– Es maravilloso. Gracias, amiga mía -le dije. Le di un abrazo, y después tomé un cepillo del tocador-. Si me disculpáis, creo que me voy a llevar el peine a mi habitación y terminaré de arreglarme el pelo allí. Buenas noches a las dos.
Ellas me desearon buenas noches, y yo escapé por la puerta. Cuando llegué a mi habitación, mis dos adorables guardias se cuadraron, y uno de ellos me dijo:
– Mi señora, lord ClanFintan os espera.
– Bien. Gracias por decírmelo.
Él me saludó y me abrió la puerta.
ClanFintan estaba reclinado en un diván, junto a una mesa llena de bandejas que olían deliciosamente. Al verme entrar, en sus labios se dibujó una sonrisa de bienvenida.
Yo no pude contenerme. Como una adolescente, corrí hacia sus brazos y acepté su beso ansioso.
– ¿Así que quieres espiar a los guardias mientras se bañan?
– Sólo si tú quieres mirar a una Cazadora desnuda -dije yo, mordisqueándole el labio.
– Sólo hay una mujer desnuda a la que yo quiera mirar -respondió él, mientras me besaba lentamente.
Cuando el beso se interrumpió para que yo pudiera tomar aire, pregunté:
– ¿Y cuántas patas tiene?
La risa le sacudió el pecho y me abrazó con fuerza.
– Sólo dos.
– Me alegro.
Nos sonreímos, hasta que mi estómago decidió gruñir sonoramente.
Él se rió.
– Come.
Me giré hacia la mesa. Todo tenía un aspecto tan delicioso que decidí que probaría un poco de cada cosa. Mientras me servía, ClanFintan me hizo algunas preguntas sobre los enfermos, y lamentó saber que había muertos y más pacientes, aunque no se sorprendió. Después de un rato, mi apetito comenzó a aplacarse, y yo pude hacer mis propias preguntas.
– ¿Todavía siguen llegando guerreros?
– Sí -dijo él, satisfecho-. Creo que podremos comenzar a ir hacia Laragon antes de lo previsto. ¿Crees que podrás convencer a Nuada de que ataque el Templo de la Musa en menos tiempo?
– Sí.
Él me apretó los hombros y no dijo nada.
De repente, el agotamiento volvió. Lo único que quería era cepillarme el pelo y dormir. Le besé la mejilla y me puse en pie, y me quité la toalla del pelo, que ya estaba casi seco. Me senté con las piernas cruzadas en el colchón, que estaba preparado para dormir, aún en el suelo, y comencé a cepillarme la melena.
– Deja que lo haga yo -dijo ClanFintan. Se arrodilló detrás de mí y me quitó el cepillo de entre los dedos-. Apóyate en mí y cierra los ojos.
– Mmm. Tienes unas manos maravillosas.
Me tumbé de costado, apoyándome en las almohadas. Al sentir sus manos desenredándome el pelo, quise permanecer despierta para poder disfrutar de aquel momento, y quizá intentar convencerlo de que cambiara de forma aquella noche, pero el estrés del día ganó, y me sumí en un sueño profundo.
Tom Selleck y yo estábamos en un restaurante mexicano maravilloso, en algún lugar del norte de Italia. Las margaritas estaban hechas con zumo de lima de vedad, y Tom estaba contándome por qué a él sólo le atraían las mujeres voluptuosas de más de treinta años, cuando la escena se disolvió y yo atravesé el tejado y salí a la noche clara de Partholon.
Aquella noche no me apetecía perder el tiempo admirando el paisaje ni intentando evitar lo que sabía que tenía que hacer.
– De acuerdo, estoy preparada. Vamos a terminar con esto -dije en voz alta.
Sentí que mi espíritu avanzaba rápidamente, y en poco tiempo estuve situada sobre un patio interior que me resultaba familiar… Las cosas no habían cambiado. Las mujeres estaban encorvadas y silenciosas alrededor de las hogueras, envueltas en mantas. Me enfurecí.
– Llévame ante él -susurré entre dientes.
Mi cuerpo se movió hacia la parte del castillo que había visitado la noche anterior.
«Prepárate, Amada». Aquellas palabras resonaron en mi cabeza.
– Estoy preparada -dije con decisión, y pasé a través del tejado de la habitación de Nuada.
Tardé un momento en orientarme. La cama estaba vacía, pero antes de que pudiera sentir alivio, me llamó la atención un movimiento. Me estremecí de asco al darme cuenta de lo que estaba presenciando. Nuada tenía a una muchacha entre los brazos, en una parodia enfermiza del abrazo de un amante. Ella estaba inclinada hacia atrás, como si hubieran estado bailando, y él tenía la boca firmemente apretada contra su cuello. Movía la mandíbula mientras le mordía la piel. La sangre brotó de su boca y comenzó a recorrer el cuerpo de la muchacha, en un río oscuro, hasta el suelo. Mientras él lamía y succionaba la herida, sus alas comenzaron a moverse, a ponerse erectas, a expandirse, como si fuera un gran pájaro predador. La chica comenzó a retorcerse y a gemir de dolor, y los movimientos de su cuerpo me permitieron ver mejor a Nuada. Él también estaba desnudo, y era evidente que sus alas no eran lo único que estaba poniéndose erecto.
– Eeeh, eso es repugnante -dije, escupiendo las palabras.
Al oír mi voz, Nuada alzó la cabeza y siseó:
– ¿Estás ahí, mujer?
De nuevo, sentí que mi cuerpo se volvía visible.
– Estoy aquí mismo -dije. Mi voz fantasmal rebotó por las paredes.
Nuada tiró a la muchacha al suelo.
– ¡Sal!
La pálida muchacha se puso a gatas y huyó hacia la puerta. Nuada se limpió la boca con el dorso de la mano y se quedó en cuclillas, observándome atentamente.
– Así que has vuelto a mí -dijo con satisfacción.
A mí se me revolvió el estómago.
«Atráelo hacia ti, Amada».
– He venido a ti porque tú no eres lo suficientemente fuerte como para venir a mí.
Sus alas temblaron, y Nuada entrecerró los ojos.
– Es una vergüenza que sólo seas capaz de manejar a unas chicas débiles e indefensas.
Él se relamió. Sus ojos no se apartaban de mis pechos. Yo comencé a acariciarme el cuerpo, y él observó con fascinación el juego seductor de mis manos. Su respiración se hizo agitada.
– Quizá alguien que no sea una muchacha débil sea demasiado para ti…
Su respiración se convirtió en un silbido. Se incorporó y saltó hacia arriba, estirando las ensangrentadas manos en forma de garra hacia el aire, por debajo de mí.
– Si supiera dónde puedo encontrarte -dijo-, te mostraría mi fuerza.
– ¿Quieres saber dónde estoy? Mi hogar es el Templo de la Musa. Pregúntale a cualquiera de tus cautivas, ellas te dirán cómo encontrarlo.
En su rostro apareció una sonrisa lujuriosa.
– Iré a buscarte, y en vez de llenarse con tu risa, esta habitación se llenará con tus gritos.
Mi risa provocadora hizo que él se pusiera a caminar de un lado a otro.
– Encontrarme no es lo difícil, Nuada. Poseerme es lo difícil. Mis hermanas y yo estamos bien protegidas por un ejército de centauros guerreros -dije, y comencé a acariciarme los pechos de nuevo-. Casi siento que no puedas vencerlos. Sería divertido tener una aventura contigo.
Su cara pálida se volvió casi roja de rabia.
– ¡Divertido! -dijo, dando unas cuantas zancadas hacia mí. Contrajo los músculos y saltó hacia arriba, y sus garras me alcanzaron los pies. Yo sentí un dolor agudo cuando me arañó la carne transparente… De repente, estaba fuera de allí.
– ¡Maldita sea! ¡Ay! -dije, y me incorporé de golpe, agarrándome los pies.
– ¿Qué ocurre, mi amor? ¿Qué ha pasado?
El fuego se había apagado, y ClanFintan debía de haber extinguido todas las velas de la habitación antes de dormirse, así que la habitación estaba en la penumbra. Sin embargo, yo veía tres arañazos en las plantas de mi pie izquierdo. Me escocían, como si alguien acabara de golpearme con algo duro y afilado. Los arañazos se me estaban hinchando por momentos, y cada vez estaban más enrojecidos.