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– Me ha hecho daño -dije, frotándome el pie.

– Enséñamelo.

Yo cambié de posición y me apoyé en los codos para que él pudiera inspeccionar las heridas de mi pie. Después, con semblante serio, se levantó y se dirigió hacia la puerta.

– ¿Adónde vas?

– A ningún sitio -respondió, y abrió la puerta. Uno de mis guardias lo saludó-. Ve a ver al Sanador. Dile que necesito bálsamo calmante, como el que se aplica sobre una quemadura o en la picadura de un insecto.

Cerró la puerta y sirvió dos copas de vino.

– Gracias -dije, y le sonreí.

– ¿Cómo ha ocurrido?

– Nuada saltó hacia mí y me arañó justo antes de que Epona me sacara de allí.

Vi que ClanFintan contraía la mandíbula.

– ¿Ha sido suficiente con la visita de esta noche? ¿Crees que movilizará a los Fomorians para que ataquen el Templo de la Musa?

– Creo que sí, pero no lo sabré con seguridad hasta que lo vea salir del Castillo de la Guardia. Lo que sí es seguro es que estaba muy enfadado.

ClanFintan se acercó al borde del colchón y me acarició la mejilla. Después me apartó el pelo de los ojos.

– Pagará caro haberte hecho daño -dijo en un tono peligroso. Yo me alegré de que estuviera de mi lado.

Llamaron a la puerta, y ClanFintan se apresuró a abrir.

– El bálsamo, mi señor -dijo el guardia-. Carolan pregunta si es necesaria su ayuda.

– Dile que no, esta vez.

Antes de volver al colchón, ClanFintan encendió una lámpara de aceite y la acercó. Después me tomó el pie entre las manos y observó los arañazos.

– No son para tanto. Lo que pasa es que escuecen.

En realidad, me escocía el pie como si hubiera pisado un nido de serpientes, pero no quería ser una quejica.

Él me miró con una expresión grave.

– Rhea, ¿no sabes que las heridas del espíritu pueden ser mucho más peligrosas que las del cuerpo?

Me encogí de hombros.

– Yo no sé mucho de esas cosas.

– Escucha tu voz interior. Creo que sabes más de lo que crees. Ahora, tiéndete en el colchón y concéntrate en apartar tu espíritu de cualquier mala influencia.

Yo obedecí. El pie me dolía mucho más de lo normal para tener sólo tres arañazos. Cuando él comenzó a extenderme el bálsamo en la piel con dedos suaves, no pude evitar jadear. El dolor era muy intenso.

– Repite conmigo… concéntrate en tu espíritu… concéntrate en estar bien, completa… -comenzó a recitar, con su voz hipnótica, un cántico que yo repetí-: Cuimhnich, tha mi gle mhath… Cuimhnich, tha mi gle mhath… Cuimhnich, tha mi gle mhath…

El cántico continuó mientras él seguía frotándome la piel para que absorbiera el bálsamo. Cerré los ojos y me concentré en estar bien. Y me di cuenta de que ClanFintan tenía razón. Parte de mí se sentía sucia y dañada por aquellos encuentros con Nuada. Al tocarme para que él me viera, al burlarme de él para provocarlo, era como si permitiera que su oscuridad alcanzara mi espíritu. En cuanto me di cuenta, comencé a deshacerme de aquella oscuridad. La criatura no iba a controlar mis sentimientos ni a estropear mi espíritu.

Entonces, el escozor terminó. Abrí los ojos y sonreí con alivio a ClanFintan.

– Mira -dijo él, y me ayudó a sentarme. Me miré la planta del pie… que estaba suave y libre de cualquier arañazo.

– ¿Qué era lo que estábamos diciendo? -pregunté con asombro.

– «Recuerda, estoy bien» -respondió.

– ¿Sólo eso? Pensaba que era un encantamiento mágico.

Él se echó a reír y me abrazó, y me besó profundamente.

