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Mi descenso me situó sobre el centro del mismo patio que había visitado en mi viaje previo a aquel castillo. Parecía que todavía se usaba como campo de concentración para mujeres, porque veía tiendas raídas tenuemente iluminadas por la luz de las hogueras. Había siluetas cubiertas con mantas alrededor del fuego; me di cuenta de que el número de prisioneras había aumentado mucho. Sin embargo, en el patio reinaba un silencio sepulcral.

En aquella ocasión, no parecía que ninguna notara mi presencia, y yo no me paré a observarlas más. Noté que me movía hacia la zona oeste del edificio. Oí las palabras «prepárate, Amada», y de repente, me di cuenta de que descendía abruptamente y atravesaba un tejado.

Me encontré en una gran habitación, llena de antorchas y velas, calentada con dos chimeneas grandes. Había una cama enorme justamente debajo de mí.

Al principio, pensé que la habitación estaba vacía. Después, oí un ruido y miré hacia el centro de la cama. La cosa que había sobre la cama se movió y estiró las alas hacia atrás, y yo me di cuenta, con un estremecimiento de repulsión, de que era una de las criaturas.

El monstruo movió las alas, y vi que bajo ellas había algo más que su cuerpo. También cubrían a una muchacha desnuda. Estaba tan pálida y tan inmóvil que pensé que quizá estuviera muerta, pero entonces, vi que temblaba convulsivamente, cuando la criatura puso la mano sobre su pubis.

– Qué dulce -siseó el monstruo.

Movió la mano por su muslo, y deslizó los dedos en círculo, jugando con la humedad que encontró allí. A ella le temblaron las piernas, y la luz de la luna iluminó el líquido. Pude ver que era algo espeso y rojo de sangre.

– ¡Oh! -exclamé con horror.

Al instante, el monstruo volvió la cabeza hacia arriba y entrecerró los ojos mientras escrutaba el aire que había sobre su cama.

Yo lo reconocí al instante. Era Nuada.

– Sal -le ordenó a la muchacha, y la empujó, con su pie en forma de garra, hacia el borde de la cama.

La chica cayó al suelo. Entonces se incorporó y se alejó tambaleándose hacia la puerta. En cuanto salió, Nuada se agazapó cerca del cabecero de la cama, mirando con atención por encima de él.

– Sé que estás aquí -dijo-. Ya he sentido tu presencia antes.

– Me das asco -le escupí, y vi cómo entrecerraba los ojos al oírme.

– Sé que eres una fémina -dijo, como si fuera una maldición-. Muéstrate, a menos que seas demasiado débil y miedosa.

Llena de ira, sentí que mi cuerpo cambiaba. Me miré, y supe que era visible en parte. Estaba desnuda, y flotaba seductoramente sobre la cama, como si fuera un sueño casi hecho realidad.

Él abrió mucho los ojos, y se relamió mientras miraba.

– ¿Te gusta lo que ves, Nuada? -pregunté.

– Acércate, y te enseñaré lo que me gusta -dijo con crueldad y lujuria.

– Quizá lo haga… O quizá tú debas venir a mí.

Extendí una mano y lo llamé, como si fuera una encantadora de serpientes jugando con una cobra. Con la otra mano me toqué el cuello y bajé por todo mi cuerpo, acariciándome, hasta llegar a la parte interior del muslo.

Él me miró con un hambre obscena, y a mí se me revolvió el estómago. Cuando comenzó a prepararse para saltar hacia mí, vi que sus alas, además de su pene con forma humana, habían empezado a hincharse.

En mi mente resonaron las palabras «ríete de él, Amada», y yo obedecí, dejando que mi voz fantasmal y provocativa invadiera la habitación. En cuanto él saltó, mi cuerpo se movió y desapareció a través del techo. Salí a la noche acompañada del sonido de su grito de rabia, que atravesó el silencio engañosamente tranquilo.

Y abrí los ojos.

– Estás a salvo.

Pasé un momento horrible mientras intentaba recordar dónde estaba. Entonces, volví a sentir, y noté que ClanFintan me estaba abrazando. Me froté los ojos para poder verlo bien. Él me sonrió, pero tenía el ceño fruncido de preocupación.

