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El viento era un torrente de oscuridad

que soplaba entre los árboles fuertes,

la luna era un galeón fantasmal

que se mecía en un mar de nubes,

la carretera era un jirón de luz de luna

sobre el pantano púrpura,

y el salteador de caminos llegó cabalgando,

cabalgando, cabalgando…

el salteador de caminos llegó cabalgando

hasta la puerta de la posada.

Yo no sé cantar, pero si sé que soy muy buena narradora. A mis estudiantes les encanta que les lea o les recite historias. Hago todas las voces. Según ellos, es genial. Así que quizá yo no sea Loreena McKennitt, con su voz aguda y bella, pero tampoco estaba intentándolo. No canté la balada; la recité con pasión, de una manera expresiva.

Para la segunda estrofa, ya estaban en mi poder.

Tenía un sombrero francés

inclinado sobre la frente,

un puñado de encaje en la barbilla,

un abrigo de terciopelo burdeos,

y pantalones de ante marrón;

se le ajustaban sin una sola arruga,

¡y las botas le llegaban hasta la rodilla!

Cabalgaba con un centelleo de joyas,

la empuñadura de su estoque

lucía bajo el cielo estrellado.

Caminé alrededor de las hogueras mientras continuaba recitando la bella y trágica historia del salteador de caminos, ganándome a mi público. Ellos sonrieron con placer cuando Bess, la hija del terrateniente, trenzó «un nudo de amor rojo oscuro en su largo pelo negro». Me deslicé hacia a ClanFintan mientras narraba cómo el salteador de caminos besaba el cabello ondulado de Bess, y juraba que volvería para estar con ella a la luz de la luna aunque el infierno se interpusiera en su camino.

Entonces erguí la espalda y alcé la barbilla, y me convertí en Bess cuando los casacas rojas la amordazaron y la ataron a la cama, en un intento de usarla como señuelo para atrapar a su amado. Dejé que mis ojos se llenaran de lágrimas cuando Bess, valerosamente, se atravesó el pecho con una espada y le gritó un aviso a su salteador de caminos para que los soldados no pudieran apresarlo.

Entonces, los centauros abrieron unos ojos como platos, cuando el salteador de caminos averiguó que su amor había muerto intentando salvarlo.

¡Volvió espoleando como un loco,

gritando una maldición al cielo,

dejando a su paso el camino blanco,

convertido en humo,

blandiendo el estoque en lo alto!

Manchadas de sangre estaban las espuelas

al mediodía dorado;

roja como el vino se volvió

su chaqueta de terciopelo,

cuando ellos lo mataron en el camino,

como a un perro, en el camino,

y él quedó tendido, ensangrentado,

en el camino,

con un puñado de encaje en la garganta.

Comencé en la última estrofa en las sombras, entre las dos hogueras, dibujando las palabras con las manos como una maga haciendo ilusionismo.

Dicen que en las noches de invierno,

cuando el viento sopla entre los árboles,

cuando la luna es un galeón fantasmal

que se mece en un mar de nubes,

cuando la carretera es un jirón

de luz de luna sobre el pantano púrpura,

el salteador de caminos llega cabalgando,

cabalgando, cabalgando…

el salteador de caminos llega cabalgando

hasta la puerta de la posada.

Terminé retorciéndome las manos, con la mirada perdida en la distancia, como si estuviera segura de que el fantasma del salteador de caminos cabalgaba hacia nosotros. Los chicos se quedaron en silencio durante un instante, y después, gracias a Dios, rompieron en aplausos, hablando todos a la vez sobre aquellos malditos casacas rojas y preguntándose dónde podrían encontrar a su Bess.

Yo volví junto a ClanFintan, mientras recibía las felicitaciones de la tropa, y me senté en mi tronco.

– Me ha gustado tu historia -dijo ClanFintan, y me pasó el odre de vino. Con agradecimiento, yo tomé un trago.

