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Avanzamos lentamente desde el templo, en dirección noreste. Frente a nosotros había una colina suavemente redondeada, y a medida que Epi ascendía hacia la cima, comencé a oír exclamaciones de bienvenida. Agarré con fuerza las riendas para que nadie se diera cuenta de lo mucho que me temblaban las manos.

Ante nosotros aguardaba un mar de gente y de centauros. Detrás de la multitud, vi el ancho río Geal. Corriente abajo divisé la parte que había observado desde el aire. Allí, el río se ensanchaba y formaba una especie de puerto en el que había amarradas varias barcazas.

A nuestra llegada, la multitud abrió paso a las ninfas, como si yo fuera un Moisés con el pecho desnudo. La gente nos dedicaba saludos con tal afecto que mis nervios se relajaron. Vi a Dougal y a Connor en el grupo de centauros. Sus gritos de bienvenida me hicieron sonreír de alegría. Dejaron de temblarme las manos. Era un gran público. Yo les devolví las sonrisas, y saludé. Estábamos llegando a una colina cubierta de tréboles, en cuya base había unas rocas altas, antiguas, del color de la niebla. Mis chicas se separaron, y cada una de ellas se detuvo cerca de una de las rocas. Epi no titubeó. Siguió su camino entre dos de las rocas, ascendiendo a la cima de la colina. Con alivio, vi que ClanFintan y Alanna nos seguían.

Cuando Epi llegó a la cima, se volvió, de modo que el río quedó a nuestra espalda. La gente estaba frente a nosotros, y pronto se hizo un silencio respetuoso. Yo miré a Alanna. Ella giró la cabeza, significativamente, hacia el río. Yo la imité. El agua ofrecía un espectáculo deslumbrante. El sol asomaba sobre las copas de los árboles de la orilla opuesta y acariciaba la superficie del agua con sus rayos, haciendo que brillara como una joya líquida. Cuando pude apartar la vista de aquel panorama increíble, me encontré con la mirada expectante de Alanna.

Ella asintió y me dijo en un susurro:

– Es la hora.

Yo me volví hacia la multitud, y con mi mejor voz de profesora, comencé por algo evidente.

– ¡Buenos días!

Hubo una cascada de risas, y la multitud respondió con entusiasmo:

– Buenos días, Amada de Epona.

Hasta el momento, todo iba bien.

– He venido a vosotros esta mañana con un propósito doble.

Su silencio me sobrecogió. Ojalá mis estudiantes pudieran ver lo que era prestar atención de verdad.

– Primero, hablar de un peligro que nos amenaza a todos, y, segundo, pedirle a Epona su bendición para nuestra causa.

Miré atentamente a mi público, y establecí contacto visual con algunos de los que escuchaban.

– Como sabéis, el Castillo de MacCallan ha sido destruido por los Fomorians. Todos sus habitantes, incluido mi padre, han sido asesinados por las criaturas.

En aquel momento hice una pausa y les permití expresar su dolor. Cuando volvieron a quedar en silencio, continué.

– Epona me ha revelado que también han conquistado el Castillo de la Guardia.

En aquella ocasión, respondieron a mis palabras con el silencio. Al mirar sus caras, supe que no podía añadir lo que sabía sobre las mujeres. Estaba segura de que los centauros estaban al tanto de lo peor, pero no sabía hasta qué punto se había extendido la noticia. El instinto me dijo que no debía hablar de ello en aquel momento. Ya habría tiempo después, cuando la primera conmoción de aquella invasión se hubiera hecho más fácil de soportar.

Me volví y señalé a ClanFintan. Él dio un paso hacia el Epi.

– He nombrado a mi marido, ClanFintan, Jefe de los Guerreros.

Entonces los centauros prorrumpieron en vítores, jaleados por los hombres humanos. Cuando la aclamación terminó, seguí hablando.

