– ¡Es una fuente termal!
Incluso mi voz respondió al aroma curativo de la habitación, y Suzanna-Alanna no tuvo que hacer un esfuerzo por oírme.
– Sí, mi señora – dijo.
Parecía agradada por el hecho de que yo pudiera identificar el olor metálico del agua y hablar con algo de claridad.
– Permitidme que os ayude a quitaros la túnica.
Lo cual hizo, rápidamente, con maestría. Después, me hizo una señal para que descendiera por unos escalones de roca hacia el agua humeante. Era profundo, pero había varias cornisas suavizadas y situadas convenientemente a lo largo de una de las paredes de la piscina, y yo me senté cuidadosamente en una, con un gran suspiro. Observé, a través de los párpados medio cerrados, cómo Suzanna-Alanna tomaba esponjas y pequeños frascos del tocador, y me servía un líquido rojo y oscuro en una copa dorada. Después, se arrodilló al borde de la pila, junto a mí.
Yo acepté la copa y suspiré de placer al probar un magnífico cabernet. Entonces, como si lo hiciera todos los días, Suzanna me levantó el brazo que no sujetaba la copa y comenzó a pasarme una esponja enjabonada por él.
– Mi señora, debéis prepararos para recibir a vuestro prometido.
– ¡Yo puedo lavarme sola! -susurró, y dejé la copa al borde de la piscina antes de continuar-. Y no creas que puedes distraerme para que se me olviden todas las tonterías que me has dicho en el pasillo. Quiero saber lo que está pasando ahora mismo, Suzanna Michelle.
– Perdonadme, mi señora. No quería ofenderos.
Inclinó la cabeza y se agarró las manos sobre el pecho, como si estuviera esperando un acto de disciplina.
Yo no sabía lo que estaba pasando. Era evidente que algo no iba bien. Pero, fuera lo que fuera, estaba segura de que aquel delicioso cabernet ayudaría. Di otro sorbito para que me calmara la garganta. Suzanna no se había movido.
– Suz -susurré-, no estoy enfadada, y lo sabes perfectamente.
Antes de que ella consiguiera controlar su expresión, vi que era de completo asombro.
– Sin embargo -continué-, sí estoy confusa. Empieza otra vez y explícame dónde estamos.
Me pareció una pregunta muy fácil.
– Estamos en vuestros baños, en el sagrado Templo de Epona.
Yo sacudí la cabeza suavemente. ¿Un hospital con el nombre de una diosa pagana en mitad del Cinturón de la Biblia de Estados Unidos? Quizá no hubiera sido lo suficientemente específica en mi pregunta.
– ¿En qué Estado?
– Parece que habéis sufrido heridas, mi señora, pero os estáis recuperando muy bien.
– No, Suz, no me refiero a mi estado físico, me refiero a en qué Estado nos encontramos. ¿Cuál de los cincuenta Estados de Estados Unidos?
– ¿Os referís a nuestra situación en el mundo?
– Sí, amiga mía.
– El Templo de Epona controla todo el territorio que lo rodea. Como Sacerdotisa de Epona, vos sois la regidora de sus tierras.
Bueno, eso era reconfortante.
– Suzanna, no quiero asustarte ni molestarte, pero no tengo ni idea de qué estás hablando.
– Mi señora -dijo ella con timidez-. Quizá sea porque ya no estáis en vuestro mundo.
Eso sí me llamó la atención.
– Suzanna, acabas de decir que yo soy la señora, y que mi prometido está a punto de llegar. ¿De qué demonios estás hablando? Oh, y por favor, ponme un poco más de vino, porque me da la sensación de que voy a necesitarlo.
Creo que se sintió aliviada al poder alejarse un poco de mí; quizá así podría ordenar sus pensamientos neuróticos y yo llegar al fondo de todo aquello. En realidad, todo podía ser un complicado plan para vengarse de mí por haberme olvidado de su cumpleaños, el mes anterior. Yo sabía que todavía estaba enfadada.
– Es complicado, mi señora.
