– Eso puedo hacerlo.
– Bien. Ahora, tengo que ponerme la dichosa vestimenta ceremonial.
– Ponte esto mientras voy por la túnica -me dijo, y me entregó la pequeña corona. La belleza de aquella joya, como siempre, me pilló por sorpresa.
– Espero que haya pendientes a juego con esta cosa.
– Sí -dijo Alanna, mientras se acercaba a uno de los muchos armarios que había en una de las paredes de la habitación-. Busca en la caja que tienes más cerca. Ahí hay unos pendientes y un brazalete a juego.
Yo estaba acariciando todas las joyas alegremente cuando ella volvió.
– Aquí tienes -me dijo, y me entregó otro tanga de seda, que parecía hecho de oro líquido. Estaba empezando a creer que Rhiannon tenía fobia a las braguitas.
– Ahora ponte de pie y estira los brazos. Normalmente, esto requiere una técnica complicada.
Yo me situé frente a Alanna y obedecí. La cascada de lo que parecía oro líquido, que ella estaba manejando alrededor de mi cuerpo, me intrigó. Me quedé inmóvil mientras ella envolvía y envolvía y envol…
– ¡Eh! ¿Es que esto no tiene parte superior?
Había terminado. No había utilizado ningún broche. La falda era larga, pero tenía varias aberturas, incluso más de las que tenía normalmente la ropa de Rhiannon, así que me imaginaba que la tela caería maravillosamente sobre Epi cuando yo estuviera montada a horcajadas sobre ella. Eso estaba bien. Sin embargo, la parte superior de la vestimenta me estaba causando mucha tensión. Se cruzaba intrincadamente por mi torso, pero dejaba mis pechos totalmente desnudos.
– Rhea -dijo ella, a punto de reírse al ver mi expresión de horror-, este vestido no tiene parte superior. Es la vestidura ritual que la Amada de Epona lleva durante la bendición matinal.
– ¡Creía que habías dicho que era una túnica! -exclamé, mirándome el pecho.
– Oh, por supuesto. Se me había olvidado.
Ella volvió al armario, y volvió con otra prenda de oro líquido, una capa que tenía bordadas unas cuentas de cristal en un complicado dibujo.
– Deja que adivine. Más calaveras.
– ¡Sí! -exclamó Alanna complacida, ante mi capacidad de aprendizaje.
Entonces, me prendió la capa al cuello con un broche. La tela se deslizó hacia abajo por mi espalda, como si fueran las estrellas de una noche clara en Oklahoma. Sin embargo, no me cubría en absoluto el pecho.
– Estás bellísima, como siempre.
– Oh, ¡espera un momento! ¿Quieres decir que tengo que salir con el pecho desnudo y ponerme delante de todo el mundo?
Alanna se quedó pasmada ante mi reacción.
– ¿En tu antiguo mundo no había Sacerdotisas que llevaran vestidos ceremoniales?
– Sí, claro, pero no las dejaban prácticamente desnudas.
Alanna mostró su espanto hacia nuestro barbarismo.
– Rhea, la desnudez del cuerpo de una Sacerdotisa simboliza la honestidad y la intimidad de su relación con su diosa. Si te tapas, la gente creerá que Epona te ha abandonado, o peor todavía, que estás blasfemando contra tu diosa.
– A mí no me parece que Rhiannon fuera muy honesta -protesté.
– Sí era honesta. Nunca fingió que fuera otra cosa que caprichosa y dada a los vicios.
– Pero…
– Pero la gente la amaba porque era la Elegida de Epona. Como tú.
– Está bien. Intentaré olvidarme del hecho de que tengo los senos al aire, y de que todo el mundo me los puede ver. Pero no quiero hablar con la profesora así vestida. ¿Te importaría avisarla de que debe reunirse con nosotras después de la ceremonia, cuando yo haya podido cambiarme de ropa?
– Sí -dijo Alanna, que se había ruborizado de nuevo.
– Eh, ¿hay algún problema con la…?
Alanna me interrumpió.
– ¡No! ¡No hay ningún problema! -exclamó. Carraspeó y comenzó a empujarme hacia la puerta-. Rhea, no podemos retrasarnos.
