– Entonces, lo rodearemos y entraremos desde el suroeste. Si todavía están en el castillo, quizá los deslumbre el sol de poniente, y eso oculte nuestra llegada.
ClanFintan les indicó a sus centauros que lo siguieran por el camino, y nos encaminamos hacia el sol. El olor a sal se intensificó, y pronto oímos el sonido del mar chocando contra la costa rocosa. Los robles y arces silenciosos fueron seguidos de pinos susurrantes, y me sorprendió percibir el olor a Navidad mezclado con la sal, y con algo más… algo que no conseguía identificar. Una fragancia extraña, pegajosa. Y, cuando los árboles dieron paso a las rocas, nos detuvimos. La costa se expandía ante nosotros hasta donde alcanzaba la vista, y al norte, el castillo aparecía erguido como un guardián pétreo, peligrosamente cerca del acantilado.
El sol iluminaba la fachada oeste del castillo, y convertía la piedra gris en plata resplandeciente. Se me cortó la respiración y tuve un súbito arrebato de emoción. Si hubiera nacido en aquel mundo, me habría criado en aquel castillo asombroso. Parpadeé y me dije que era el viento lo que me había llenado los ojos de lágrimas.
– Mi señor, mirad allí, en el terreno que rodea la entrada oeste -dijo uno de los centauros, en un tono adusto. Yo entorné los ojos y seguí la dirección que indicaba con el dedo. Había montones de escombros esparcidos en el exterior de la muralla, como si fueran sacos de grano o balas de heno o…
– Oh, Dios mío. Son cadáveres -dije con la voz temblorosa, y entendí qué era aquel olor indescriptible.
– Dougal, ve a ver si hay algún movimiento.
El centauro de pelaje blanco asintió y desapareció en el bosque.
– Connor, ve con él.
El centauro de color rojizo siguió a su compañero hacia el bosque, y desapareció también.
Después, ClanFintan se giró hacia mí.
– Lady Rhiannon, vos habéis dicho que esa noche percibisteis la presencia del mal antes de ver a las criaturas. ¿Sentís ahora lo mismo?
Yo miré fijamente hacia el castillo e intenté calmarme.
– No, no siento nada como lo de aquella noche.
– ¿Estáis segura, mi señora?
Cerré los ojos y me concentré. Después de unos instantes, respondí:
– Sí, estoy segura. Esa sensación es inconfundible, y ahora no la tengo.
Yo tenía las manos sobre sus hombros, y él me las apretó suavemente.
– Bien -dijo. Después se volvió hacia Dougal y Connor, que acababan de volver junto a nosotros-. Informad.
– Salvo por la presencia de los pájaros carroñeros, no hay movimiento. Y no hemos detectado tampoco olor a fuego -dijo Dougal.
– Lady Rhiannon no siente la presencia de las criaturas. Creo que podemos entrar en el castillo con seguridad -dijo ClanFintan, y se giró de nuevo hacia mí-: Señora, no tenéis por qué entrar al castillo. Si esperáis aquí, os traeré noticias de vuestro padre. Podéis confiar en que le rendiré todos los honores que se merece.
– Confío en ti, pero… tengo que hacer esto -dije yo. Tenía la boca completamente seca-. No será real hasta que lo vea por mí misma.
Él asintió lentamente, y sentí que suspiraba.
– Muy bien, adelante. Centauros, manteneos cerca. Permaneced alerta.
ClanFintan comenzó a trotar hacia el castillo con cuatro centauros a cada flanco. Yo me aferré con fuerza a sus hombros y me dije una y otra vez que podía hacerlo.
A medida que nos acercábamos al castillo, el viento comenzó a traernos más y más de aquel olor pegajoso. Al principio era algo ligeramente ácido, pero después se convirtió en un hedor insoportable, y yo tuve náuseas. De repente, la boca se me llenó de bilis.
– Intentad respirar por la boca. Eso ayuda -me dijo ClanFintan comprensivamente. Me pregunté por qué sabía tanto del olor de la muerte-. ¿Dónde estaba vuestro padre por última vez que lo visteis?
– A los pies de las escaleras que conducen a las barracas.
Se detuvo, y los centauros se detuvieron con nosotros.