– Suzanna, no me gusta que digas eso de «mi señora». Por favor, ve directamente al grano, y yo intentaré entender las cosas desde ahí.
Y te conseguiré ayuda profesional muy pronto.
– Mi señora, lady Rhiannon, ha intercambiado su sitio con vos. Dijo que en vuestro mundo había máquinas que fabricaban dinero, y ella quería el poder que confería ese dinero. Deseaba vivir allí. Así que envió su alma allí durante uno de sus Sueños Mágicos, y os encontró a vos. Dijo que sois su espejo, su sombra, y que podía cambiarse por vos para vivir en vuestro mundo. Creía que podía dejar algo de su conciencia aquí, como hace cuando entra en la Gruta Sagrada, para ayudaros y guiaros -dijo, mientras me observaba con suma atención. Después, su letanía se hizo más lenta-. Pero no creo que ella esté aquí con vos. Os parecéis a ella, pero no tenéis su… su actitud. Ahora mi señora se ha convertido en vos, y vos debéis convertiros en ella.
– Eso no puede ser. No lo creo.
– Lady Rhiannon me pidió que os hiciera una pregunta si no entendíais la situación, o no la creíais.
Yo arqueé la ceja y esperé.
– En vuestro mundo, ¿se conocen historias de dioses y diosas, de mitos y magia, de conjuros y hechicería? -preguntó, y después me miró con expectación.
– Sí, por supuesto, soy profesora, yo enseño esas historias a los niños.
– Lady Rhiannon me pidió que os dijera que este mundo es el lugar del que provienen esas historias -cerró los ojos y empezó a recitar el mensaje de su verdadera «señora»-. «Traspasaron la División como sombras y humo, buscando sus imágenes en vuestro mundo. Así he sabido yo de la existencia de ese mundo, en forma de humo y sombras, y así he encontrado mi imagen: Tú».
– Eso es todo ciencia-ficción, Suz. ¿Cómo esperas que me lo crea?
– Lady Rhiannon me dijo que usaría su imagen, que ya estaba en vuestro mundo, y un muro de fuego, para atravesar la División.
– Esa maldita ánfora.
No podía ser cierto.
– ¿Disculpad, mi señora?
– El fuego. ¿Cómo es que no sufrió daños si pasó a través de una pared de fuego? ¿Y por qué no me quemé yo también?
Suzanna palideció.
– Más vino, mi señora.
– Sí. Pero no has respondido mi pregunta.
Alguien llamó a la puerta, y la interrumpió. Suzanna me miró fijamente, y después dijo:
– Adelante.
Una nueva ninfa entró en mi habitación.
Suzanna seguía mirándome, con una expresión de disculpa. Oh, se me olvidaba que yo soy la señora, lo cual significa, supongo, que puedo darles órdenes a las ninfas.
– ¿Qué? -pregunté con mi voz susurrante, aunque intenté darle el tono de «no interrumpas la clase» que mis alumnos conocían tan bien.
La pequeña ninfa se volvió hacia mí y respondió con una cadencia encantadora.
– Señora, vuestro prometido ha llegado.
Yo miré rápidamente a Suzanna. Allí no iba a obtener ayuda; cerró los ojos con fuerza y comenzó a mover los labios en silencio, como si estuviera rezando. Demonios.
– Muy bien. Dile… dile que iré a saludarlo cuando termine de arreglarme.
– Sí, mi señora -dijo la muchacha. Hizo una reverencia y se marchó. Parecía que mi truco había surtido efecto. Me sentía casi como Penélope.
– ¿Qué te ha parecido eso, amiga? ¿He hecho bien el papel de ama de todo esto?
– Estamos jugando a un juego muy peligroso, mi señora.
– Oh, vamos, Suz. ¡Esto no es más que un sueño, o algo parecido!
– Por favor, mi señora -dijo. Me tomó ambas manos y me las apretó-. Si tenéis algún sentimiento de amor por vuestra Suzanna, por favor, escuchadme y haced caso de mis palabras. De vuestras acciones de hoy no sólo depende vuestra vida.