Aliviada, comenzó a envolverme en una túnica. Aquélla era de un color verde que me recordó al agua del mar. Después me senté en el tocador y tomé el maquillaje, mientras Alanna comenzaba a peinarme los rizos indomables. Nuestros ojos se encontraron en el espejo, y yo sonreí con picardía.
– ¿Descansaste lo suficiente anoche, amiga mía?
Tal y como esperaba, Alanna enrojeció hasta la raíz del pelo, y yo me eché a reír, lo cual hizo que se ruborizara todavía más. Yo me reí de nuevo, feliz al ver cómo le brillaban los ojos, pese a su azoramiento.
– Ha sido una noche maravillosa -dijo. Eran unas palabras muy sencillas, pero sonaban como la enunciación de un milagro.
– Me alegro muchísimo por ti, Alanna.
Nos quedamos silenciosas durante un rato, cada una, sin duda, pensando en nuestro marido. Seguramente, yo también me ruboricé mientras mi mente vagaba.
– Rhea, anoche, ¿te guió Epona hasta el Castillo de la Guardia?
– Sí. Me llevó hasta Nuada. ClanFintan lo llama el Señor de los Fomorians. Yo lo desafié, y Epona me sacó de allí. No estoy impaciente por volver allí esta noche.
– Epona te protegerá.
– Eso es lo que dice todo el mundo. Y admito que a veces oigo su voz, pero no creo que me acostumbre nunca a recorrer el país por el aire, desnuda en cuerpo y alma.
– Incluso lady Rhiannon se sentía desconcertada algunas veces, cuando el Sueño Mágico de Epona la visitaba.
Las manos de Alanna quedaron inmóviles, y yo vi que se quedaba pensativa.
– ¿Qué piensas?
– Estaba acordándome de lo disgustada que estaba lady Rhiannon antes de cruzar la División y pasar a tu mundo. Dormía muy poco. Era como si quisiera evitar las visiones de Epona.
– Estoy segura de que esa bruja sabía que los Fomorians se acercaban. Lo más probable es que Epona quisiera que advirtiera a su gente, y le mostró a Rhiannon lo que iba a ocurrir. Y esa egoísta prefirió largarse antes que quedarse aquí a luchar junto a su pueblo.
Detestaba pensar que alguien que se pareciera tanto a mí me enfadara tanto.
Alanna siguió peinándome y recogiéndome el pelo mientras hablaba.
– Tal vez Epona le permitió que huyera porque quería que tú dirigieras a sus fieles contra los Fomorians. Epona debía de conocer la verdadera naturaleza de lady Rhiannon. Y también la tuya. Y te eligió a ti. Tú eres su Amada, y no lady Rhiannon.
Yo me quedé en silencio mientras ella terminaba de recogerme el pelo en un moño, sujetándolo con una cinta dorada. Después tomó la corona de su sitio, en el tocador, y me la puso en la cabeza. Se posó sobre mi frente con facilidad, como si estuviera hecha para mí.
– Creo que deberías llevar esto más a menudo.
Yo alcé las manos y toqué la corona suavemente. Estaba caliente.
– Quizá sí -dije.
Tenía un cosquilleo en el estómago. Aparté los ojos de mi reflejo y busqué en el joyero más cercano un par de pendientes a juego.
Cambié de tema.
– ¿Cómo están los pacientes de Carolan?
Antes de que Alanna pudiera contestar, alguien llamó a la puerta. Unos sirvientes entraron portando las bandejas del desayuno, y me informaron de que ClanFintan había ordenado que me lo sirvieran en cuanto me despertara.
Con una sonrisa de enamoramiento, comencé a comer, y Alanna se sentó a mi lado y me imitó.
– ¿Qué tal los pacientes de Carolan? -volví a preguntarlo con la boca llena de bizcocho de canela, que regué con una taza de té verde y fragante, endulzado con miel.
– No lo sé -contestó ella, con un gesto de preocupación-. No me permitió que lo acompañara a la sala de los enfermos. Sin embargo, anoche nos enviaron el mensaje de que habían enfermado más familias.
– Eso no es nada bueno -murmuré, temiendo lo que sabía que tenía que hacer-. En cuanto terminemos el desayuno iré a ver qué necesitan.
