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Aunque yo no lo hubiera conocido, estaba segura de que era cierto.

– Gracias -dijo él-. Ahora, los dos nos hemos quedado sin padre.

– Entonces, ésta es la razón por la que te casaste conmigo. ¿Por qué no me dijiste lo que estaba sucediendo?

Su mirada se oscureció.

– Si recuerdas nuestra primera reunión para tratar el compromiso, podrás responder tú misma a esa pregunta. No me diste oportunidad para explicarte mis motivos. Rechazaste mi cortejo, me insultaste y te marchaste.

Yo quería decirle a gritos que no había sido yo, pero no quería explicarle todo aquello de la dimensión del espejo y de los dos mundos en aquel momento, frente a todos aquellos centauros con cara de pena. El sentido común me decía que yo no tenía ningún motivo para sentirme enfadada, ni herida. Rhiannon había sido una bruja con ClanFintan. Él tenía todo el derecho a no confiar en ella, es decir, en mí. Sin embargo, mi corazón decía otra cosa. Estaba dolido.

Así que yo no sabía cómo reaccionar. Nos miramos como si fuéramos dos niños que se habían peleado y que no sabían cómo arreglar la situación.

Me sentía muy cansada, y muy afectada por la visión que acababa de tener. Sólo quería dormir, descansar. Le hice una plegaria silenciosa a Epona para que no me enviara más sueños de las criaturas aquella noche.

Me puse en pie, envuelta en la manta. No miré a los centauros, pero oí que me saludaban formalmente, y mientras me marchaba, oí sus «buenas noches, mi señora», que me siguió al establo como una brisa suave. Me acurruqué en mi nido de heno, y cerré los ojos.

Yo sabía, desde el principio, que ClanFintan se había casado conmigo por deber, por obligación. Entonces, ¿por qué me había disgustado tanto al oírlo de sus labios? Y, de todos modos, él no se había casado conmigo, sino con Rhiannon, Encarnación de la Diosa y Amada de Epona. Yo sólo era Shannon Parker, una profesora mal remunerada de Broken Arrow, Oklahoma. Aquél no era mi mundo, y mi lugar no estaba junto a ClanFintan.

– ¿Rhiannon?

No había oído que él se acercaba, y su voz me sobresaltó. Abrí los ojos de golpe.

– No quería asustarte, pero te has ido antes de que pudiera terminar.

Yo suspiré.

– ¿Qué más tienes que decir?

– Quería que supieras que no pienso de ti lo mismo que pensaba antes de nuestro matrimonio. No lo entiendo, pero eres distinta.

Sus ojos brillaban suavemente a la luz distante de las hogueras.

– Ha habido algo bueno que ha salido de este mal. Ha hecho posible que yo me uniera a ti. Buenas noches, mi señora. Estaré cerca, si me necesitáis -susurró.

Antes de que yo pudiera responder, él se dio la vuelta y salió del establo. Intenté no pensar mucho en la felicidad que me habían causado sus palabras. Pensé que tardaría horas en quedarme dormida, pero en cuanto cerré los ojos, entré en mi Paraíso de los Sueños personal. En aquella ocasión, afortunadamente, pasé el resto de la noche soñando que estaba en una fábrica de chocolates Godiva, que también funcionaba como bodega. Superman y Pierce Brosnan estaban conmigo, peleándose por quién iba a darme un masaje de pies y quién iba a…

Bueno, haceos una idea. Ganó Superman, y quiero decir que no sólo es súper por su capacidad de volar.

Capítulo 12

Me despertó un delicioso olor a pescado frito. Bostecé y me estiré, y me froté los ojos. Me puse los pantalones, sacudí la manta y me eché las botas al hombro. Después me dirigí, adormilada, hacia la fuente de aquel olor tan bueno.

– Buenos días -dijo ClanFintan, con los ojos brillantes.

– Buenos días -murmuré yo, mientras le entregaba a Dougal, que sonreía tímidamente, mi manta, y después me acercaba a la hoguera más próxima. No vi ningún pescado, pero seguía oliéndolo.

Entonces, arqueé las cejas mirando a ClanFintan.

– ¿Eso que huelo es el desayuno?