– ClanFintan ha enviado aviso a todos los pueblos. Va a convocar una junta con todos sus líderes, y los informará de nuestros planes de batalla, para que todos podamos prepararnos para la guerra. Sin embargo, el primer paso es que aprendamos todo lo posible sobre nuestro enemigo. Si alguno de vosotros tiene información, incluso aunque penséis que sólo se trata de cuentos para asustar a los niños, acudid al templo y preguntad por Alanna. Ella os llevará con nuestro historiador para poder hacer uso de este conocimiento. Aprenderemos y nos armaremos, porque los miedos presentes son menores que las horribles imaginaciones.

Le envié a Shakespeare mi agradecimiento por aquel gran verso.

– Recordad, el bien tiene un enemigo que es el mal. Sin embargo, el mal tiene como enemigos al bien y a sí mismo.

Aquello sonaba profundo, y lamenté no acordarme de dónde lo había oído, sobre todo cuando varias personas asintieron.

– Y ahora, pidámosle a Epona su bendición.

Todos se concentraron en mí, y sin ser consciente de ello, adopté la misma posición que hubiera adoptado Rhiannon. Mi cuerpo se volvió hacia el río resplandeciente. Elevé la mano derecha con la palma hacia el cielo. Cerré los ojos y me concentré en un fragmento de un poema de Yeats, y mis palabras sonaron claras mientras recitaba sus bellísimos versos:

Cuando comienza el día doy gracias por lo que tengo, lo bueno y lo malo, y me mantengo vigilante por tu bien, al recordar el pacto que siempre hemos respetado, y la mirada de águila que todavía tiene tu rostro, mientras que desde la raíz de mi corazón brota una dulzura tan grande que tiemblo de pies a cabeza.

Hice una pausa, con la esperanza de que a Yeats no le molestara aquella apropiación indebida de su poema, y con la esperanza de que aquel público lo entendiera.

– Que Epona os bendiga cada día, como una madre amorosa que guía a sus hijos hacia la seguridad. Y que nos ayude a impedir que este mal salga victorioso.

Entonces, me volví hacia la multitud, sonreí y terminé con un:

– ¡Que tengáis una vida larga y próspera!

Capítulo 18

Exhalé un suspiro de alivio cuando la gente comenzó a dispersarse. Antes de que Epi comenzara a avanzar, miré a Alanna, buscando su aprobación. Ella tenía una enorme sonrisa en los labios, y me guiñó un ojo. El último resquicio de tensión abandonó mis hombros. Mientras Epi descendía por la ladera, me sentí rodeada de amor y aceptación.

– ¡Rhiannon!

El tono áspero de ClanFintan me tomó por sorpresa. Tiré de las riendas de Epi y mire hacia atrás. Él estaba todavía en la colina, pero no me miraba. Miraba hacia la zona norte del templo, y tenía los ojos entornados. Respiraba como si estuviera olisqueando el aire. De repente, señaló y yo seguí la dirección de su dedo hacia el límite del bosque.

– ¿De qué se trata?

Epi comenzó a moverse nerviosamente. No tuve que urgirla para que ascendiera de nuevo a la colina.

– He percibido la esencia de la oscuridad en el viento del norte -dijo él, y su tono de voz me puso la piel de gallina-. Ya había notado este olor -añadió, concentrado en los árboles.

– ¿En el Castillo de MacCallan? -pregunté con la voz temblorosa.

ClanFintan asintió.

Una oleada de murmullos recorrió la multitud. De repente, los centauros nos rodearon, y algunos miembros de mi guardia acudieron rápidamente desde el templo para unirse a ellos.

ClanFintan comenzó a gritar órdenes. Habló con los primeros guardias del templo que nos alcanzaron.

– Hay algo que se acerca desde el bosque. Llevad a vuestra señora a un lugar seguro, y después, reunid a las mujeres y a los niños en el interior de la muralla.

Una voz me gritó por dentro: «¡No te alejes de ClanFintan!».