Yo me envolví en la manta y comencé a secarme. Ahora tenía mucho frío y me temblaban las manos. ClanFintan salió del agua ruidosamente y se reunió conmigo en la orilla. Al verme temblando, comenzó a secarme con energía. Después fue entregándome la ropa, prenda por prenda. Ya vestida, comencé a secarlo yo a él, y cuando terminé, ya no tenía tanto frío. Doblamos la manta y yo la coloqué sobre su lomo. Después lo tomé de la mano.
Olisqueé el aire.
– ¿Ahora olemos mejor? -me preguntó él con una sonrisa.
– Si -respondí yo, y arrugué la nariz-. Además, creo que estoy oliendo comida. Algo muy rico.
Él movió las aletas de la nariz.
– Faisán -dijo, y dio un paso hacia adelante.
En vez de moverme con él, le tiré de la mano para que no siguiera avanzando. Me miró con desconcierto.
– Creía que tenías hambre.
– Sí, pero… Bueno, quisiera preguntarte una cosa.
– ¿De qué se trata?
Su tono fue amistoso y de curiosidad al mismo tiempo.
– Es… eh… sobre eso del cambio de forma.
Quería mirarlo a los ojos, pero seguí mirando hacia el vacío, como un niño que estuviera preguntando sobre los pájaros y las abejas.
– Puedes preguntarme cualquier cosa que desees.
– ¿De verdad puedes hacerlo?
– Por supuesto que puedo -respondió él. Yo estaba mirando a su pecho, pero percibí la sonrisa de su voz.
– ¿Esta noche?
Por fin se quedó callado durante un instante. Después me acarició la barbilla. Suavemente, hizo que yo elevara la cara y lo mirara a los ojos.
– Nada me gustaría más, pero esta noche no puedo cambiar de forma.
– ¿Por qué no?
Él me pasó el pulgar por los labios.
– El cambio de forma requiere una gran cantidad de energía. Sólo puedo mantener otra forma durante un tiempo limitado, y cuando recupero mi forma verdadera me encuentro en un estado muy débil -esbozó una sonrisa agridulce y añadió-: Por mucho que lo desee, no podemos permitirnos esa debilidad mañana.
– Oh. Lo entiendo.
Demostré mi decepción, y obtuve la recompensa de que su mano se deslizara en una caricia por mi cuello. Me estremecí, y en aquella ocasión no fue debido al frío.
– Lo siento -dijo ClanFintan.
Me tomó de la mano, y como había hecho en el día de nuestra boda, volvió la palma hacia arriba y tomó la parte carnosa, con delicadeza, entre los dientes.
Sentí una descarga eléctrica desde sus dientes directamente a mi entrepierna.
– Ten cuidado -le dije en un ronroneo-. Puede que yo te devuelva el mordisco.
– Cuento con ello.
Su mordisco se convirtió en un beso, y yo me deleité al sentir su respiración caliente contra la piel.
Volvimos caminando al campamento, tomados de la mano. Yo estaba más limpia, pero también tenía más frío. Al menos algunas partes de mí estaban más frías. Admiré su perfil fuerte, y me gustó que él aminorara su paso para igualarlo al mío.
Los chicos habían estado muy ocupados mientras nosotros nos bañábamos. Habían encendido dos grandes hogueras a pocos metros de la entrada del establo, y sobre ambas habían puesto a asar animales parecidos a un pollo, cuya carne ya estaba chisporroteando. Vi más pan y queso, y comenzó a hacérseme la boca agua. Le di las gracias a Dougal con una enorme sonrisa cuando él me entregó el odre y un pedazo de pan. Yo me senté junto al fuego entre mordiscos al pan y tragos de vino.
ClanFintan se movía entre las dos hogueras, hablando con sus hombres y haciendo cosas de hombre, como por ejemplo, sacarle brillo a la hoja de su espada, que ya estaba impecable. Yo notaba su mirada fija en mí de vez en cuando, y cuando lo miraba a los ojos, sentía la atracción que había entre nosotros de una manera muy agradable, pero también desconcertante.
