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Connor se acercó a Dougal, y con delicadeza, lo llevó hacia el templo. Dougal no apartó la mirada del cuerpo de su hermano hasta que desapareció de nuestra vista.

Yo me di cuenta de todo esto, pero me resultaba difícil dejar de mirar al doctor. Conocía a aquel hombre, o más bien a su reflejo.

ClanFintan emitió un silbido ensordecedor. Los guerreros que estaban haciendo guardia entre el bosque y nosotros dejaron inmediatamente su posición y se acercaron.

ClanFintan se dirigió al doctor. Parecía que su voz había envejecido años en unos pocos momentos.

– Los centauros llevarán a Ian a tu lugar de trabajo. Estaré en deuda contigo si puedes lavar al joven, y hacerlo presentable para su familia.

– No habrá ninguna deuda.

Se miraron a los ojos, y yo percibí el respeto que se profesaban.

– Gracias -le dije-. Sé que podemos confiar en ti -aunque tenía la voz ronca por las lágrimas, mi tono estaba lleno del cariño que sentía por su reflejo-. Dougal se merece al menos ese consuelo.

– Así se hará.

Me quedé asombrada al ver la expresión fría de su rostro cuando me contestó.

ClanFintan ordenó a los centauros que transportaran al doctor y que lo siguieran con el cuerpo de Ian. Los centauros alzaron el cadáver ensangrentado, y comenzaron su viaje triste en dirección al templo.

Sin embargo, en vez de observarlos, mis ojos estaban clavados en Alanna. Ella estaba mirando fijamente al Sanador, y mientras se alejaba, él le lanzó una mirada furtiva sobre el hombro.

– Rhiannon, volvamos al templo -dijo ClanFintan.

– Sí… -respondí; me temblaba la voz.

Carraspeé y llamé a Epi, que acudió obedientemente a mí.

Le sonreí con dulzura a la yegua, que había permanecido inmóvil durante aquel horrible suceso. Al acercarse, me acarició la cara con el hocico, como si necesitara consuelo.

– Ya ha terminado todo, preciosa -le dije.

Me di cuenta de que tenía la cara mojada de lágrimas, más prueba de que era distinta de los demás caballos.

ClanFintan me rodeó la cintura con sus manos fuertes, y me subió al lomo de Epi. Después se volvió y colocó a Alanna en su espalda. Juntos volvimos lentamente al templo.

Capítulo 19

Cuando dejamos a Epi al cuidado de los guardias, en el establo, Alanna se acercó a mí.

– Rhea, debes lavarte.

Me miré, y me sorprendí al ver que estaba cubierta de sangre seca… De repente el estómago me dio un vuelco, y sentí un fuerte mareo.

– ¿Rhiannon? -preguntó ClanFintan preocupado.

Yo intenté controlar la neblina de mi cerebro y contesté:

– Ha sido horrible. Ese pobre centauro…

– El mal es sólo una sombra del bien. Caminaremos en la luz, con el bien, mientras el mal se esconde en la oscuridad. Nosotros no permitiremos que continúe escondiéndose. Lo quemaremos en su guarida oscura.

Mientras hablaba, me abrazó, y la maravillosa combinación de calor y fuerza de su cuerpo, y la seguridad de su fe, consiguieron reconfortarme. Me giré entre sus brazos y le hablé a Alanna.

– Antes de que nos reunamos con los líderes de los clanes, tenemos que hablar con la profesora, y averiguar qué se sabe de esas criaturas. Envíale un aviso para que se reúna con nosotros en la biblioteca de mi habitación. ¿Cómo era su nombre… Carolan, no?

– Sí, pero es un hombre.

Se le pusieron las mejillas muy rojas de nuevo, y yo la miré con curiosidad, así que ella respiró profundamente y continuó.

– Y en realidad no es un profesor, es historiador. Y Sanador.

De repente lo entendí todo.

– Es el hombre que trajo Connor.

– Sí, Rhea -respondió ella, con una evidente timidez.

– Parece un Sanador bondadoso -dijo ClanFintan. Él no se había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo entre Alanna y yo. Pero era un hombre, así que no me pareció sorprendente.

Me giré hacia ClanFintan y le di un beso rápido.

