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– ¿Avanzamos? -ClanFintan miró a sus dos compañeros, y después los tres me miraron a mí.

Tardé un instante en darme cuenta de que estaban esperando a que les diera permiso.

– ¡Oh, sí! Sí, vamos.

ClanFintan se puso a un medio galope animado, como si momentos antes los muchachos y él no hubieran estado intentando recuperar fuerzas. Los hombres, qué monos son. Aunque tuvieran la parte trasera de caballo, se comportaban como hombres al cien por cien.

A medida que nos acercábamos a la gente, ellos se adelantaron para saludarnos, y yo me recordé que era el centro de atención. Entonces comencé a saludar con la cabeza alta y una sonrisa.

– ¡Epona!

– ¡Salve la Amada de Epona!

– ¡Bienvenida a casa, Encarnación de la Diosa!

– ¡Amada de Epona, bendícenos!

Yo seguí saludando. Gracias a Dios que he visto muchos programas especiales sobre la familia real en la PBS.

Al poco tiempo llegamos a las puertas de la muralla y a la entrada del templo. Allí entre las sombras, Alanna esperaba nuestra aparición. Me alegré muchísimo de verla. Estaba vestida con una cosa vaporosa de color amarillo y tenía las manos recatadamente colocadas ante sí. Mi impaciencia por desmontar debió de hacerse patente en mi forma de montar, porque ClanFintan me ayudó rápidamente. Yo asentí y sonreí a mis adoradores y me acerqué a Alanna. Me di cuenta de que ClanFintan y los chicos se habían vuelto hacia la multitud para cortarles el paso y dejar que yo pudiera entrar en casa. Le estaba asegurando a la gente que yo estaba bien, sólo cansada, que volvería a bendecirlos a primera hora de la mañana, bla, bla, bla…

Yo me olvidé de la reticencia de Alanna y la abracé con fuerza.

– ¡Me alegro mucho de verte!

– Yo también me alegro de que estéis bien, mi señora -dijo ella en tono servil, y yo noté que estaba tensa.

Bajé los brazos y ella me hizo una reverencia. Después me precedió por la entrada. En vez de pasar al patio ajardinado que había frente a nosotras, ella giró y abrió una puerta pequeña, sin decorar. Dentro estaban los dos guardias tan escasamente vestidos que yo recordaba bien.

Antes de seguirla, me volví hacia ClanFintan.

Él me sonrió.

– Descansa y refréscate. Yo iré a que mis guerreros me informen de lo que ha ocurrido durante el tiempo que hemos estado fuera, y me reuniré contigo más tarde… -hizo una pausa y añadió-: En tu habitación.

Su voz se había hecho grave, ronca. Creo que yo me ruboricé.

– Si es eso lo que deseáis, mi señora.

Nos miramos a los ojos, y de repente, a mí me costaba respirar. Olvidé lo cansada que estaba. Olvidé lo sucia y maloliente que estaba. Sólo podía pensar en su pecho cálido y en su boca contra la mía.

– ¿Mi señora? -la voz de Alanna rompió el hechizo.

– Oh… eh… ya voy -le dije a ella, y después le hice un guiño a ClanFintan-. Sí, eso es exactamente lo que deseo.

Él me lanzó una sonrisa sexy, y yo se la devolví. Después, me apresuré a seguir a Alanna, antes de hacer alguna tontería en público, como morder a mi marido.

El guardia cerró la puerta secreta, y yo seguí a Alanna por un pasillo que me resultaba familiar.

– Por aquí, señora -dijo.

Torcimos la esquina y vi la puerta de mi habitación, flaqueada por otros dos guardias monumentales. Les sonreí cuando ellos me saludaron, y les di las gracias antes de que cerraran después de mi paso.

– ¡Oh, Dios mío, estoy impaciente por contártelo todo! -exclamé, y seguí a Alanna mientras ella rebuscaba en mis armarios y sacaba telas vaporosas y escasas.

– Sí, mi señora.

