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Yo cerré los ojos y susurré:

– Por favor, no me hagas bajar ahí.

«Sé fuerte, Amada. Recuerda, estoy contigo».

Aquélla fue mi única respuesta, pero por fortuna, mi cuerpo no se detuvo en la carnicería que había en el exterior del castillo. Floté rápidamente hacia una habitación situada en una de las torres, que estaba iluminada con multitud de antorchas, velas y varias chimeneas.

Epona no tuvo que prepararme. Sabía lo que iba a tener que soportar cuando mi cuerpo atravesó el techo de aquella habitación.

Nuada estaba solo, sentado en una silla, con una copa llena de un líquido rojo entre los dedos, anormalmente largos y blancos. Yo no creía que lo que estaba bebiendo fuera un buen tinto.

– ¿Preocupado por la batalla de mañana, Nuada? -pregunté.

Él no siseó ni se lanzó hacia mí, como de costumbre. Tomó un sorbo de la copa y sonrió.

– No, mujer, espero con impaciencia que llegue la noche de mañana, porque entonces serás mía.

– Buena idea. Tienes una última noche de libertad, así que aprovéchala con tus fantasías -dije yo.

Se puso en pie lentamente, y se volvió hacia mi voz. Apoyó la mano sobre el respaldo de la silla.

– He decidido que no voy a matarte. Te mantendré con vida durante mucho tiempo, para que puedas darme placer una y otra vez.

– ¿De veras? -me eché a reír, y mi cuerpo apareció, en un resplandor, ante su vista.

– Me temo que mi marido centauro no va a estar de acuerdo con tu plan.

– ¡Marido! -siseó-. Corta esos lazos, mujer. Me perteneces.

La ira se apoderó de mí, y le escupí las palabras.

– ¡Criatura repugnante! ¡ClanFintan te aplastará con sus cascos como la cucaracha que eres, y te enviará a pudrirte al infierno! Mírame bien, porque esto es lo máximo que vas a conseguir de mí.

Comenzó a aletear con furia y gritó:

– ¡Mañana por la noche, mujer! ¡Serás mía!

Cuando me lanzó la copa, Epona me sacó de aquella escena horrible. Yo mantuve los ojos cerrados hasta que me sentí de nuevo dentro de mi cuerpo.

Respiré profundamente, y me aferré a mi marido. Él me apretó el brazo en respuesta.

– Están en el Castillo de Laragon -dije.

Él me tomó la mano y se la llevó a los labios.

– Van a atacar el Templo de la Musa mañana por la noche.

– Eso coincide con nuestro plan.

– Nuada te va a buscar.

– Bien. Eso me ahorrará la molestia de buscarlo yo a él -dijo ClanFintan. Después, se dirigió al centauro que estaba a nuestro lado en la columna-. Dile a Dougal que suelte las palomas para avisar a los ejércitos humanos. Atacaremos Laragon mañana por la noche.

Yo iba a decirle que tuviera cuidado, pero justo en aquel momento torcimos una curva del río y oímos un grito de alegría de una multitud de muchachas entusiasmadas que había en la otra orilla. El Templo de la Musa brillaba iluminado por el sol de poniente. Los centauros comenzaron a gritar y a saludar en respuesta. ClanFintan dio una orden, y todo el ejército emprendió un galope sincronizado.

Lo cual habría sido una experiencia excitante, de no ser porque vi que nos dirigíamos a un puente suspendido de aspecto muy delicado, que era el único medio de cruzar el río enfurecido.

– Oh, mierda -dije.

ClanFintan gritó por encima de las bienvenidas de las muchachas:

– ¡Cierra los ojos y agárrate! Sabes que nunca te dejaré caer.

Yo cerré los ojos y escondí la cara entre su pelo murmurando:

– Magnífico, así los dos nos precipitaremos hacia la muerte cuando esa maldita cosa se rompa.

Sentí que la risa le sacudía los hombros cuando pisaba el puente.

– Espero no vomitar.