– Lady Rhiannon, dejad que yo mire los cuerpos. Reconoceré a vuestro padre y os avisaré en cuanto lo encuentre. Sólo tenéis que aguantar. Cerrad los ojos, si es necesario.
– Estoy bien. Vamos a terminar con esto -dije, y aunque intentaba ser valiente, mi voz surgió temblorosa, débil.
Comenzamos a avanzar de nuevo. Pronto llegamos a los primeros cadáveres. A medida que nos acercábamos, unos cuantos pájaros negros echaron a volar, y yo aparté la vista de lo que llevaban en el pico. Los cuerpos estaban amontonados, varios en una zona, y otros a unos cuantos metros de nosotros. Entre tanto horror, había un pequeño consuelo en el hecho de que no estuvieran solos.
Observé a los centauros que caminaban a nuestro lado. Tenían una expresión indescifrable. Inspeccionaban a cada uno de los hombres meticulosamente, para asegurarse de que no había ninguno con vida. Recorrimos lentamente el perímetro sur de la muralla y llegamos a la entrada principal del castillo. Las enormes puertas de hierro estaban abiertas de par en par, y en la entrada se acumulaban cadáveres silenciosos y pájaros carroñeros.
– A las barracas -dijo ClanFintan, y su voz impasible resonó inquietantemente contra las murallas muertas mientras atravesábamos el portón, y después pasábamos bajo la entrada en forma de arco de la muralla interior, que conducía a un enorme patio de armas.
Aquello era como la pintura de una pesadilla de El Bosco. Los hombres yacían en charcos oscuros, secos, y sus cuerpos estaban retorcidos y petrificados en ángulos grotescos. Sin decir nada, ClanFintan giró hacia la izquierda, y los otros centauros nos siguieron lentamente, completando su tarea de comprobación de cada cuerpo. Entramos a un corredor en cuya pared se abrían varias puertas y ventanas alargadas. Los cascos de los caballos resonaron en las losas de piedra del suelo. Eso, y los graznidos de los pájaros carroñeros, eran los únicos sonidos que yo oía por encima de los latidos de mi corazón.
ClanFintan siguió caminando hasta que llegamos a una habitación que albergaba varias mesas de madera, y en la que había más cadáveres. Llegamos a un patio interior, mucho más pequeño que el primero, y que tenía varias entradas. Una de ellas era un tramo de escaleras de piedra muy empinado que llevaba a una sala grande, de techo bajo, comunicada con el tejado del castillo. Las barracas de las que habían salido los hombres al resto del castillo durante aquella infausta noche.
Aunque yo no lo hubiera reconocido después de mi visita de medianoche, los cuerpos a medio vestir que había por las escaleras y por el patio me habrían indicado dónde me encontraba. Y, en la esquina más lejana, a los pies de la escalera, había un único cuerpo. Aquel hombre no había muerto junto a un camarada que le guardara la espalda. Yacía sólo en un lecho de sangre propia, y a su alrededor no había nadie.
– Está allí -dije, y señalé su cuerpo.
ClanFintan asintió y caminó en aquella dirección.
Era mi padre. Yacía boca arriba, con el torso retorcido hacia el suelo. Tenía el brazo izquierdo bajo el cuerpo. Su brazo derecho estaba destrozado, y el hueso de la muñeca sobresalía entre la carne y la piel rasgada. Sin embargo, todavía sujetaba la espada con la mano. Su kilt estaba manchado de sangre reseca, ennegrecido, y hecho jirones. No podía ocultar los profundos cortes que había en su pecho y su espalda. Aparté los ojos de sus heridas y me concentré en su rostro apoyado en la tierra. Tenía los ojos cerrados y hundidos, y la piel gris y pálida de la muerte. Sin embargo, en sus labios no había un gesto crispado ni torturado. En vez de eso, en su rostro ensombrecido había paz, descanso, como si hubiera terminado un trabajo arduo y se hubiera echado a dormir merecidamente.
– ¿Por qué murió aquí solo? -me preguntó ClanFintan, con una tristeza igual a la mía.
– No estaba solo. Los hombres lucharon a su alrededor, pero él siguió resistiendo después de que todos los demás murieran. Mató a muchas criaturas, por eso está aquí solo y a su alrededor no hay nada salvo sangre. Es sangre de los monstruos. Ellos deben de haberse llevado a sus muertos.