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Un murmullo de disgusto recorrió a mi público.

– Su madre lo abandonó después de que naciera, pero una diosa de corazón bondadoso… -rebusqué en la cabeza frenéticamente-, eh… la musa de la Música, se apiadó de él. Lo llevó a su templo, y le permitió que viviera en las catacumbas, bajo el edificio. Para compensarlo por su terrible desfiguración, le concedió el don que era más importante para ella, la habilidad mágica de hacer música, tanto con instrumentos como con la voz. Así pues, el niño se convirtió en un hombre, viviendo en las entrañas del templo, adorando su música y perfeccionando su habilidad. Su único amor era la música; su mayor alegría era escuchar a su musa modelando las voces de los neófitos que acudían a estudiar al templo.

Los centauros escuchaban absortos. Era una clase muy buena.

– Nunca permitía que lo vieran, e incluso se fabricó una máscara, blanca como la luz de la luna reflejada en la nieve, que siempre llevaba puesta para ocultar la cara de las sombras y los espíritus, que eran su única compañía. Incluso llegó a creer que él era una sombra, o un espíritu, y se llamó a sí mismo el Fantasma del Templo.

Bueno, funcionaba.

– Se convenció a sí mismo de que estaba contento con su vida, de que no necesitaba nada más que la música para llenar sus días oscuros y sus noches interminables. Hasta un día en que, por casualidad, oyó cantar a una joven neófita, y cometió el error de mirarla a través de un espejo oculto. Se enamoró al instante, irrevocablemente, de ella. Se llamaba Christine.

Me moví alrededor de la hoguera, entretejiendo una versión envilecida de aquella historia eterna. Me encantaba enseñarles aquella historia a los estudiantes de primero. Todos los años les hacía leer la novela original de Gaston Leroux, y después yo leía en alto la recreación romántica que hizo Susan Kay en la década de los noventa. Después, escuchábamos el fantástico musical del Andrew Lloyd Weber. Cuando llegaba la escena final, había muy pocos ojos secos en mi clase.

Para mis centauros, mezclé las tres versiones, y fabriqué un cuento que los hipnotizó.

– … y cuando finalmente tuvo a Christine a solas, en sus habitaciones bajo el templo, supo que sólo había una forma de conseguir que ella lo amara, y era conmover su corazón lo suficiente como para que olvidara el horror de su rostro. Así que la envolvió en sus palabras y le cantó La música de la noche.

– ¿Y qué hizo Christine? -preguntó mi marido, con la voz tomada por la emoción. El mundo se había estrechado tanto que parecía que estábamos solos.

Sonreí a través de las lágrimas, y dije una enorme mentira:

– Superó el miedo que le causaba su aspecto y eligió la belleza que él tenía dentro, y vivieron felices para siempre.

Hubo vítores entre el público, que prorrumpió en aplausos y en golpes de cascos contra el suelo. En medio de todo aquello, ClanFintan me tomó en brazos y me besó con fuerza, largamente, lo cual provocó más vítores y aplausos. Después, mi marido me alejó de la hoguera del campamento. Miré hacia atrás por encima de su hombro, y me sorprendió y conmovió ver a Sila sonriendo melancólicamente mientras lloraba, y a Victoria enjugándose las lágrimas de los ojos con una mano, y despidiéndose de mí con la otra.

Claramente, había tenido un gran éxito.

– Y tú temías que no pudiera conseguirlo -le dije a ClanFintan, y le besé el hombro musculoso. Después, pensándolo bien, le di un mordisco.

– Ya sabes que yo también muerdo -me dijo él, con seriedad.

– Cuento con ello -respondí, y le besé el lugar que acababa de morderle.

– No es que temiera que no serías capaz de entretenerlos… -ClanFintan hizo una pausa. Yo me mantuve en silencio, y permití que continuara mientras nos alejábamos del campamento-. Es que sé que no te gusta que piensen de ti como piensan de lady Rhiannon, y contar historias es algo muy…

– ¿Muy típico de ella?

– Sí.

