– ¿Qué es ese brillo?
– Nuestros centauros han sacado las espadas -explicó Victoria.
Yo sentí un escalofrío.
– Están avanzando.
Su voz carecía de emoción, y era alta, para que las demás Cazadoras pudieran oírla. Al escucharla, sentí una extraña desconexión, como si estuviera viendo un programa de televisión raro. Para mí era difícil pensar que mi marido era parte de aquella línea de espadas brillantes.
Victoria se quitó el catalejo de los ojos y me lo entregó.
– ¿Qué pasa ahora?
– Ha comenzado la batalla.
Temblando, yo miré a través del instrumento hacia la escena lejana.
A través de la mañana gris y sombría, divisé la línea de centauros avanzando cuando los arqueros se separaron, y cómo, moviendo las espadas, se dispersaban para unirse a los flancos izquierdo y derecho. Intenté distinguir a los centauros individualmente, pero estaban demasiado lejos. Ni siquiera veía a los Fomorians.
– No sé qué está ocurriendo -dije.
– Puede seguir así durante horas -dijo ella, con una sonrisa bondadosa-. La primera batalla que presencias es siempre la más horrible.
– ¿Y lo único que podemos hacer nosotras es estar aquí, observando?
– Sí.
Y eso fue lo que hicimos. Mientras la mañana avanzaba hacia el mediodía, cinco estudiantes nos trajeron bocadillos de carne y queso, y un poco de vino dulce.
– Dile a Thalia que no hay ningún cambio -le indiqué a una de las muchachas.
– Ya lo sabe, lady Rhiannon -respondió. Después, salieron del tejado.
– Thalia ve muchas cosas -me dijo Victoria.
– Sí, ya me doy cuenta.
Comimos, haciendo turnos para vigilar a través del catalejo. Cuando terminé mi bocadillo, Cathleen, una de las Cazadoras, me entregó el catalejo para que pudiera hacer mi turno. Me lo coloqué en el ojo, enfocando hasta que distinguí el campo de batalla. Entonces, tuve náuseas.
– ¡Victoria! -la Cazadora se acercó rápidamente a mí, y yo le entregué el instrumento-. ¡El frente se está moviendo!
Ella miró por la lente y se quedó inmóvil.
– Los Fomorians han roto la línea de los centauros. Estas mujeres están condenadas.
Capítulo 15
– ¡No! -exclamé yo, tomándola del brazo-. Los Fomorians no puede cruzar el agua. Estar separados de la tierra por una corriente de agua les provoca un dolor insoportable. Si podemos llevar a las mujeres por el puente hasta la otra orilla del río, estarán a salvo.
Me entregó el catalejo y se puso a dar órdenes a las Cazadoras.
– Debemos llevar a las mujeres a la otra orilla del río. Las criaturas han atravesado las líneas de nuestros guerreros. Tenemos que salvar a las mujeres. ¡Vamos!
Mientras las Cazadoras pasaban a mi lado para salir del tejado, yo miré por el catalejo. Ahora podía ver las formas aladas de los Fomorians inundando las líneas de los centauros. Ya no formaban un frente discernible, sino que había una mezcla de cuerpos, y la batalla se trasladaba hacia el Templo de la Musa. Vi cómo los centauros atravesaban a las criaturas con las espadas, y cómo las criaturas rodeaban en grupo a un centauro y le mordían las rodillas para hacerlo caer. Mientras yo miraba, los monstruos morían en masa, pero eran reemplazados rápidamente por más criaturas, que subían sobre los cuerpos de sus muertos para estar a la misma altura que los centauros. Oleada tras oleada, sus garras y sus dientes destrozaban a los centauros, y éstos no tenían más remedio que ceder terreno.
– Vamos, Rhea.
– ¡No lo veo!
– Rhea, él dijo que te encontraría. No te va a servir de nada quedarte ahí mirando, pero puedes ayudamos a salvar a las mujeres.
Entonces, dejé el catalejo y sin pensar nada más y seguí a Victoria escaleras abajo.
