– Ahora mismo voy -dije, y me volví para despedirme de Victoria-. Espero que pronto podamos hablar de nuevo. Ha sido un placer conocerte, a ti y a las Cazadoras. Gracias por vuestra ayuda.
– De nada, Rhea. Como nos enseña nuestra diosa, las féminas deben apoyarse.
– Y que lo digas, amiga -dije, mirando hacia atrás, mientras me dirigía hacia la sala de los enfermos. Vi que abría mucho los ojos, y que sonreía.
Sí. Claramente, tenía potencial de amiga.
Capítulo 7
Rápidamente, seguí a la ayudante de Carolan por el patio. Atravesamos un arco, torcimos a la izquierda y entramos a un pasillo, al pasillo que conducía a la sala de los enfermos. Después de otro rápido giro, percibí el olor, un poco antes de ver la puerta. En aquella ocasión, estaba vigilada por un joven centauro a quien yo no conocía. Me saludó con una reverencia y abrió la puerta.
Las cosas estaban peor que el día anterior. El número de pacientes se había duplicado. Los grupos ya no eran discernibles. Había camastros pegados los unos a los otros, y ya no quedaba espacio libre. Desde todas las partes de la sala se oían ruidos ahogados y gritos débiles, pero sobre todo, en el ambiente reinaba un silencio poco natural, como si alguien hubiera pulsado un botón de pausa.
Conté tres ayudantes, más la que había ido en mi busca, y tuve que buscar a mi alrededor unos instantes antes de dar con Carolan. Estaba inclinado sobre un camastro. Mientras yo observaba, él se puso en pie y, lentamente, cubrió la cara de su pequeño paciente con la sábana. Se volvió, como un anciano, y me vio. Primero, le indicó a un ayudante que se llevara el cadáver. Después me hizo una señal hacia la zona del lavabo, y me pidió que me reuniera con él allí.
Yo me acerqué apresuradamente, devolviendo los saludos de los enfermos con bendiciones.
– Esto tiene mala pinta -le susurré, mientras él se lavaba las manos-. ¡Hay muchísimos!
– Y hay más que caen enfermos mientras hablamos. Esta noche han muerto dos más. Y esta mañana he perdido a tres niños y a una anciana. Creo que hay cinco más que no pasarán de hoy. Y, por cada uno que muere, vienen tres más, en diferentes estadios de la enfermedad -dijo Carolan, y se pasó la mano por la frente-. Necesitamos más espacio para la cuarentena.
– Lo que necesites es tuyo.
– Muy cerca de aquí hay un gran salón de baile. A Rhiannon le encantaba dar grandes bailes de disfraces, para poder disfrazarse y asistir a su propia fiesta de incógnito.
– Era muy rara.
Él asintió brevemente y continuó:
– Podríamos usar ese espacio para los casos más leves, y para quienes han empezado a mostrar los síntomas. Así podría reservar esta sala para los casos más graves.
– Me parece buena idea. ¿Cómo puedo ayudar?
– Necesito mover a más de la mitad de esta gente, pero no quiero exponer a ninguno de los humanos transportando a los enfermos. He pensado que quizá puedas convencer a algunos de los centauros para que nos ayuden.
Pensé en Victoria y en sus Cazadoras.
– Creo que conozco a los centauros ideales para esta tarea. Tú empieza a preparar a los enfermos para el transporte, y yo traeré a los marines.
– ¿A los marines?
– Me refiero a que volveré con los buenos, para que nos saquen de este apuro.
Carolan se quedó aliviado.
– Gracias, Rhea.
– De nada -dije. Después sonreí y añadí-: Esta mañana he visto a tu esposa. Me pidió que te transmitiera su amor.
A él le brillaron los ojos, y asintió.
– Bueno, iré a buscar a los marines -dije. Mientras me marchaba, vi que estaba sonriendo mientras comenzaba a dar órdenes para preparar el traslado.
Volví al patio, que seguía bullendo de actividad, y vi a las Cazadoras. Fue fácil distinguirlas, en realidad; eran las más altas y despampanantes de todo el patio. Vi que Victoria estaba hablando con Maraid, así que esperé a que terminaran la conversación antes de llamarla suavemente. Al verme, ella sonrió y se acercó a mí.
