– ¡Cualquier cosa por usted, señorita!
Su voz se quebró de manera adorable al terminar la frase, como si todavía no hubiera salido de la pubertad.
– Gracias -dijo ella, y pasamos a la habitación-. Siempre recordaré tu amabilidad.
La puerta se cerró tras nuestro paso, y Victoria y yo nos miramos divertidas. Ella puso los ojos en blanco.
– ¿Era un centauro o un cachorrito?
– Las dos cosas -respondió ella con una carcajada-. Los potrillos son tan enternecedores…
– ¡Rhea! -exclamó Carolan al vernos, con evidente tensión. Rápidamente, atravesó la habitación-. Veo que has traído a los marines.
– Te lo explicaré después -le dije a Victoria, en respuesta a su mirada de confusión. Me volví hacia Carolan e hice las presentaciones.
– Victoria, Jefa de las Cazadoras de los centauros, me gustaría presentarte a nuestro Sanador, Carolan.
Ellos se saludaron, y Victoria dijo:
– Estamos a tu disposición, Carolan. Mis Cazadoras y nuestra Sanadora vendrán en pocos minutos. ¿En qué podemos ayudar?
La voz rápida y enérgica de Victoria decía que podía encargarse de todo, y Carolan comenzó a explicarle, con agradecimiento, lo que necesitaba.
– ¿Lady Rhiannon? -una voz débil llamó mi atención.
Miré a mi alrededor, y vi una manita alzada hacia mí. Me tragué un suspiro y me encaminé hacia el camastro.
– Hola, Kristianna.
Era la pequeña amante de los caballos. Tenía muy mal aspecto, y sus ampollas habían aumentado en tamaño y en número. Sin embargo, todavía estaba viva.
– Mu-mujeres centauro… -susurró, y volvió los ojos, que le brillaban de una forma anormal, hacia la puerta, donde Carolan y Victoria estaban recibiendo a un grupo de media docena de mujeres centauro.
– Sí, mujeres centauro… Son bellas, ¿verdad?
Miré a una ayudante que pasaba junto a nosotras en aquel momento, y ella me entregó un paño húmedo y fresco, con el que intenté limpiar un poco de sudor de la frente de la niña.
– Muy… muy… guapas -susurró, y yo tuve que inclinarme para poder oírla.
– Cariño, descansa. Voy a ver si encuentro una infusión para que te calme la garganta.
– Me duele.
– Lo sé. Cierra los ojos y descansa.
Me dirigí hacia el grupo que estaba junto a la puerta y le pregunté a Carolan, con el corazón encogido:
– ¿No podemos darles nada para aliviar un poco su dolor?
– Les estoy dando infusiones de corteza de sauce y de camomila, pero los que más las necesitan no pueden tragar, y no les llega suficiente al organismo -dijo con tristeza.
Una mujer centauro esbelta, de pelaje ruano, a quien yo no había visto antes, dio un paso adelante. Tenía el pelo de color caoba, rizado y corto. Llevaba un chaleco de cuero más ajustado y práctico que el de las Cazadoras.
– Un paciente sólo tiene que tragar una pequeña cantidad de jugo de amapola para relajarse. Quizá si primero les diéramos el extracto de amapola, podríamos conseguir que bebieran más de vuestra infusión -dijo. Su voz me causó una sorpresa muy agradable. Era dulce, y resultaba muy fácil escucharla. Al instante, me atrajo su personalidad.
– Quiero presentaros a nuestra Sanadora, Sila -dijo Victoria.
– El extracto de amapola es una idea excelente, pero por desgracia, tenemos muy poco de ese elixir. Nuestro suministro proviene de los terrenos del Castillo de Laragon -explicó Carolan, encogiéndose de hombros con impotencia-. Y Laragon ya no existe.
– Las amapolas crecen profusamente en las Llanuras de los Centauros, y tengo una buena cantidad aquí. Además, ordenaré que traigan más inmediatamente.
– Estamos en deuda contigo -dije yo-. Eres una respuesta a nuestras plegarias.
