Cerré los ojos de nuevo y me concentré en las cosas buenas de la vida, como los atardeceres. Se me pasó una imagen por delante de los ojos cerrados. Mi padre y yo estábamos sentados en las viejas sillas de hierro forjado del patio, con los pies apoyados sobre una piedra caliza plana que hacía las veces de taburete, porque era demasiado grande como para moverla. Era domingo por la noche, el domingo de la última semana antes del final del curso escolar, y hacía mucho calor para ser mayo. La brisa nos llevaba la fragancia dulce de los arbustos mariposa que papá había plantado alrededor del patio, dos años antes. Le dije que los míos no crecían tan bien como los suyos, y él me explicó que si los suyos prosperaban mejor era porque yo no les ponía suficiente estiércol de caballo.
Lo cual me hizo reír entonces, igual que me hizo reír en aquel momento. En el fondo de mi corazón sabía que él todavía estaba vivo.
En otro mundo, él todavía estaba vivo.
Noté frío en las mejillas, y me di cuenta de que las tenía llenas de lágrimas. Abrí los ojos y miré de nuevo hacia castillo.
El atardecer, que antes había coloreado el océano de una manera tan bella, se volvió oscuro y anunció el final de la tarde. Los reflejos rojos y naranjas tiñeron los muros superiores del castillo, y a través de las lágrimas, me pareció que el edificio adoptaba el aspecto de una bestia encorvada, todavía enrojecida por la matanza. Agité la cabeza y me sequé los ojos. Aquel mundo había pasado a ser mi realidad, pero la imagen malévola que había ante mí no tenía por qué definir mi nueva vida. Le di la espalda al castillo y me concentré en el mar y en el atardecer, respirando bocanadas profundas y purificadoras de aire nocturno.
Capítulo 10
El sol casi había desaparecido cuando, por fin, bajé de la roca y me acerqué al centauro, que me estaba esperando con inquietud.
– No pienses nunca que yo pueda hacer algo tan estúpido. No soy una perdedora.
– Por supuesto, mi señora -dijo él. Parecía que se avergonzaba de sí mismo. Verdaderamente era un muchacho, o caballo, o lo que fuera, muy mono.
– De todos modos, gracias por preocuparte.
Le sonreí, y él se ruborizó. Después miré al castillo. En el cielo sólo quedaba un resplandor débil del sol de poniente, y cada vez se veía menos, pero me pareció que todos los cadáveres estaban ya dentro de las murallas del castillo.
– ¿Crees que tardarán mucho más?
ClanFintan tenía razón; yo tampoco quería estar allí después de que oscureciera.
– No, mi señora. Terminarán pronto -Dougal también estaba mirando hacia castillo-. La mayoría de los cadáveres estaban cerca del patio y junto a la puerta principal.
Cuando dejó de hablar, yo me di cuenta de que del castillo surgía una voluta oscura.
– ¿Eso es humo?
– Sí, mi señora. Mirad, ya vuelven.
Yo vi a los centauros, iluminados ahora por las antorchas que portaban, justo fuera de las murallas del castillo. Mientras observaba, ellos lanzaron las antorchas hacia el interior del recinto, y el fuego anaranjado se reflejó en su pelaje. Vi que los siete se alejaban lentamente del castillo, caminando hacia atrás, y que inclinaban las cabezas al unísono para despedirse de los muertos. Después se volvieron como uno solo, y galoparon hacia nosotros.
Sentí un aleteo en el corazón cuando ClanFintan se acercó a mí. Tenía una expresión seria, como el resto de los centauros, pero sus ojos buscaron los míos, y juro que sentí el calor de su mirada mientras él recorría la distancia que nos separaba.
– Rhiannon, marchémonos de este lugar.
Me ofreció el brazo para que me agarrara. Los centauros apenas se detuvieron mientras él me alzaba hacia su lomo. Nos dirigimos hacia el pinar. Volví la cabeza hacia atrás y miré al castillo. El humo ascendía hacia el cielo y las llamas estaban ya devorando la muralla.