– Alanna y yo vamos a ir a lavarnos. ¿Por qué no vas tú en busca del Sanador y lo acompañas a mi habitación?

– No tardaré.

ClanFintan me acarició la mejilla ligeramente al marcharse.

En cuanto estuvimos a solas, le dije a Alanna:

– Amiga mía, tenemos que hablar.

Ella asintió y me siguió. Nos dirigimos hacia la puerta que se abría al patio. En aquella ocasión no estaba vacío, sino lleno de mujeres y niños, y rodeado de guerreros. Cuando yo entré, se hizo un silencio cargado de emoción. Entendí el aspecto que debía de tener ante sus ojos.

Bajé los brazos a los costados, sin intentar ocultar la sangre que me manchaba todo el cuerpo. Erguí los hombros y los miré con determinación:

– Acaba de morir un joven centauro -dije, y la multitud emitió un jadeo colectivo-. No corremos peligro inmediato, pero debemos prepararnos para el enemigo. Necesito vuestra ayuda. Quiero que os dividáis en grupos. Algunas de vosotras debéis empezar a preparar un lugar para cuidar a los heridos, a convertir sábanas en vendas, y ese tipo de cosas.

Vi varias cabezas asintiendo, y me sentí animada.

– Mis doncellas os ayudarán. Las que sepáis cocinar, por favor, formad un grupo y acudid a la cocina. Los guerreros necesitarán comer bien.

– ¡Mi señora! Mis hermanas y yo hemos tallado y afilado flechas para los centauros -dijo alguien entre la multitud.

– ¿Quién acaba de hablar? -pregunté.

Las mujeres se apartaron y dejaron paso a una mujer rubia, alta y esbelta. Yo sonreí al darme cuenta de que era el reflejo de nuestra mejor profesora de informática del instituto. Aquélla era una mujer que sabía organizar.

– ¿Cómo te llamas?

– Maraid, mi señora -respondió, e hizo una ligera reverencia.

Me volví hacia uno de mis omnipresentes guardias.

– Haz llamar a los centauros Dougal y Connor. Que vengan a este patio. Que ellos instruyan a las mujeres en lo que pueden hacer para ayudar a los guerreros -dije, y señalé a Maraid-. Esta mujer, Maraid, se ocupará de organizar los grupos.

El guardia hizo un saludo marcial y se marchó rápidamente.

– Los centauros os dirán lo que necesitan -proseguí-. Ayudándolos a ellos nos ayudáis a todos, y os doy las gracias por ello -dije, y de repente se me ocurrió añadir-: Que Epona os bendiga.

Después me retiré rápidamente, seguida de Alanna.

Cuando atravesamos la puerta que comunicaba con mi pasillo privado, me volví hacia ella y le pregunté en un susurro:

– ¿Crees que ha sido acertado?

Ella asintió.

– Así tendrán algo que hacer. Si están ocupadas, tendrán menos tiempo para asustarse.

– Eso es lo que he pensado yo.

El guardia nos abrió las puertas de los baños. Al poco tiempo yo estaba bañada, y vestida con una túnica de color crema que me cubría adecuadamente el pecho y que sólo mostraba mis piernas largas, cosa a la que estaba acostumbrada, y que me gustaba.

Me volví hacia el tocador y elegí un par de pendientes de brillantes. Después miré a Alanna.

– Ahora, háblame de Carolan.

De nuevo, mi amiga se puso muy colorada.

– Por Dios, deja de ruborizarte -le dije, lo cual, por supuesto, hizo que se ruborizara todavía más. La tomé de la mano y me senté con ella en el banco del tocador.

– ¿Quieres que te ayude? -le pregunté. Alanna asintió-. Estás enamorada de él.

Abrió unos ojos como platos. Parecía Bambi.

– ¿Cómo lo sabes?

– Me gustaría decir que es porque tengo una mente intuitiva, o por los poderes que me concede la diosa Epona, pero no tiene nada de misterioso -dije con una sonrisa, mientras le daba un suave codazo-. Lo que pasa es que Carolan es el reflejo del marido de Suzanna, Gene -le expliqué. Ella pestañeó de la sorpresa, y yo continué hablando-. Llevan juntos toda la vida, y se quieren como si fueran recién casados. Es repugnante.