– Si soy la respuesta a vuestras plegarias, Amada de Epona, es con vuestra diosa con quien estáis en deuda, no conmigo.
La expresión de la Sanadora era abierta y generosa.
Se me ocurrió la idea de que debía de ser una Sanadora excepcional si el sonido de su voz era tan calmante.
Entonces, volvió su atención a Victoria.
– Por favor, envía a un mensajero en busca de mi baúl de medicinas para que podamos empezar a aliviar el dolor de estos enfermos.
Victoria me miró con las cejas arqueadas.
– Conozco a un joven que estará encantado de ser nuestro mensajero.
– El tuyo, más bien -murmuré yo.
Ella se volvió a la puerta y la abrió. Avisó a Willie con su voz sexy, y el sonido de los cascos del joven centauro mientras se marchaba a cumplir las órdenes de la Cazadora repiqueteó por el pasillo.
– Vas a provocarle problemas cardíacos -le dije a la Jefa de las Cazadoras cuando volvió a nuestro lado con una expresión petulante.
– Su corazón es muy joven. No le pasará nada -dijo ella-. Carolan, muéstranos a los pacientes que deben ser trasladados. Podemos usar los camastros como camillas para moverlos.
– Todos los enfermos que tienen una cinta amarilla atada a la muñeca son los que deben ir al salón de baile. El resto debe permanecer aquí.
– ¿Los que se van a quedar son los más graves? -preguntó Sila en un susurro.
– Sí.
– Entonces, es aquí donde debo concentrar mis esfuerzos -dijo ella, y se marchó hacia la zona de lavabos para enjabonarse las manos.
El resto de las mujeres centauro se pusieron manos a la obra.
Capítulo 8
Las Cazadoras eran rápidas y eficientes, y estaban muy bien organizadas. Parecía que Victoria estaba en varios lugares al mismo tiempo, y yo observé divertida que Willie estaba exhausto mucho antes de que la Jefa de las Cazadoras mostrara algún signo de cansancio.
Yo ayudé a Sila mientras ella trabajaba con los casos más graves. Después de ver cómo atendía a los primeros pacientes, Carolan anunció que él iba al salón de baile a instalar a los enfermos, y que dejaba a Sila a cargo de la sala, con un equipo de enfermeros compuesto por uno de sus ayudantes y yo.
Magnífico.
Como el día anterior, el tiempo se desdibujó y mi mundo se redujo a cuidar a los enfermos. Sila trabajó incansablemente para mitigar el dolor de los pacientes. Les administró dosis de extracto de amapola e infusiones de sauce y camomila.
Las predicciones de Carolan en cuanto a las bajas fueron correctas. Llegaron cinco pacientes nuevos a nuestra Unidad de Cuidados Intensivos, y yo conté cuatro muertes, dos niñas, una de mis doncellas y un bebé. Parecía que sólo había tomado aire una vez cuando me di cuenta de que las antorchas y las velas llevaban muchas horas encendidas, y de que tenía los hombros contraídos de tensión.
Victoria entró en la habitación con seis nuevas mujeres centauro, descansadas y frescas, y anunció que venían a relevarnos.
– Bien -dije yo, intentando no lanzar una exclamación de júbilo. En realidad, estaba demasiado cansada como para hacerlo-. Vamos, Sila, vamos a lavarnos y a comer algo.
– Marchad vos, lady Rhea, yo me quedaré para supervisar a las jóvenes -dijo la Sanadora, señalando a las mujeres centauro recién llegadas.
Yo iba a protestar, pero gracias a Dios, Victoria me interrumpió:
– ClanFintan me ordenó que te sacara de aquí por la fuerza si era necesario -dijo, mirándome de reojo-, pero preferiría no tener que cargar con otra humana más hoy.
– De acuerdo, está bien. Sila, pediré que te traigan la cena.
– Ya la he pedido yo -dijo Victoria-. Sabía que nuestra Sanadora no dejaría la sala de los enfermos tan pronto.