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Alanna estaba emitiendo gemiditos, así que le serví una copa de vino y se la entregué. Dio un buen trago mientras yo seguía hablando.

– En mi mundo, Gene es abogado y profesor de historia. Es un hombre muy inteligente, y Suzanna está loca por él. ¿Vosotros dos no estáis casados en este mundo?

– ¡No! -respondió ella, con un respingo.

– ¿Por qué no?

A Alanna se le llenaron los ojos de lágrimas.

– No me digas que no te quiere. He visto cómo te miraba.

– Me quiere -dijo ella suavemente.

– Entonces, ¿es que está casado con otra mujer?

– ¡No! Él sólo me quiere a mí.

– Entonces, ¿qué demonios pasa? ¿Cuál es el problema?

– Tú -susurró ella.

– ¡Yo! -exclamé, y la fulminé con la mirada-. Querrás decir que el problema es esa maldita Rhiannon, no yo.

– Disculpa. Tienes razón. Es lady Rhiannon, no tú.

– Sigo sin entenderlo.

– Cuando descubrió lo que sentíamos el uno por el otro, lady Rhiannon prohibió el matrimonio. Y también nuestro amor. No me permitía estar a solas con él. Nunca. Dijo que yo era una de sus pertenencias, y que cuando hubiera terminado con mis servicios, Carolan podría tenerme. Que podía esperar hasta entonces.

Yo me quedé sin habla.

– Y él ha esperado -dijo Alanna con tristeza.

– Esa bruja egoísta… -dije, agitando la cabeza ante lo absurdo de mantenerlos separados-. ¡Con todos los hombres con los que ella se acostaba, y tú no podías estar ni siquiera con uno!

– Oh, ella me permitía estar con cualquier otro hombre. Pero no con Carolan.

– Pero tú no querías a otro, sólo a él.

Alanna asintió. Ambas bebimos vino. Entonces, se me ocurrió otra pregunta.

– Alanna, ¿no tienes hijos?

– No, claro que no. Nunca he estado casada.

Yo me quedé mirándola con la boca bien cerrada. ¿Cómo iba a decirle que en mi mundo ella, y el hombre a quien amaba, tenían tres preciosas niñas? No podía. De nuevo, sentí que los actos de Rhiannon colgaban pesadamente sobre mi conciencia.

– Carolan debe de odiarme -dije.

Alanna asintió.

Me puse en pie bruscamente.

– Esto tiene fácil arreglo. Cásate con él hoy mismo.

Alanna también se levantó.

– Pe-pero no hay tiempo para celebrar la ceremonia.

– ¿Qué tiene que ocurrir para que podáis casaros?

– Un Sacerdote, o una Sacerdotisa, debe recitar un juramento que nos una.

– Yo soy Sacerdotisa, ¿no?

Ella parpadeó.

– Sí.

– Entonces, puedo celebrar la ceremonia.

– Sí -repitió ella, que parecía mareada-. Pero éste no puede ser un buen momento. Nos estamos preparando para la guerra.

– A mí me parece un momento perfecto para casarte. No querrás esperar hasta después de la lucha, ¿verdad?

– No -dijo. Yo vi que el miedo le ensombrecía la mirada.

– Entonces, vamos -dije, y la empujé suavemente hacia la puerta-. Después de que resolvamos el problema de los vampiros, podrás renovar los votos -añadí. Ella no decía nada, sólo asintió de un modo soñador-. Daré una gran fiesta. Será estupendo.

Salimos del baño, y me detuve lo mínimo para orientarme. Después me dirigí hacia mi habitación canturreando la Marcha Nupcial en voz baja.

Cuando llegamos a mi habitación, encontramos que Tarah había pedido el desayuno, así que comenzamos a comer con ganas. Bueno, yo empecé a comer con ganas, Alanna se dedicó a remover las gachas. Entonces, alguien llamó a la puerta.

– ¡Adelante! -grité, con la boca llena de una papilla dulce que sabía a copos de avena.