– Descansaremos en el establo que hay cerca del riachuelo.
El sonido de su voz hizo que volviera a girar la cabeza y me agarrara a sus hombros, a medida que él aceleraba el paso. Yo recordaba vagamente un establo que habíamos dejado atrás, justo antes de salir de la carretera y adentrarnos en el bosque.
No había oscurecido del todo cuando salimos de entre los árboles y cruzamos una corriente bastante profunda que se adentraba en el bosque, cerca del establo. ClanFintan me depositó suavemente en el suelo y Dougal abrió la puerta. Asomé la cabeza al interior, y distinguí montones de algo que olía como el heno recién cortado, un olor muy agradable. Sin embargo, yo sabía por experiencia que a las serpientes también les gustaba el olor del heno, como a los ratones y a las ratas, así que permanecí fuera del establo mientras Connor encendía una buena hoguera. Observé a los otros centauros mientras montaban el campamento y me di cuenta de que aquella noche estaban mucho más callados. Además…
– ¡ClanFintan!
Él se volvió rápidamente hacia mí, con una expresión de preocupación.
– Faltan dos de tus centauros -dije.
Entonces él sonrió.
– Han ido a cazar nuestra cena. Volverán pronto.
Los demás centauros también sonrieron, lo cual contribuyó a aumentar mi sensación de estupidez. Aunque, por lo menos todavía eran capaces de sonreír.
– Eh… ya lo sabía.
Inhalé profundamente el aire nocturno y percibí un olor decididamente apestoso. Volví a olisquear. Era yo. Olfateé en dirección a ClanFintan. Y él.
– ¡Huelo mal!
ClanFintan me miró con asombro y oí varias carcajadas de los centauros.
– Creo que el río forma un remanso a poca distancia de aquí. Si eres capaz de soportar el frío, podrás asearte allí.
– Asearme no, demonios, necesito un buen baño -respondí, y volví a olisquear en dirección a él-. Y no soy la única.
En aquella ocasión, Dougal se echó a reír sin disimulo.
– No me refiero sólo a él -dije mirando significativamente al centauro, que se ruborizó. Entonces fue ClanFintan quien se echó a reír. Eso terminó de decidirme.
– Toma una manta y ven conmigo -le dije, y eché a caminar con decisión hacia el río. No oí que me siguiera, así que me detuve y lo miré-. No querrás que me vaya sola en mitad de la noche a bañarme al río, ¿verdad?
Él siguió inmóvil, con una expresión confusa e impotente. Como un hombre.
– ¿Acaso no has jurado que me protegerías?
Aparentemente, eso debió de convencerlo, porque tomó una manta de las manos de uno de los centauros y comenzó a caminar detrás de mí. Yo decidí comportarme un poco como Rhiannon y me volví hacia el resto de la manada.
– Sería muy agradable tener una comida caliente esperándome cuando termine el baño -después les guiñé un ojo y sonreí-. Algo me dice que voy a necesitarla.
Me dirigí hacia el río, deleitándome con el sonido de su risa.
– ¿Dónde estaba ese remanso? -le pregunté. Como de costumbre, no tenía ni idea de adónde iba.
– Un poco más abajo. He visto una pequeña presa de castor por allí.
Señaló un montículo de ramas que abarcaba casi toda la corriente.
Y tenía razón. Había un remanso muy agradable al otro lado de la presa. Nos acercamos hasta la orilla del agua y nos detuvimos. Había oscurecido por completo y la luz de las hogueras de los centauros irradiaba un brillo inquietante alrededor del establo. La luz no nos llegaba, en realidad, pero se reflejaba en la superficie del agua y ayudaba a paliar la oscuridad. Yo veía el remanso con claridad.
– Eh… -carraspeé, y me di cuenta de que ClanFintan me estaba mirando-. El agua va a estar muy fría.
– Sí, creo que sí -respondió él en tono de diversión.