– Has vuelto a tu cuerpo -dijo.

– Sí -respondí con un escalofrío.

– Cuéntame lo que ha ocurrido.

– Epona me llevó directamente con él. Acababa de violar a una chica.

– ¿Sintió tu presencia?

– Más que eso. Podía oírme, y Epona hizo algo para que pudiera ver mi cuerpo y mi espíritu. Más o menos.

ClanFintan asintió.

– Epona está usando sus poderes para que los Fomorians reciban nuestro mensaje.

– Espero que se acuerde de cuidarme durante todo esto -dije yo. Sabía que era una quejica, pero aquello de las visiones mágicas me estaba alterando los nervios.

– Tú eres su Amada, y ella siempre te protegerá -me aseguró ClanFintan-. ¿Tuviste tiempo de hablarle a la criatura sobre el Templo de la Musa?

– No. Epona me sacó de allí, porque él saltó hacia mí.

– ¿Saltó hacia ti? Estoy deseando atravesarlo con mi lanza. Pronto -dijo él con ira.

– Normalmente, yo no estoy a favor de la violencia, pero esta vez haré una excepción. Esa cosa necesita que lo atraviesen -asentí yo. Después bostecé-. Espero que Epona no me necesite más por esta noche. Estoy cansada.

– Creo que te permitirá dormir durante el resto de la noche -me dijo ClanFintan, y me apretó contra su cuerpo.

– Bien.

Yo me acurruqué contra mi marido, y él posó la mano sobre mi espalda, a la altura de la cintura. Cuando comenzó a acariciarme la espina dorsal de arriba abajo, suspiré con agradecimiento.

– Duerme, amor mío -me susurró-. Yo no permitiré que nadie te haga daño.

Estoy segura de que me quedé dormida con una enorme sonrisa en la cara, porque las deliciosas caricias de ClanFintan me borraron de la mente a Nuada y su maldad, al menos por aquella noche.

Capítulo 6

– ¿Rhea?

Una voz distante penetró en mi sueño. Se me había concedido una jornada de compras ilimitadas en Tiffany’s.

– Estoy aquí, en la sección de tiaras de diamantes -murmuré sin abrir los ojos.

– ¿Por qué estás en el suelo? -la voz sonaba más cercana, y yo, por desgracia, me desperté lo suficiente como para darme cuenta de que era Alanna.

Abrí lentamente los ojos y me estiré, percatándome de que mi marido había desaparecido.

– ¿Alguna vez has intentado acostar a un caballo?

Ella tapó su risita con una mano, sacudiendo la cabeza de lado a lado.

– Es difícil de imaginar, ¿verdad?

Me di cuenta de que estaba desnuda, y le pedí que me diera algo para taparme. Alanna me entregó una bata; yo me levanté y me la puse.

Juntas salimos de la habitación y nos dirigimos al baño. El pasillo, que normalmente estaba vacío, en aquella ocasión se encontraba abarrotado de guardias y mujeres, que se apartaron solícitamente para dejarme sitio, entre reverencias y saludos. Yo asentí, medio adormilada. Ojalá me hubiera arreglado un poco el pelo, o me hubiera frotado los ojos para despertarme un poco.

Pronto entré en la privacidad de los baños. Después de usar el servicio, me quité la bata y me metí en la piscina para darme un baño rápido.

– ¿Qué ocurre con toda esa gente? -le pregunté a Alanna.

– Llega gente de todas partes, constantemente, e incluso un templo tan grande como el de Epona termina por llenarse.

– Entonces, ¿me estás diciendo que hay mucha gente en el templo?

– Gente y centauros -me dijo ella-. He dado la orden de que los hombres monten las Grandes Tiendas, que lady Rhiannon tiene guardadas para la Reunión anual, y que las cocineras saquen las provisiones que tenemos guardadas en las despensas. Espero que no te enfade.

– ¿Enfadarme? -le pregunté, mientras ella me entregaba una toalla-. Claro que no. Haz lo que creas conveniente. Tú sabes mucho mejor que yo lo que es necesario, y lo que se puede abrir, o cerrar, o lo que sea.