Mis guardias abrieron, y ClanFintan, seguido de Carolan, entró en la habitación. Yo quería mirar a Alanna para ver cómo reaccionaba al ver al que se iba a convertir en su marido de forma inminente, pero la presencia de ClanFintan me atrapó como un agujero negro.

– ¡Hola! -dije, como una boba.

Él me besó la palma de la mano, en un gesto que se estaba haciendo familiar.

– Hola -respondió, y su voz hizo que me estremeciera. Después del beso, entrelacé mis dedos con los suyos, y él me acarició la muñeca, suavemente, con el pulgar.

– ¿Cómo está Dougal?

Una expresión de dolor ensombreció su rostro.

– Todavía no es real para él. Ian y él rara vez se separaban. Será muy difícil de superar para Dougal. Me he enterado de que lo has puesto a trabajar. Mantenerlo ocupado es una idea sabia. Tendrá menos tiempo para pensar.

– Me alegro de que no te haya molestado que les dé órdenes a Dougal y a Connor.

Le sonreí, mirándolo a los ojos, y el resto del mundo desapareció.

Alanna carraspeó, y yo me acordé de que no era un personaje de novela. Suspiré. Carolan seguía en la puerta de la habitación, observándome con cautela. Era desconcertante que un amigo me tratara con tanta desconfianza, así que decidí usar la misma táctica que con Alanna: sería yo misma, y dejaría que él se pusiera al día.

– Carolan, pasa -dije, sonriéndole con afecto mientras él entrecerraba los ojos-. Necesitamos tus conocimientos.

Alanna estaba sentada frente a mí, y ClanFintan se había detenido cerca de la comida, y de mí. Carolan se acercó lentamente, y yo le hice un gesto hacia la silla que había junto a Alanna.

– Siéntate. ¿Tienes hambre?

Él se detuvo junto a la mesa, sin mirar a Alanna.

– Prefiero estar de pie, lady Rhiannon -dijo con tirantez-. Y no, ya he desayunado.

Me encogí de hombros.

– Como quieras, pero quizá estemos aquí durante un rato, así que si te apetece, siéntate y sírvete un poco de vino. Después de todo, las uvas son mi fruta favorita para el desayuno.

ClanFintan me tiró de uno de los rizos.

– Sí, a ti te gusta mucho el vino -dijo, mientras miraba significativamente mi copa medio vacía.

– Es medicinal -respondí en broma. Sonreí a Carolan y le pregunté-: ¿No tengo razón, señor Sanador?

– Se le llama el néctar de la vida -respondió él lentamente.

– ¿Lo ves? -le pregunté a ClanFintan, y él refunfuñó. Me volví hacia Alanna y le dije-: Entonces, tendremos que servir mucho vino en la ceremonia de tu matrimonio.

Aunque pareciera imposible, ella se ruborizó todavía más al oír mis palabras. Sin embargo, Carolan palideció horriblemente, y por un instante, pensé que íbamos a necesitar un enterrador y no una sacerdotisa. Entonces, él habló con los dientes apretados. Yo noté que ClanFintan se estremecía al sentir el odio en su voz.

– Lady Rhiannon, sabía que erais capaz de muchos actos odiosos, pero esto…

Cuando su voz se elevó, y su cuerpo comenzó a temblar de violencia reprimida, ClanFintan me soltó la mano y dio un paso hacia delante, en un gesto de protección.

– Ten cuidado con lo que le dices a mi señora, Sanador -advirtió.

– ¡Si supierais lo que es realmente, no la defenderíais! -respondió Carolan, y escupió a mis pies.

Alanna y yo nos pusimos en pie cuando ClanFintan se lanzó hacia él, con tanta rapidez que su enorme cuerpo sólo fue un borrón. Antes de que yo pudiera decir cualquier cosa para detenerlo, había obligado a Carolan a que se pusiera de rodillas.

– Pide perdón -rugió.

– ¡No!

Yo me agarré al brazo de acero de ClanFintan e intenté que soltara a Carolan.

– ¡Soy yo la que debe pedir perdón! Tenía que haberme explicado mejor, pero no pensé con claridad.