– Las palabras son del Lenguaje Antiguo, pero la única magia que tienen es la que está dentro de ti.

Yo me acurruqué contra él.

– ¿Estás seguro de que sólo era yo? Creo que me has hechizado.

– Esta noche no -dijo. Su mirada era íntima y yo pensé que en la habitación hacía más calor a medida que su voz se hacía más y más profunda-. Tienes que dormir.

– ¿Estás seguro? ¿Por qué no haces ese vudú que te sale tan bien? -susurré contra sus labios.

– Si estás hablando sobre el cambio de forma -me susurró mientras me acariciaba la espalda y las nalgas-, esta noche no puedo.

Yo me deslicé contra su pecho caliente para poder susurrarle al oído:

– ¿Por qué no?

Con suavidad, me apartó de su cuerpo y me metió bajo su brazo, donde supongo que yo podía hacer menos daño. Me sentí gratificada al notar que se le había acelerado la respiración y que él también estaba ruborizado.

– Mañana comenzamos la marcha hacia el Templo de la Musa. No puedo permitirme cambiar de forma esta noche -dijo-. Por mucho que lo desee.

– ¿Nos vamos mañana? -pregunté, con el estómago encogido-. ¿Tan pronto?

– Después de lo que ha pasado esta noche, creo que Nuada va a moverse, y tenemos una legión de centauros preparada para viajar.

– ¿Y los hombres que supuestamente van a atacar desde el oeste?

– McNamara y Woulff han enviado mensajes diciendo que sus ejércitos se unirán a nosotros. Envié allí a Connor, con un grupo de centauros, a que dirijan la marcha.

– Supongo que no les gustó nada la información de lo que les están haciendo a las mujeres.

– Bueno, nuestro mensajero dijo que eso enfureció a los hombres… pero también dijo que había enfurecido más a sus esposas.

– Sí, estoy segura de que sí.

– Parece que la primera esposa del viejo McNamara murió el invierno pasado, y él volvió a casarse con una esposa joven y bella. Cuando ella supo la noticia, le dijo que si quería que su cama estuviera caliente en el invierno, tenía que asegurarse de que los Fomorians no siguieran con sus fechorías.

– Me encanta… Una chica lista -dije con un bostezo-. Recuérdame que le dé las gracias algún día, ¿de acuerdo?

– Primero, duerme. Nos marchamos al mediodía.

Me acurruqué contra él. El calor de su cuerpo y la delicadeza con que me acariciaba el pelo me adormecieron rápidamente.

Capítulo 9

– Sigo pensando que debería ir contigo -dijo Alanna, que estaba a punto de llorar.

Yo suspiré mientras me ponía la ropa de montar, maravillándome de nuevo con su flexibilidad y su belleza.

– Alanna, a mí también me gustaría que pudieras venir con nosotros, pero no puedes exponerte a la viruela.

– Aquí también hay viruela.

– Ya hemos hablado de esto. Aquí la enfermedad está en cuarentena. Seguramente, en el Templo de la Musa lo ha infectado todo.

– No me gusta la idea de que te vayas sin mí.

– A mí tampoco, pero me gusta menos pensar que podrías morir de viruela.

Ella me entregó una de mis botas. Yo le di la vuelta y sonreí al ver la estrella que tenía tallada en la suela. Era genial ir dejando estrellas marcadas allá donde pisara. Miré hacia arriba y me di cuenta de que Alanna me estaba observando con cara de ponerse a llorar.

– Lady Rhiannon ni siquiera se daba cuenta de que había una estrella.

– A mí me parecen estupendas -dije con una sonrisa-. Rhiannon era una bruja.

Ella sonrió al oírmelo decir otra vez. Yo la tomé de la mano.

– Amiga, no podría soportar que te ocurriera algo sólo porque crees que tienes que cuidar de mí.

– Me preocuparé por ti todos los días -dijo con la voz temblorosa.