– Nuestras vidas se solapan -dije, encogiéndome de hombros-. No puedo evitar eso. El único remedio que tengo es hacer mío lo suyo.

Me pregunté brevemente qué estaría haciendo ella con mi vida, pero tuve que ahogar aquel pensamiento. Aquélla era mi vida; no había nada que pudiera hacer con respecto a sus acciones en otro mundo. Si pensaba en las posibilidades, en lo mucho que debía de estar hiriendo a mis amigos y a mi familia, me volvería loca de frustración. No había vuelta atrás, no había arreglo. Miré el perfil fuerte de mi marido, y admití que, aunque tuviera forma de volver, no lo haría. Entendía que era una decisión egoísta, pero él era mi amor, y con él estaba el lugar en el que había decidido construir mi vida. Cerré los ojos y apoyé la cabeza en su hombro, deseando que a Rhiannon la atropellara un autobús.

Capítulo 11

– No estarás dormida, ¿verdad?

– No.

Abrí los ojos y miré a mi alrededor.

ClanFintan había viajado hacia el norte, y habíamos pasado la zona en la que estaba acampado el ejército. Yo oí que respondía al saludo de un centinela, y que seguía moviéndose. Giró hacia la derecha, y pronto estuvimos envueltos en la oscuridad del bosque. La luna había salido al cielo, y sus rayos de plata se filtraban a través de las ramas de los árboles, bañándolo todo en un brillo surrealista.

– ¿Adónde vamos?

– Tengo una sorpresa para ti.

– ¿De verdad? -pregunte, y comencé a palpar su chaleco en busca de bolsillos.

– ¿Qué estás buscando?

– Un estuche de joyas.

ClanFintan se echó a reír.

– No es ese tipo de sorpresa.

Entonces, miró por el suelo del bosque, como si estuviera buscando algo. Oí un gruñido suyo de satisfacción, y se acercó a un viejo árbol caído. Parecía que un rayo lo había dividido por la mitad. ClanFintan se detuvo junto a la parte más grande y más alta.

– Quédate ahí de pie -me dijo él, mientras me depositaba sobre el tronco.

Era ancho y fuerte, y no tuve problemas para mantener el equilibrio. Miré a ClanFintan, y él sonrió.

– ¡Eh! ¡Ahora estoy casi a tu altura!

Y lo estaba. Casi. Mis ojos quedaban junto a su barbilla. Le rodeé los hombros con los brazos y me incliné hacia él para besarle la hendidura de la barbilla.

Él me abrazó por la cintura, encontró mis labios con los suyos, y comenzó a darme un beso lento, sensual, que parecía no tener fin. Yo separé los labios y dejé que me devorara, perdiéndome en su calor. Me alegré de que me estuviera abrazando, porque comenzaron a fallarme las rodillas. Él me estrechó contra sí, y comenzó a besarme el cuello. Yo me apoyé en su cuerpo y recorrí con las palmas de las manos los músculos fuertes de sus hombros y su espalda.

Sin detenerse en su exploración, me desató las cintas que mantenían cerrado mi peto de cuero, y me lo quitó. Bajó la cabeza hasta mis pechos y comenzó a alternar sus caricias eróticas entre mordiscos, succiones y besos. Entonces, noté que me desataba los lazos de los pantalones. Yo me agarré a ClanFintan y salí de ellos, y me quedé vestida sólo con uno de aquellos minúsculos tangas. Le susurré:

– Pensaba que no era recomendable que cambiaras de forma en este momento.

Él me agarró el trasero con ambas manos y me estrechó sin contemplaciones contra su cuerpo, susurrándome contra los labios:

– No voy a cambiar de forma.

– Oh… -dije, cuando liberó mi boca-: Entonces, ¿qué…?

– Ésa es la sorpresa.

Me eché un poco hacia atrás para poder mirarlo a los ojos.

– No lo entiendo.

Él tenía uno de sus brazos a mi alrededor mientras hablaba. La otra mano estaba ocupada con mi cuerpo. Primero me acarició los pechos suavemente.