Tuve la sensación de que había pasado muy poco tiempo cuando los centauros comenzaron a dividir las aves cocinadas. La carne estaba tan caliente que tuve que soplar el muslo que me habían servido. Estaba deliciosa, y no dudé en aceptar una segunda pieza cuando me la ofrecieron.
Después de cenar, nos sentamos alrededor de las hogueras, haciendo la digestión y charlando. ClanFintan permaneció cerca de mí. Dougal y Connor compartieron nuestra hoguera. Los otros tres centauros se acomodaron alrededor de la otra. Dougal explicó, antes de que yo pudiera preocuparme, que en aquella ocasión los dos centauros desaparecidos estaban haciendo su turno de vigilancia alrededor del perímetro del campamento.
De haberlo pensado con detenimiento, quizá me hubiera parecido extraño que una criatura que era medio hombre y medio caballo pudiera sentarse y conversar después de la cena. Sin embargo, supongo que no podía decir que estuvieran realmente sentados; su parte equina estaba reclinada con las patas bajo el cuerpo, lo cual le confería a sus torsos humanos la apariencia de estar, bueno, sentados. Parecía extraño, pero yo estaba empezando a entender que los centauros lo hacían todo con una elegancia sobrenatural. Lo cual tenía sentido, porque aquello era otro mundo.
De todos modos, nos estábamos relajando, y yo estaba empezando a sentirme caliente y seca, y quizá un poco somnolienta. Dougal comenzó a tararear una melodía que se parecía mucho a una de mis canciones favoritas de Enya, pero no podía identificarla. Era vagamente celta. De repente, dejó de tararear, y sonrió mirándome con expectación.
– Estaba pensando que es una lástima que nuestro bardo no esté aquí, cuando me he acordado de que tenemos a alguien incluso mejor -dijo. Había elevado la voz, y los demás centauros nos estaban mirando-. ¡Estamos bendecidos por la presencia de la Amada de Epona! ¡La mejor narradora de historias de Partholon!
Mientras yo palidecía, todos los centauros sonrieron y me animaron. Yo miré a ClanFintan para que me rescatara, pero él tenía una sonrisa de orgullo en los labios y también me estaba animando.
Sé que es poco corriente, pero me había quedado sin saber qué decir.
El júbilo se extinguió lentamente, y Dougal me miró como si yo acabara decirle que no podía tomar postre.
– Perdonad, mi señora. Quizá no estéis de humor para contar historias después de todo lo que ha pasado en el día de hoy.
Me miró con aquellos ojos castaños y enormes llenos de lástima. Como un cachorrillo desilusionado.
Demonios.
– No, yo… eh… sólo necesito un momento para, eh, pensar en qué historia quiero contar.
Oh, Dios santo. ¿Qué historia, qué historia, qué historia, qué historia?
Mi pequeño cerebro de profesora comenzó a revisar sus archivos mentales, y ¡tachán! La asignatura de inglés del segundo curso de la universidad vino a mi rescate.
Sonreí a Dougal y él, prácticamente, se retorció de placer. Realmente era muy mono.
Durante años yo había tratado de imbuir a mis estudiantes de dieciséis años de la belleza de la balada poética, estoy segura de que sin éxito. Sin embargo, mis esfuerzos por ilustrar a las masas habían tenido un efecto secundario: era capaz de recitar El salteador de caminos y La dama de Shalott de memoria. Me gustan ambas, pero tengo debilidad por El salteador de caminos, sobre todo en la versión que Loreena McKennitt adaptó musicalmente. Loreena le había transmitido a la balada de Alfred Noyes toda la magia irlandesa. Muy trágica, muy céltica. Y más fácil de recitar que la balada original.
Repasé mentalmente las estrofas, sustituyendo algunas palabras, como por ejemplo, «mosquete» por «espada», «gatillo» por «hoja de la espada», etcétera. No había visto armas de fuego desde que había llegado aquí, y me imaginaba que si hubiera ese tipo de armas en este mundo, los centauros las tendrían.
Me puse en pie y erguí los hombros. Ellos me miraron con toda su atención. Yo carraspeé y comencé a recitar: