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Sentí tristeza al ver a aquella muchacha tan encantadora. Estaba ocurriendo algo horrible. Lo supe con certeza, supe que estaba mirando, espiritualmente, algo que iba más allá de esclavas secuestradas o del abuso y maltrato de concubinas.

Y entonces oí un ruido espantoso que rasgó el aire de la noche, y la chica que había estado intentando verme se retiró junto al resto de las asustadas mujeres. De nuevo, sus ojos se habían quedado vacíos y vidriosos. Las mujeres se agruparon como ovejas ante el lobo. Se tiraron nerviosamente de la ropa y se envolvieron en las mantas, temblando. Su atención se concentró en una sola dirección. Miraban hacia una puerta cerrada. La puerta era muy grande, y parecía que conducía al salón principal, una gran cámara.

El grito se repitió. Un par de mujeres se dirigieron hacia la puerta, pero las demás las llamaron nerviosamente.

Otra vez aquel grito, casi inhumano, de dolor puro. No podía soportarlo. Deseé saber lo que estaba ocurriendo con todas mis fuerzas, y quise impedirlo.

Como respuesta a mi plegaria, mi cuerpo avanzó y traspasó aquella puerta siniestra. Me vi flotando cerca del techo de una habitación inmensa. En cada una de las esquinas de aquella sala había una chimenea enorme, y en las paredes, antorchas para iluminarla. Sin embargo, ninguna de las dos cosas conseguía acabar con la oscuridad de la estancia. Junto a las paredes había mesas rústicas de madera y gente sentada en unos bancos. La mayoría tenía la cabeza posada sobre los brazos y parecían dormidos. Ninguno hablaba.

Entonces sonó otro grito, seguido de un gemido jadeante, y eso llamó mi atención hacia el centro de la habitación. Había un grupo de gente arremolinada junto a un banco. Al acercarme, me sentí rodeada por ondas de maldad. Mi premonición fue casi palpable. No quería mirar, no quería ver lo que había en aquella mesa, pero mis ojos se negaron a cerrarse.

Todas las personas que rodeaban aquel banco tenían alas. Alas que crujían y se estiraban aunque sus cuerpos permanecieran inmóviles. Respiré profundamente y me preparé mientras mi espíritu flotaba hacia la mesa. Había hallado el origen de los gritos. Era una mujer. Estaba desnuda, pero era imposible distinguir si era joven o vieja. Estaba tendida sobre la mesa, y ensangrentada. Le habían estirado los brazos por encima de la cabeza y le habían atado las manos. Tenía las piernas separadas y las rodillas dobladas, y también le habían amarrado los pies. Su vientre, abultado, ondulada y se contraía como si tuviera vida propia. Ella volvió a gritar y todo su cuerpo tembló.

Las criaturas que la observaban no la tocaron ni intentaron consolarla. Permanecieron en silencio. La única señal de su tensión era el movimiento inquieto de sus alas.

Entonces la mujer parturienta gritó de nuevo, con el terror puro de los que iban a morir. Mientras yo miraba, su pubis se abultó hacia afuera, expandiéndose… expandiéndose… Nunca hubiera pensado que un cuerpo humano podía distenderse tanto. De repente, su pubis explotó en una ducha de sangre que lanzó gotas rojas hacia las alas de su público. De aquel agujero en el cuerpo de la mujer salió algo con forma de cilindro, que parecía envuelto en una piel gruesa y arrugada, teñida del color rojo brillante de la sangre nueva.

Mi mente se reveló contra el horror de lo que estaba presenciando, pero mis ojos se negaron a obedecer mis órdenes y no se cerraron, del mismo modo que mi cuerpo se negó a marcharse. En la cavidad del cuerpo destrozado de la mujer, aquella cosa tembló. Había algo que brillaba entre el espantoso tubo de carne. Mis ojos se fijaron en aquel brillo; relucía como la hoja afilada de un cuchillo.

Mi cuerpo descendió hasta que estuve a pocos metros sobre las cabezas de las criaturas.