– ClanFintan ha pedido que primero te reúnas con él.
– ¿Dónde está?
– Antes de que yo viniera a despertarte, estaba en el patio interior, supervisando a las mujeres, con Dougal y Connor.
– ¿Y cómo estaba Dougal?
– Ocupado.
Las dos nos miramos con satisfacción.
– Bueno -dije, terminando el resto del té-, será mejor que me vaya. Supongo que tengo que mirar el lado bueno de todo esto. No tengo que mostrar mis pechos esta mañana -afirmé, aunque la miré de reojo-, ¿verdad?
– No hasta dentro de otros quince días -respondió ella, riéndose.
– Estupendo. Espero ese día con impaciencia.
Su risa nos envolvió.
– ¿Cuáles son tus planes para hoy? -le pregunté.
– Tengo que supervisar a los sirvientes y a las cocineras, asegurarme de que hay sitio suficiente para todas las familias y los guerreros que llegan y enviaros a Carolan y a ti todo lo que necesitéis para la sala de los enfermos.
– Otro día aburrido sin nada que hacer, ¿eh?
– Sí… -contestó ella, con un suspiro.
– Sí, sí -continué diciendo, caminando majestuosamente hacia la puerta-. Ser damas ociosas es cansado.
Nos reímos como niñas al salir al pasillo abarrotado, donde nuestras risas se convirtieron en toses.
– Rhea, tengo que ir a ver a las cocineras -me dijo en voz baja-. ¿Sabrás llegar hasta el patio?
– Sí -susurré yo.
– Bien. Oh, hazle llegar mi amor a Carolan cuando lo veas.
– Lo haré -dije con una sonrisa. Entonces, me erguí y le dije con la voz de la Amada de Epona-: Gracias por todo tu trabajo, Alanna. Eres un diamante.
Ella intentó disimular su sonrisa con un servil «gracias, mi señora».
Entonces, nos separamos. Yo me dirigí hacia el patio por el pasillo. Recordaba bien el camino, y un par de guardias musculosos se inclinaron ante mí y abrieron las puertas cuando llegué. Me detuve un instante, observando toda la actividad que se desarrollaba ante mí.
El patio, donde antes había un maravilloso jardín, se había transformado en una zona de trabajo muy eficiente. Las mujeres estaban agrupadas en diferentes lugares, haciendo todo tipo de cosas, como tallar flechas, hacer vendas con sábanas y hervir enormes calderos de agua. Todo el mundo estaba ocupado. Y, trabajando codo con codo con las humanas, había… Oh, Dios mío, mujeres centauro.
Yo di un paso atrás y me oculté en las sombras, intrigada por mi primera visión de las mujeres de esa raza. Lo primero que noté es que eran más pequeñas. No, no es verdad. Lo primero que noté es que eran unas criaturas de belleza increíble. Se movían con la gracilidad propia de una yegua árabe y de una bailarina clásica. Había una docena de ellas por el patio, y sus pelajes iban desde el rubio al gris. Llevaban chalecos de cuero con grabados intrincados, un poco parecidos a los que llevaban ClanFintan y sus guerreros, pero de colores vibrantes, y adornados con cuentas brillantes.
Había varias reunidas junto a las mujeres que tallaban flechas, y mi mirada se dirigió instintivamente hacia ellas.
En mitad de aquel grupo estaba mi marido.
De repente, decidí salir de las sombras y hacer pública la presencia de la Amada y Elegida de Epona. Erguí los hombros y me estiré hasta mi altura máxima, que debía de alcanzar los hombros de una mujer centauro, y salí al patio.
– ¡Buenos días, Diosa!
– ¡Epona!
– ¡Bendiciones para ti, Amada de Epona!
Yo sonreí con agradecimiento ante su adoración, que hacía que la belleza insólita de las mujeres centauro fuera un poco más fácil de digerir, y devolví los saludos mientras me dirigía lentamente hacia mi marido.
Cuando me uní al grupo, él se colocó frente a mí y me miró a los ojos. Los suyos brillaban con una forma mucho más personal de adoración. Se llevó mi mano a los labios y me besó la palma, y después, el lugar donde me latía el pulso en la muñeca.