– Gracias. Es una de mis favoritas.

– Nunca la había oído -dijo él. Su voz sonaba diferente, más contemplativa que curiosa.

– Bueno, no me sorprende. Es una invención mía -respondí. Crucé los dedos por la espalda. No quería plagiar, y le envié una disculpa silenciosa al difunto señor Noyes.

– ¿Quiénes son los casacas rojas?

– Los malos. Es una metáfora para el mal -respondí. No parecía que él quedara muy convencido, así que adopté mi actitud de profesora-. El rojo corresponde a la sangre. La sangre tiene una connotación negativa. Por lo tanto un casaca roja sería una alusión a una persona malvada, del mismo modo que el sol que se eleva por un cielo rojo al amanecer es presagio de que se avecina un desastre, y que una mirada enrojecida sería una mirada negativa o mala.

– ¿Y quién es el rey Jorge?

– Un tipo inventado -respondí, y volví a cruzar los dedos.

– ¿Y qué es un salteador de caminos?

– Es un tipo de ladrón que sólo actúa por los caminos -respondí.

– Ya.

Yo traduje aquello como una expresión «mujer centauro» correspondiente a «qué cuentista eres», pero me comporté como si no hubiera entendido nada.

– Caramba, ha sido un día muy largo -dije. Me estiré y, después de un gran bostezo, añadí-: Creo que voy a acostarme.

Durante un momento, él no reaccionó, sólo siguió mirándome con extrañeza, como si estuviera intentando encajar las piezas de un rompecabezas. Y, de repente, me acordé de que Alanna había insistido con vehemencia en que nadie debía saber que yo no era Rhiannon.

Seguramente, tenía buenas razones para ello, pero también me había dicho que podía confiar en ClanFintan. Decidí que iba a mantener la boca cerrada sobre mi procedencia por lo menos hasta que tuviera oportunidad de hablar con Alanna de nuevo.

Así pues, miré inocentemente a mi curioso y guapo marido, y después me fijé en la entrada del establo.

– Eh… ¿te importaría entrar ahí primero y asegurarte de que no hay ninguna alimaña arrastrándose ni acechando antes de que me haga una cama de heno?

Su mirada de concentración dejó paso a una sonrisa.

– Por supuesto -respondió, y se dio la vuelta-. Dougal, lady Rhiannon necesita dos mantas.

Dougal fue a buscarlas obedientemente.

– Ven -dijo ClanFintan. Se puso en pie y me ofreció la mano para ayudarme-. No dejaré que nada se arrastre sobre ti, ni que te aceche.

Yo tomé su mano y juntos entramos a la penumbra del establo. No era muy grande, pero estaba lleno de balas de heno. ClanFintan desató algunas y las movió, y cuando Dougal le entregó las dos mantas, ya había dispuesto un nidito muy agradable en la parte delantera del establo. Puso una de las mantas sobre el lecho de heno y me hizo una señal para que me acercara.

– No hay nada que pueda hacerte daño.

– Gracias. No me gustan las cosas que se deslizan sigilosamente, ni las que salen corriendo de un lado a otro.

Me senté en mitad del nido y comencé a quitarme las botas. ClanFintan se inclinó y me ayudó a hacerlo.

Eso me gustaba de él.

El establo estaba oscuro y olía a heno recién cortado. Era muy acogedor.

– ¿Dónde vais a dormir vosotros?

– Haremos turnos de guardia, y entre los turnos, descansaremos junto a las hogueras.

– ¿Soy la única que va a dormir aquí?

– Sí.

– Entonces, ¿no sería indecente que me quitara la ropa? -pregunté. Odio dormir con ropa.

– No, creo que no sería indecente -respondió. Su voz se había vuelto de terciopelo líquido otra vez.

Me quité la ropa, la doblé cuidadosamente y la deposité sobre un montón de heno. Yo sabía que él me estaba mirando, y me gustó. Después me tendí sobre la cama y le sonreí.