Cuando entramos en la sala del banquete, el murmullo temeroso de las muchachas se acalló. Thalia se acercó en silencio a nosotras.
– El ejército centauro no ha podido contener a los Fomorians. Las criaturas van a invadir el templo -dije con calma.
– Sí, mi diosa me lo ha comunicado. ¿Qué debemos hacer?
– Todas las mujeres deben cruzar el puente rápidamente. Los Fomorians no pueden atravesar el río Geal. En la otra orilla estaréis a salvo.
Miré a mi alrededor hasta que vi a Sila.
– Sila, hay que poner en camillas a las enfermas. Las Cazadoras las transportarán.
La Sanadora asintió y se marchó rápidamente.
– Señoritas… -dijo entonces Thalia, con una voz majestuosa que llenó toda la sala-, seguid a las Sacerdotisas hacia el puente. Debemos dejar el templo. No llevéis nada con vosotras, salvo vuestras vidas. Mi diosa me ha asegurado que no es la última vez que veremos nuestro amado templo, y que lo perdido será recuperado. Ahora, debemos marcharnos rápidamente, rezando con fervor para que los centauros puedan reunirse con nosotras al otro lado del río.
Las Sacerdotisas se dirigieron hacia las puertas, cada una de ellas, seguida por su grupo de estudiantes. Erato tomó a Thalia de la mano, y juntas, animaron a las rezagadas para que siguieran a sus compañeras.
– Deberías ir con ellas, Rhea -dijo Victoria.
– ¿Adónde vas tú?
– A ayudar a trasladar a las enfermas -respondió.
Sus Cazadoras ya estaban yendo hacia la enfermería.
– Me quedo contigo -dije, y antes de que pudiera protestar, añadí-: ClanFintan dijo que me quedara contigo.
Ella suspiró.
– Entonces, ven aquí. Nos moveremos más deprisa si montas en mi espalda.
Como ClanFintan, me agarró por los brazos y me subió a su lomo. Me agarré con fuerza a sus hombros y rápidamente, Victoria siguió a la última de las Cazadoras por un pasillo. Cuando percibimos un olor familiar y desagradable, supimos que habíamos llegado a nuestro destino. Yo me deslicé hasta el suelo y Victoria abrió la puerta. Sila estaba en mitad de la habitación, ayudando a las enfermas a dejar las camas y a tenderse en camillas. Nos miró cuando entramos.
– Las que están más cerca de la puerta están preparadas -dijo.
– Hay más de las que yo pensaba -dijo Victoria en voz baja-. Trabajad deprisa, Cazadoras. ¡Sila! Tenemos poco tiempo.
– ¡Escuchad todas! -dijo entonces la Sanadora-. Aquéllas que podáis manteneros en pie, debéis montar en las Cazadoras. Levantaos si pensáis que podéis montar.
Una docena de jóvenes se levantaron lentamente de sus camas.
Las Cazadoras se acercaron rápidamente a las mujeres. Yo las seguí para ayudar a las enfermas a que montaran sobre las mujeres centauro. Cuando estaban dejando la habitación, entró una mujer alta, vestida de negro, y las bendijo.
– Sacerdotisa -dijo Sila, dirigiéndose a aquella mujer-. Debéis cruzar el puente con las demás.
– No voy a marcharme hasta que esta habitación esté vacía -dijo dramáticamente.
Debía de ser Melpomene, Encarnación de la Musa de la Tragedia. Era de esperar.
Ayudé a otra adolescente a levantarse, y vi a una mujer morena que estaba apoyada contra sus almohadas.
Estuve a punto de llamarla Michelle, pero me contuve a tiempo.
– Terpsícore -dije. Me acerqué a su cama, observándola-. Parece que estás bien como para montar. Sube al lomo de la primera Cazadora que vuelva.
– Mis estudiantes deben salir primero -respondió ella. Tenía los ojos brillantes de fiebre, y la cara sonrosada. Evidentemente, estaba en la primera fase de la enfermedad.
– Te necesitan.
– Las que se marchen en último lugar también.