Capítulo 17
Cuando salí de la habitación, erguí los hombros para intentar mantener cierta dignidad. Alanna caminaba a mi lado, y me lanzó una sonrisa de ánimo. Yo ni siquiera pude mirar a los guardias, pero sabía que ellos me estaban mirando a mí. O, más exactamente, a mis pechos desnudos.
Mientras caminábamos, Alanna me explicó que Rhiannon siempre hacía que todo aquél que formara parte de la ceremonia la esperara frente al establo de Epona.
– Le encantaba el espectáculo que ella presentaba al ascender hacia la cima de Tor, con sus sirvientas lanzando flores ante la Elegida.
Torcimos una esquina del pasillo e inmediatamente el espacio se hizo más amplio. Encontramos una puerta doble de madera tallada que se abría al patio que yo había visto el día anterior.
– Sigue por este pasillo recto, y atraviesa el patio. ¿Ves aquellas puertas de allí? -yo asentí-. Debemos pasar por ellas, torcer a la derecha y salir a través de otro par de puertas abiertas. Entonces verás los establos y a tu séquito.
Yo asentí de nuevo.
Alanna me dio un suave tirón de la mano.
– Rhea, despacio. Recuerda que eres la Señora del Templo. Eres la Amada de Epona, la Suma Sacerdotisa de Partholon, y has celebrado esta ceremonia muchas, muchas veces.
Seguí sus indicaciones, y muy pronto salimos del edificio y nos encontramos bajo la luz de la mañana. Se me pararon los pies, pero Alanna no tiró de mí, y me concedió un momento para recuperar la calma.
Habíamos salido por la parte lateral del templo, y estábamos al final de los establos. El corral estaba a unos cuantos metros frente a nosotras. Delante del corral había media docena de doncellas ninfa, escasamente vestidas con unas túnicas blancas maravillosas. Todas tenían cestas llenas de pétalos de rosa. ClanFintan y Epi estaban en medio de ellas.
Como si pudiera sentir mi presencia, Epi movió las orejas en dirección a mí y emitió un relincho de bienvenida.
– Amada de Epona… -Alanna me apretó la mano por última vez y después me soltó-. Puedes hacerlo. Ellos dependen de ti.
Yo respiré profundamente, alcé la barbilla y caminé con altivez hacia el exterior. Si iba a hacerlo, lo haría bien. Mientras me acercaba al grupo, intenté mantener los ojos en Epi. Notaba la mirada cálida de ClanFintan clavada en mí.
Las ninfas hicieron sus habituales reverencias, y Epi me acarició con el hocico aterciopelado en la mejilla. Yo sonreí y la besé suavemente.
– ¿Qué tal estás, preciosa? Estaba preocupada por ti, y te he echado mucho de menos.
La caricia de su hocico fue una respuesta reconfortante.
– ¿Me has echado de menos y te has preocupado por mí también? -preguntó ClanFintan con su voz grave, que me provocó un escalofrío por la espina dorsal.
Yo me gire hacia él, y apoyé la espalda contra el costado caliente de Epi.
– Te he echado de menos -respondí.
Él me miró con deseo, y de repente me recordó a un pirata. Me tomó la mano y me besó la palma y después la muñeca, recreándose en el punto en que mi pulso latía salvajemente. Al sentir aquella caricia íntima, por un instante olvidé que tenía el pecho desnudo. Sin embargo, las palabras de Alanna me devolvieron a la realidad. Bueno, relativamente hablando.
– Rhea, ¿estás lista para comenzar la ceremonia?
– Sí.
Entonces, ClanFintan me ayudó a montar a Epi, y las ninfas se adelantaron y formaron una doble columna delante de la yegua. Alanna se colocó a la derecha de mí, y ClanFintan a la izquierda. Yo miré a Alanna, y ella asintió.
– Adelante -dije, y chasqueé con la lengua.
Epi comenzó a caminar hacia delante como si supiera lo que hacía. Las ninfas nos precedieron, moviéndose grácilmente, como bailarinas. A cada pocos pasos, lanzaban pétalos de rosa ante Epi. También me di cuenta de que, de vez en cuando, una de ellas realizaba una alegre pirueta.