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– Sí -me respondió él-. Siempre hay magia presente en el Templo de la Musa.

– ¡Vaya! Eso sí que es asombroso.

Él me besó en la cabeza mientras se reía.

– La magia es como la vida, sus presentes son mejores cuando son inesperados.

– Entonces, esta habitación es un gran presente.

Cómo era mi nueva y sorprendente vida, pensé mientras llegábamos a la mesa.

– Ah, lady Rhea, ClanFintan. Por favor, sentaos.

Thalia señaló un gran diván, colocado de modo que ClanFintan y yo pudiéramos sentarnos en nuestras posiciones favoritas para comer, él reclinado y yo, al borde, junto a él.

Me pregunté cómo era posible que supiera tanto de nosotros. Un momento, ¿cómo sabía que me hacía llamar Rhea?

Y, como si fuera capaz de leerme el pensamiento, me dijo:

– Sé más que eso, Shannon -dijo Thalia, inclinándose hacia mí para que nadie oyera nuestras voces.

Yo pestañeé de la sorpresa.

– Pero… yo… no…

Su risa contagiosa chisporroteó entre nosotras.

– No te preocupes, me alegro de que por fin haya llegado la verdadera Elegida de Epona. Todos nos alegramos.

– Oh -dije con desconcierto.

– No temas todo lo que no entiendas inmediatamente -me dijo Thalia-. Tu diosa está contigo. Eso es lo que realmente importa.

Me dio unas palmaditas amables en la mano, y de repente, me recordó a mi madre. Noté que se me llenaban los ojos de lágrimas.

– ¿Qué te sucede? -me preguntó.

– Nada. Me siento alegre de estar aquí.

Sin titubear, ella me acarició la mejilla, exactamente igual que habría hecho mi madre.

– Debes de tener hambre.

Dio una palmada y los sirvientes comenzaron a traer las bandejas de comida humeante.

Mientras devoraba una deliciosa codorniz rellena, charlé relajadamente con Victoria, que estaba junto a nosotros. En el siguiente plato, vi que Sila entraba en la sala, y me puse furiosa conmigo misma por no haberme acordado de la amenaza de la viruela. Antes de sentarse junto a Victoria, Sila se dirigió a Thalia.

– Parece que tenéis el brote bajo control -dijo con sumo respeto-. Melpomene me ha pedido que os informe de que ninguna de las jóvenes ha empeorado, y de que la gente de Ufasach Marsh pronto se habrá recuperado lo suficiente como para volver a su casa -con el ceño fruncido, añadió-: Pero Terpsícore ha enfermado, y no podrá asistir a la fiesta.

– Gracias, Sila. Por favor, siéntate y descansa.

Yo le susurré a ClanFintan:

– ¿Terpsícore no es la muchacha que bailó en nuestra boda?

– Sí -respondió él.

– Y Melpomene es la Encarnación de la Musa de la Tragedia -intervino Thalia, sorprendiéndome-. Piensa que tiene que estar a cargo de todo cuando hay una enfermedad.

– Entonces, ¿estáis familiarizadas con la viruela?

– No es raro que esa enfermedad venga de Ufasach Marsh, y ya nos hemos enfrentado más veces a ella. Pero nos entristece saber que llegó hasta el Templo de Epona.

– Tenemos en cuarentena a los enfermos, y nuestro Sanador dice que tiene el brote bajo control.

– Excelente -dijo Thalia. Después de tomar un sorbito de vino, siguió hablándome en voz baja-. Quizá quieras saber que la mujer que está sentada junto a tu marido es Caliope, Encarnación de la Musa de la Poesía. Junto a ella está Cleio, Encarnación de la Musa de la Historia -ladeó la cabeza y escuchó un instante antes de seguir-. En la cabecera de la siguiente mesa está Erato, Encarnación de la Musa de las Letras de Amor, entreteniendo a Dougal, que perdió recientemente a su hermano.

Seguí con la mirada sus presentaciones, y me alegré al ver que Dougal estaba escuchando con embeleso a la preciosa Erato, que le hablaba animadamente.