– Si lo haces, gira la cabeza. Y recuerda que también te están dando la bienvenida a ti.

– ¡Ooooh! -dije, al sentir que nos mecíamos con el viento y por el peso de los centauros que nos seguían.

– ¿No podías elegir este momento para llevarme a uno de esos viajes espirituales? -le pregunté a mi diosa.

«Confía en él, Amada. Nunca te dejará caer».

Oí aquellas palabras en mi mente, pero hubiera jurado que fueron seguidas de una risa divina.

Capítulo 13

El Templo de la Musa era todavía más impresionante desde el suelo. Seguimos un camino cubierto de flores hasta el edificio central, y entonces, las bellas jóvenes dividieron el ejército y guiaron a cada grupo a su alojamiento, entre muchas risitas humanas y carcajadas de mujeres centauro. Thalia estaba en la escalinata de la entrada del gran edificio, para recibirnos. Llevaba un vestido largo, plateado, que lucía como si estuviera hecho de millones de brillantes diminutos. Llevaba el pelo, del color de la miel, recogido en una trenza adornada con gardenias, y la luz del atardecer envolvía sus ojos ciegos en una sombra.

– Bienvenida de nuevo, Elegida de Epona -me dijo, sonriéndome con calidez-. Y… Sumo Chamán ClanFintan, siempre nos agrada recibir tu visita.

– Thalia… -ClanFintan se adelantó y tomó la mano que ella le ofrecía, llevándosela brevemente a los labios-. Los años no pasan por ti.

La risa de la Musa era contagiosa.

– Ahórrate las zalamerías para tu flamante esposa -dijo, pero con evidente afecto. Después, ladeó la cabeza hacia mí-. Lady Rhea, he esperado mucho para daros la bienvenida.

Tuve la desconcertante sensación de que sabía quién era yo. Por impulso, bajé del lomo de ClanFintan y la tomé de la mano.

– Gracias, yo también me alegro de verte.

Ella me apretó la mano cariñosamente en respuesta.

– Vamos, nuestras doncellas os mostrarán el camino hacia vuestra habitación. Después de que os hayáis arreglado, podréis uniros a la fiesta que hemos preparado para vosotros.

Se volvió y comenzó a subir con seguridad las escaleras hacia las puertas abiertas del templo. La única evidencia de su ceguera era el modo en que palpaba el suelo con su bastón de marfil.

«Ve más que el resto, Amada».

Aquellas palabras que resonaron en mi mente no me sorprendieron.

Nos condujeron por pasillos que hacían que el Templo de Epona pareciera modesto en comparación. Los techos eran altísimos, decorados con molduras que reproducían escenas de las Sacerdotisas y de sus aprendizas. Me asombré al ver pájaros de colores volando sobre nuestras cabezas, llenando el aire con sus trinos. Nuestra lujosa habitación tenía su propio baño, con una piscina de agua caliente. Yo noté que habían dejado un vestido vaporoso doblado en una esquina de la enorme cama.

ClanFintan y yo nos bañamos y nos vestimos rápidamente, porque él me advirtió que no teníamos mucho tiempo antes de la cena. Al terminar, mi marido me tomó de la mano y juntos salimos al pasillo, donde una multitud se dirigía al gran comedor. Los centauros sonreían, relajados y contentos, mientras seguían a sus anfitrionas a la cena. Para mí era difícil pensar que iríamos a una batalla en menos de veinticuatro horas.

Entramos a la sala del banquete, y a mí se me escapó un jadeo al ver lo exquisita que era la habitación. Estaba llena de mesas y de divanes, y había comida y bebida por todas partes. Desde la cúpula colgaban al menos doce lámparas enormes de cristal, y el techo estaba decorado con un mural del cielo nocturno, con todas las constelaciones marcadas con piedras preciosas. Toda la sala resplandecía.

– Tiene que haber magia aquí dentro -le dije a ClanFintan en un susurro, mientras nos llevaban hacia nuestra mesa.