– Sí, es pescado -dijo él, y señaló unos rollos de hoja que estaban amontonados entre las brasas de la hoguera.

Bueno, aquello lo explicaba todo.

Seguramente, él era una persona muy activa por las mañanas, exactamente lo contrario que yo.

Con un suspiro, me puse las botas y me dirigí hacia el río.

Después de terminar con mis necesidades matinales, que incluían lavarme la cara, aclararme la boca con agua fría y frotarme los dientes vigorosamente con el dedo, me sentí más despierta.

Los caballitos estaban masticando felizmente el pescado que había estado dentro de las hojas enrolladas. Se servían de las mismas hojas como plato, y separaban la carne de la espina con los dedos. Yo me senté en mi tronco, junto a ClanFintan, y Connor me entregó un plato de pescado. Era delicioso.

– Está riquísimo.

– Gracias, mi señora -dijeron Connor y Dougal, al unísono.

– ¿Y el resto de los chicos está pescando, o algo así?

– No. Los he enviado con antelación para que avisen a los guerreros de tu última visión. Viajarán más rápidamente que yo, con tu peso -me dijo, pero estaba sonriendo, así que supuse que el hecho de que yo lo retrasara no le enfadaba mucho-. Ellos informarán a los que se quedaron con Epona, y todos nos encontraremos en tu templo.

– Hay que detener a esos seres -dije yo, que al oír la mención de mis visiones, había estado a punto de atragantarme con el pescado.

– Entre todos, lo conseguiremos -dijo él con convicción.

Terminamos de desayunar en silencio. Ellos tres recogieron el campamento rápidamente; enterraron las brasas y cargaron sus alforjas. ClanFintan me ofreció una mano para ayudarme a montarlo, y yo intenté no sentirme demasiado contenta por el hecho de que, claramente, hubiera tardado en soltarme el brazo más de lo necesario.

– Agárrate fuerte. Hoy vamos a viajar a un buen ritmo.

Yo apoyé las manos en sus hombros y él emprendió un galope fuerte. De nuevo, me alegré de normalmente fuera a un paso suave. Sería embarazoso tener que decirle a mi marido que su galope hacía que me castañetearan los dientes.

Encontramos con la carretera que llevaba hacia el sureste, y al entrar en ella, los centauros aumentaron la velocidad considerablemente. La carretera estaba desierta, lo que le confería a aquel día un aspecto extraño, inquietante; además, como si quisiera unirse a aquel sentimiento, el día estaba nublado y oscuro. El cielo estaba gris, pesado, y había una niebla que surgía del río y que ascendía en jirones hacia la carretera.

Los centauros estaban trabajando muy duro aquel día. El torso de ClanFintan brillaba de sudor, aunque su respiración era profunda y relajada. Aquella resistencia me causaba asombro. Intenté no moverme, agarrarme fuertemente a él y no molestar. Reduje en lo posible mis paradas y comí en la montura.

A medida que discurría la jornada, comenzó a lloviznar, y la niebla se hizo más espesa. El mundo se redujo a unos cuantos metros por delante de nosotros. Producía la sensación de que estábamos galopando sin fin, en el mismo lugar, sin llegar a ninguna parte, viajando eternamente. Yo noté que me deslizaba hacia un lado y di un tirón hacia arriba, con la esperanza de que ClanFintan no se diera cuenta.

– Rodéame con los brazos y apoya la cabeza. No te dejaré caer -dijo. Su voz ni siquiera sonaba tensa mientras me hablaba por encima de su hombro-. Vamos, intenta descansar. Ayer no dormiste nada -insistió. Su tono era hipnótico. Yo obedecí. Le rodeé la cintura con los brazos y apoyé la cabeza en el valle fuerte que había entre sus omóplatos. Suspiré y cerré los ojos, al tiempo que inhalaba profundamente y me deleitaba con su olor y su contacto.

En algún momento, después, abrí los ojos una vez, y había anochecido. Los centauros seguían galopando. Yo noté que la respiración de ClanFintan se había hecho más intensa. Cuando moví mi peso y volví a acurrucarme contra su espalda, él me apretó el brazo de un modo reconfortante.