El tiempo se detuvo. Las criaturas se quedaron congeladas debajo de mí, como si una mano invisible hubiera presionado el botón de pausa. A medida que yo me acercaba, mis ojos se concentraron con más atención en el pedazo de carne deforme que todavía estaba atrapado en el cuerpo de la mujer, y me di cuenta de que estaba viendo a una criatura recién nacida. La carne arrugada era en realidad un par de alas inmaduras, que protegían por completo el cuerpo embrión como un capullo protegía una oruga. La luz de las antorchas parpadeaba y resaltaba dos apéndices en la parte superior de las alas, parecidos a unas garras. Todo el embrión brillaba a causa del líquido amniótico y la sangre.

– ¡Oh, Dios mío!

Mi exclamación terminó con el momento de inmovilidad. Alguien giró la cabeza en dirección a mí. Los ojos del monstruo inspeccionaron el aire que había sobre la mesa.

– ¡Llevadlo a la caverna de incubación!

Su voz tenía un tono áspero, susurrante. Parecía que las palabras tenían que luchar por salir de su garganta.

Una criatura alada femenina se acercó apresuradamente y sacó el feto de la herida abierta. Antes de que yo pudiera hacer algo más, las alas de la adulta se doblaron hacia delante, y cubrieron al recién nacido por completo. Rápidamente, ella salió de la habitación, seguida por casi la mitad de las otras criaturas que habían observado el obsceno espectáculo. Yo vi cómo se alejaban y mi mirada se fijó de nuevo en los bancos que estaban alineados contra las paredes. Las figuras que estaban sentadas en ellos se encogieron cuando el grupo pasó hacia la salida, y yo solté un jadeo de terror al darme cuenta de que aquellas formas eran mujeres, mujeres humanas, todas ellas en diferentes estados del embarazo.

Cerca de la mesa surgió un sonido siseante que atrajo mi atención.

La criatura que había hablado todavía me estaba mirando, y yo sentí que mi espíritu temblaba. Intenté mantenerme inmóvil.

– Nuada, ¿qué sucede? -le preguntó otra de las criaturas con sumo respeto.

– No lo sé -respondió-. Siento algo. He sentido esta presencia antes, en el Castillo de MacCallan, justo cuando estábamos derrotando al guerrero solitario.

Entonces extendió las alas agresivamente, mientras su mirada abrasadora atravesaba el aire que me rodeaba.

– Casi puedo verla…

De una zancada ágil, saltó sobre la mesa y puso un pie a cada lado del cuerpo ensangrentado de la mujer muerta. Ahora estaba justo debajo de mí.

– Tal vez pueda tocarla -dijo y comenzó a estirar uno de sus largos brazos con las garras extendidas.

En mi pecho comenzó a formarse un grito y…

Capítulo 11

– ¡Aaaahh!

El alarido salió de mi boca con la fuerza de una explosión. El pánico se apoderó de mí, aunque los sentidos me decían que olía a primavera y a caballo, y no a sangre y a terror. Sin embargo, yo tenía la mente entumecida de espanto, y luché violentamente, pataleando y mordiendo las ataduras que me habían atrapado.

– ¡Rhiannon! ¡Quieta! ¡Estás a salvo!

La voz de ClanFintan atravesó el hielo de mi miedo. Me di cuenta de que estaba en el establo y dejé de luchar, pero la adrenalina siguió recorriéndome el cuerpo. Estaba temblando incontrolablemente.

– Oh, Dios. Ha sido horrible.

Él me abrazó.

– ¿Ha sido el Sueño Mágico?

Asentí contra su pecho.

– ¿Las criaturas otra vez?

– ClanFintan, he encontrado a las mujeres -dije, y él se apartó un poco de mí para poder mirarme a los ojos-. Están en el castillo que hay junto al paso de la montaña.

– El Castillo de la Guardia.

– Sí, tiene que ser ése.

– ¿No has estado nunca allí?

– No, claro que no -respondí, sin pararme a pensar si Rhiannon había estado o no-. Pero es grande y cuadrado, y está situado en el extremo de un desfiladero estrecho.