– Quien está sentada a la mesa con los líderes de los guerreros es Polimnia, Encarnación de la Musa de la Canción, la Retórica y la Geometría, vestida con una túnica violeta, y Urania, Encarnación de la Musa de la Astronomía y la Astrología, que debería llevar su típica túnica de terciopelo, del color del cielo nocturno.

– Sí, es exactamente como lo describes.

– Ya sabes que Terpsícore, la Encarnación de la Musa de la Danza, ha enfermado… y Euterpe, Encarnación de la Musa de la Poesía Lírica, enfermó hace dos días.

– Lo siento. Terpsícore bailó en nuestra boda. Era bellísima.

– Y si su diosa lo desea, volverá a serlo.

– Thalia, gracias por explicarme todo esto. Y gracias por aceptarme.

– Eres muy bienvenida, hija.

Se irguió, sonriendo, y dio unas palmadas. Todos los comensales quedaron en silencio, expectantes.

– Permitid que entretengamos a nuestros bravos guerreros centauros -dijo-. Y que todas nuestras diosas os bendigan mañana.

Erato fue la primera en levantarse. Comenzó a cantar una canción conmovedora sobre una joven campesina que ganó el corazón del hijo de su señor, y sobre las hazañas que el joven tuvo que completar antes de que su padre consintiera su matrimonio.

Erato fue seguida por Caliope, que recitó un poema épico sobre el primer Sumo Chamán centauro, que concluyó con un aplauso ensordecedor. Después, Polimnia cantó una balada increíblemente bella que me recordó a algo que podía haber oído en un disco de Enya. Después, cuando varias bailarinas entraron en la sala y comenzaron a bailar de modo sensual al ritmo de unos tambores, noté que se me cerraban los ojos de sueño.

ClanFintan me rodeó con sus brazos y yo intenté permanecer despierta.

– Shh, duerme, hija -oí que me decía Thalia, con su voz maternal-. Tu diosa te llama.

Y la oscuridad me envolvió.

En aquella ocasión, no tuve ningún sueño agradable del que mi espíritu fuera arrancado. Me deslicé hacia arriba y atravesé la cúpula en respuesta al grito de «¡ven!».

Floté sobre el enorme templo, desorientada por un momento. El templo estaba rodeado de niebla y las nubes ocultaban la vista de las montañas y del río. Sin embargo, la risa y la música me rodeaban en el aire nocturno. Pese al mal tiempo, el Templo de la Musa estaba vivo, y la moral era alta.

De repente, mi cuerpo comenzó a moverse en dirección al oeste. Comencé a pasar sobre los campos que separaban el Castillo de Laragon del Templo de la Musa, atisbando sólo algunos retazos de verde entre las nubes bajas. No había llegado muy lejos cuando comencé a notar una sensación incómoda en la boca del estómago.

Mi velocidad disminuyó. Entonces, me detuve.

Tenía el corazón acelerado, y oía cómo la sangre me golpeaba en las sienes. Por debajo de mí, justo en los límites de las tierras del templo, al oeste, los campos húmedos de niebla estaban invadidos por el ejército de Fomorians, que se aproximaban lentamente, valiéndose de sus alas para ampliar sus zancadas de insecto.

¡No! Cerré los ojos y obligué a mi espíritu a volver a mi cuerpo…

Me levanté de un salto e interrumpí la preciosa danza con un grito.

– ¡No!

– ¡Rhea! -exclamó ClanFintan-. ¿Qué te ocurre?

Yo intenté tomar aire. Estaba temblando.

– ¡Ya vienen! ¡Los Fomorians están casi a las puertas del Templo!

El caos estalló en la sala. ClanFintan se puso en pie y comenzó a gritar pidiendo silencio. Centauros y humanos obedecieron.

– Entonces, ha llegado el momento -dijo. Se dirigió a los centauros con la confianza de un líder experimentado-. Jefes de los Clanes, reunid a vuestros guerreros en la pradera oeste. Dougal, envía a nuestro mensajero más veloz con órdenes de evitar las líneas enemigas, de llegar a los humanos y decirles que esperamos su ayuda. Que suelten palomas mensajeras con el mismo aviso. Y recordad, centauros, no deben romper nuestras líneas.