– Bueno, fue horrible… y maravilloso -dije, y sonreí, pero después me sentí desconcertada, porque ella no me devolvió la sonrisa-. Encontramos a mi padre… al padre de Rhiannon. Eso fue espantoso. Habían muerto todos. Nunca había visto nada semejante. Los quemamos. Espero que sea lo que hubiera querido mi padre.

– Estoy segura de que su espíritu lo entenderá.

– ¿Lo crees de veras?

– Sí, mi señora -dijo ella, y siguió rebuscando cosas en el armario.

– ¿Vas a darme ropa limpia para que pueda bañarme? -mi tono de voz era tan impaciente como yo.

– Sí. Por favor, acompañadme a los baños.

¡Los baños! ¡Completos, con papel higiénico! Estaba deseando experimentarlo. La seguí rápidamente.

Entrar en el baño fue como entrar al cielo. Era tan bello como lo recordaba, todo dorado y nebuloso a la luz de las velas, aunque los candelabros y apliques fueran calaveras. Varias ninfas se acercaron e hicieron reverencias, murmurando bienvenidas cuando yo entré.

– Gracias. Me alegro de haber vuelto.

Y lo decía en serio. Ellas sonrieron tímidamente, pero también con calidez. Me dirigí a la ninfa más alta, cuya belleza esbelta me recordaba a la de Staci, una de mis estudiantes favoritas de todos los tiempos. Cuando hablé, mi voz reflejó el afecto que sentía por su reflejo de mi propio mundo:

– Por favor, di en la cocina que ClanFintan va a cenar conmigo en mi habitación. Y diles que tengo muuucha haaambre.

– ¡Por supuesto, mi señora!

La ninfa Staci salió corriendo de los baños.

– Y, las demás, ¿podríais disculparnos? Quisiera estar a solas con Alanna.

Ellas hicieron una reverencia y se marcharon.

– ¡Qué bueno es poder relajarse! -dije, y observé cómo Alanna se ocupaba de preparar las cosas para mi baño-. Eh… mientras estás ocupada voy a… bueno… -señalé los servicios.

– Claro, mi señora.

Después de una experiencia que sólo puedo describir como satisfactoria, volví y comencé a quitarme la ropa sucia.

– Aj. Estas cosas están repugnantes -dije. Me senté junto a la piscina y me quité las botas-. Eh, ¿hay un jabón que huela como el jabón de arena del bosque? -pregunté. Alanna me miró sin comprender-. Ya sabes ése que huele a almendras y vainilla…

– Sí, mi señora, lo hay.

Entonces se dio la vuelta y comenzó a rebuscar entre los frascos que había junto al espejo. Cuando halló el que quería, se acercó a la piscina y vertió el contenido en el agua caliente. La suave fragancia del jabón se extendió por el ambiente con el vapor.

– Ése es -dije, y olisqueé con satisfacción mientras me quitaba los pantalones y aquel tanga desagradable. Con un suspiro de deleite, me metí en el agua-. Maravilloso.

– Sí, mi señora.

Entre el éxtasis del agua limpia y caliente, el comportamiento de Alanna penetró en mi mente. Abrí los ojos y la miré a través del vapor. Estaba recolocando los cepillos y los frascos de jabones y perfumes.

– Alanna.

Ella no se detuvo, sino que me respondió con la voz fría de una extraña.

– Sí, mi señora.

– Deja eso y ven aquí a hablar conmigo.

No quería que sonara como una orden, pero ella se irguió con tirantez y se acercó al borde de la piscina.

– ¿Qué es lo que deseáis que diga, mi señora?

– ¡Quiero saber por qué te comportas como si fuera una extraña! ¡O peor todavía, como si fuera Rhiannon!

La frustración que sentía hizo que hablara malhumoradamente.

– Como bien sabéis, soy vuestra sirvienta, mi señora. Me comporto como corresponde a mi lugar en vuestra morada -dijo, con la mirada baja.

– Tonterías. Creía que ya habíamos resuelto ese problema antes de que me marchara.

– Como digáis, mi señora.

– ¡Deja de llamarme tu señora! ¿Cuántas veces tengo que decirte que tú no eres mi esclava? ¡Eres mi amiga!

Finalmente, me miró. Estaba pálida y tensa, y tenía los ojos llenos de lágrimas.