice.
Y me alegré mucho de que Rhiannon no hubiera causado un daño irreparable en todo aquello. Deseaba con todas mis fuerzas caerles bien. Y quería que su Sumo Chamán sintiera algo más que simpatía por mí. Aquéllos eran buenos chicos, caballos o lo que fuera, y su amistad era algo que me gustaría ganarme.
– ¿Podéis terminar vuestro desayuno mientras cabalgamos? Tenemos que ponernos en marcha.
– Sí -dije, y vacilé.
– ¿Ocurre algo?
Yo miré a mi yegua.
– Estoy preocupada por Epi.
– Ella estará descansando, cómodamente, hasta que volvamos.
– ¿Y estará a salvo?
– Todos nosotros daríamos nuestra vida por ella, o por vos.
Verdaderamente, lo decía muy serio. Yo no quería que nadie muriera por mi yegua ni por mí, pero su declaración me puso la carne de gallina, e hizo que recordara a John Wayne mientras dirigía a sus marines hacia el peligro.
No supe qué decir. Otra vez. Mis estudiantes estarían entusiasmados ante el hecho de que yo me hubiera quedado sin palabras dos veces en tan corto periodo de tiempo.
Me limité a asentir, y me acerqué a despedirme de Epi. Le di un beso rápido en el hocico y le dije:
– Pórtate bien mientras yo no esté.
Ella me pasó el hocico por el pelo un instante, y después volvió a pacer con satisfacción. Yo me sentí como una madre cuyo hijo de dos años se queda encantado en la guardería sin ella.
– ¿Lady Rhiannon? -la voz de ClanFintan tenía un matiz de impaciencia.
– Ya voy -dije.
Los centauros habían estado muy ocupados mientras yo dormía. Los ocho que venían con nosotros ya lo habían recogido y cargado todo, y estaban listos para partir. Creo que la noche anterior estaba demasiado oscuro como para que me diera cuenta de que cada uno llevaba un par de alforjas grandes en los costados, además de unas espadas típicas escocesas con aspecto de ser muy peligrosas, atadas a la espalda. Era desconcertante. De todos modos, la comida y las mantas habían salido de aquellas alforjas, y yo me pregunté qué otras cosas ricas habría dentro. ClanFintan estaba un poco apartado del resto del grupo, con el torso girado, mientras se ataba mi silla al lomo. Yo terminé mi desayuno de un bocado rápido.
Bueno, lo mejor era tomar al toro por los cuernos. Por decirlo de algún modo.
Al oír que yo me acercaba, él terminó de asegurar la cincha y sacó el estribo.
– ¿Lista?
– Claro.
Él se dispuso a ayudarme a montar, agarrándome firmemente del codo izquierdo.
– A la de tres… Uno… Dos… ¡Tres!
Y me alzó. En realidad, estuvo a punto de tirarme al otro lado. Era mucho más fuerte de lo que yo había pensado, o quizá yo fuera más ligera de lo que él pensaba, porque tuve que agarrarme a sus hombros para no caer.
– Oooof -dije con elegancia.
– Oh, lo siento -respondió él, aunque no parecía que lo sintiera mucho.
– Eh, no os preocupéis. No todos los caballos pueden ser tan fáciles de montar como Epi.
– Quizá os sorprendáis -dijo él, en tono burlón.
Yo me ocupé metiendo los pies por los estribos y fingí que no lo había oído. Me pareció oír que se reía suavemente.
– Entonces, ¿tengo que espolearos o chasquear con la lengua, o hacer algo para que os pongáis en marcha?
– Sólo debéis agarraros con fuerza a mí, y yo me ocuparé de lo demás.
Me despedí de Epi agitando la mano mientras él empezaba a caminar. Los demás centauros nos siguieron. Para hacer las maniobras de subida por la ribera hacia el camino, busqué unas riendas inexistentes. Aquello me recordó el primer dilema de montar a caballo sobre mi marido.
– Eh… ¿y a qué debo agarrarme, exactamente?
Él sonrió por encima de su hombro, mirando hacia atrás. Se lo estaba pasando muy bien con todo aquello.
– Poned las manos sobre mis hombros, o agarrad mi cintura. Lo que os resulte más cómodo.
Yo le tiré de la coleta.
– ¿Y qué os parece si me agarro de aquí?
Oí risitas ahogadas de los centauros que estaban más cerca de nosotros.
– Preferiría que no lo hicierais.
– No hay problema -respondí.
Una vez que subimos al camino, él comenzó un trote rápido. Yo apoyé las manos en sus hombros, disfrutando de la sensación que me producía el tocar sus músculos fuertes. Su paso era suave, confortable para el jinete, y yo me relajé y me deleité con la velocidad a la que recorríamos el bosque.
Me incliné hacia delante y le hablé al oído.
– ¿Cuánto tiempo podéis aguantar este ritmo?
– Un buen rato.
Me incliné un poco más hacia su oído, y apoyé contra su espalda las puntas de mis pechos. Para eso era mi marido.
– Esto habría agotado a Epi en menos de una hora.
Me encantó ver que a él se le ponía el vello de los brazos de punta cuando mi respiración le acarició el oído. O quizá fuera porque le estaba haciendo cosquillas en la espalda. Vaya, era muy sensible.
– Los centauros tenemos más resistencia que un caballo… o que un hombre.
Su voz se había hecho más grave, y yo noté una ráfaga de placer, como una corriente eléctrica, por la espalda.
– Me alegro de saberlo -le susurré al oído, y le apreté los hombros.
Decididamente, Rhiannon era tonta.
Capítulo 9
No tomamos el pequeño sendero que yo había estado siguiendo. En vez de eso, ClanFintan se alejó del río y atravesó los árboles hasta que llegamos a una carretera bien trazada. Al poco tiempo nos encontramos con una bifurcación, y tomamos el ramal del noroeste, que nos alejaba más del río. Aquélla debía de ser una ruta más rápida; por increíble que pudiera parecer, los centauros aprovecharon las buenas condiciones del camino y aceleraron la velocidad. ClanFintan y sus compañeros no se cansaban a medida que, con su galope, devoraban la distancia que nos separaba del castillo. El hecho de haber tenido que buscarme debía de haberlos retrasado.