– Rhea… -dijo-. Me alegro de verte otra vez, tan pronto.
– Quizá no estés tan contenta después de que te diga por qué he vuelto.
Ella me miró con desconcierto.
– ¿Te has enterado de que estamos intentando contener un brote de viruela?
– Sí, ClanFintan informó a los guerreros, y yo, como Jefa de las Cazadoras, estaba incluida en la reunión -dijo ella, y con expresión sincera, añadió-: Debe de ser una enfermedad terrible. Lamento que tu gente se haya contagiado, pero él dijo que tú tienes un talismán contra la enfermedad.
– Sí, bueno, no puedo contagiarme -dije. Si ella supiera…-, pero el resto de mi gente sí. Aunque hemos puesto en cuarentena a los enfermos, hay muchos más que están cayendo enfermos. Nuestro Sanador, Carolan, me ha pedido que abriera el salón de baile para instalar allí a los enfermos menos graves, y que las dependencias de las doncellas queden sólo para los casos más graves.
– Parece lógico.
– El problema es que necesitamos trasladar a los pacientes menos graves al salón de baile, y Carolan tiene muy pocos asistentes. Los centauros no pueden contagiarse de la viruela. Sé que es un trabajo horrible, pero son mi gente, y yo soy la responsable, y…
– ¿Qué es lo que necesitas? -me preguntó Victoria en tono eficiente.
– Necesitaría que tus Cazadoras y tú nos ayudarais a mover a la gente. Y creo que Carolan agradecería tener ayuda extra. Él está reventado de trabajar, y sólo tiene cuatro ayudantes. El resto están exhaustos, o se han puesto enfermos, probablemente. ¿Quieres ayudarnos? Sé que no has venido para hacer este trabajo, pero te necesitamos…
Ella me observó en silencio durante unos instantes, y después dijo:
– Disculpa, Rhea, si me quedo asombrada. Eres tan diferente a lo que esperaba…
Yo tuve que reprimir el impulso de gritarle que no era esa estúpida, egoísta y odiosa de Rhiannon. Dejé que terminara de hablar:
– Sí, las Cazadoras te ayudaremos -dijo, y sus vibrantes ojos azules se clavaron en los míos, llenos de preocupación-. Y después de conocerte, creo que tú nos devolverías el favor si necesitáramos la ayuda de Epona.
Asentí con agradecimiento.
– Por supuesto que lo haría. Las mujeres deben ayudarse.
Victoria asintió. Después llamó a una de sus compañeras.
– Elaine, reúne a las Cazadoras. Los humanos necesitan que los ayudemos a cuidar de sus enfermos.
La bella mujer centauro asintió.
– Y llama a Sila. Necesitamos a una Sanadora. Diles que vayan a…
– Las dependencias de mis doncellas -dije yo.
– Sí, señora -respondió Elaine, y nos dejó para ir en busca de las demás mujeres centauro. Victoria y yo nos dirigimos hacia la habitación de los enfermos, y cuando llegamos a la puerta, vi que la expresión neutra del joven centauro que estaba de guardia se convertía en una de adoración, al ver a la Cazadora. Se irguió e hizo una reverencia para saludar a Victoria, y me miró brevemente a mí, también, para incluirme en el saludo.
– ¡Me alegro de verla otra vez, señorita Victoria! -dijo con entusiasmo.
La Cazadora no lo reconoció, así que el centauro siguió parloteando.
– La cena de anoche… Anoche cenamos alrededor de la misma hoguera.
Yo me preocupé durante un segundo, porque me pareció que iba a explotar si no se relajaba y dejaba de sacar pecho.
Entonces, Victoria sonrió con benevolencia.
– Oh, claro -dijo, e hizo una pausa antes de continuar-: Willie. ¿Cómo iba a olvidar el nombre del caballeroso centauro que me cedió su sitio en la hoguera? -le tocó el brazo amistosamente, y yo pensé que él se iba a salir de su propia piel-. Willie -prosiguió ella-, ¿me harías el favor de decirles a las Cazadoras que pasen cuando lleguen?