– Bien -dije. Sabía que no debía perder el tiempo intentando convencerla-. Pero muévete cuando quede poco tiempo. Esas cosas no deben atraparte -añadí, y comencé a alejarme.
Su voz me detuvo.
– Rhiannon, he oído decir que has cambiado.
– Sí, no soy la misma de antes.
– Entonces, de veras te deseo felicidad en tu matrimonio -dijo. En aquella ocasión, su bendición fue verdadera.
– Gracias -dije, y sonreí.
Después volví al trabajo, con la esperanza de que la Encarnación de la Musa tuviera sentido común y cruzara el puente. No quería pensar en lo que iba a ocurrirle si las criaturas la capturaban. Salvo por el enrojecimiento anormal de su piel, era deslumbrante.
En aquel momento, las Cazadoras volvieron a la habitación para cargar el segundo grupo de evacuación. Miré hacia arriba desde la cama de una muchacha y vi a Dougal.
– ¡Cruzad el puente ahora mismo! -gritó entre jadeos-. ¡Los guerreros los están conteniendo a las puertas del templo, pero no podrán resistir mucho más!
Estaba temblando, ensangrentado. Tenía un corte horrible en el hombro, y otro en la mejilla, del cual brotaba sangre profusamente. Se parecía tanto a su hermano agonizante que tuve que contener las lágrimas.
Sila se acercó a él y comenzó a examinarle las heridas.
La habitación se llenó con una cacofonía de sonidos y movimientos, hasta que Melpomene alzó los brazos y dio unas palmadas que provocaron una explosión de chispas.
Sí, allí había magia.
– Eso es lo que vamos a hacer -dijo, en tono imperioso-. Las que puedan montar, que suban a espaldas de las Cazadoras. Las que puedan caminar, que sigan el camino trasero hacia el río. Si no podéis llegar hasta el puente, ocultaos entre las plantas de la orilla. El resto, nos quedaremos aquí.
– Si os quedáis aquí, moriréis -dije.
– Elegida de Epona, tú deberías saber que no estamos desarmadas -dijo Melpomene, sonriéndome-. No esperes más. Sálvate. Nosotras estamos en manos de nuestras diosas.
Vi que Terpsícore caminaba con determinación y se colocaba junto a la mujer oscura. Estaba serena, bellísima, y habló con calma.
– Rhiannon, tú enviaste aviso de que la viruela es muy contagiosa, y de que hay que combatirla evitando que los enfermos tengan contacto con los sanos.
– Sí, es cierto.
– Así pues, ¿la enfermedad se puede extender fácilmente si una persona infectada se mezcla con los que están bien?
– Sí, pero tiene que haber contacto entre la persona enferma y la sana.
– ¿Y los Fomorians no son parecidos a los humanos?
– Sí.
– Entonces, yo me quedaré aquí y tendré contacto con ellos.
– ¡No! Te matarán. O algo peor. Además, ni siquiera sabemos si pueden enfermar.
– Mi diosa y yo lo hemos decidido ya. Así serán las cosas.
– ¡Tenemos que marcharnos! -gritó Dougal en aquel momento.
– Lo que me pase a mí será insignificante, comparado con el regalo tan valioso que les haré a las criaturas -dijo Terpsícore con ironía.
– Lo que vas a hacer no será olvidado -dije, sobrecogida por su sacrificio -. Te doy mi palabra.
– Me agrada que mi última actuación vaya a ser recordada -dijo, y después hizo una reverencia de bailarina.
– Lo será -le prometí, antes de volver mi atención al resto de la sala-. ¡Vamos! -grité.
Entonces, las adolescentes enfermas subieron a lomos de las Cazadoras. Sila se acercó y me entregó un bolso que tenía una larga correa de cuero. Yo la miré sin entenderla.
Ella habló con serenidad.
– Dentro de esa bolsa hay bálsamo para aliviar el dolor y para ayudar a cicatrizar las heridas -dijo, mirando a Dougal-. Aplícalo con economía, porque muchos pueden necesitarlo. Y llévate vino antes de salir.
Señaló una mesa llena de odres de cuero.
Yo asentí y me colgué el bolso del hombro. Tomé un odre de vino y me lo colgué también. Después volví a ayudar a las Cazadoras a cargar a las chicas enfermas.
Cuando la última estuvo sobre la espalda de Elaine, miré a mi alrededor y vi a Sila con cuatro muchachas que se tambaleaban hacia la puerta trasera de la habitación.
– ¡Sila! -grité.
Ella se volvió y me dijo a través de la sala:
– Iré con estas enfermas. Si la diosa lo desea, nos veremos al otro lado del río.
Sin perder un segundo más, se dirigieron hacia la salida.
– Lady Rhea, no tenemos más tiempo.
Dougal me tendió una mano ensangrentada para ayudarme a montar sobre él. Todas las Cazadoras, salvo Victoria, habían salido. Ella se acercó a mí y apartó la mano de Dougal.
– Tú no estás en condiciones de llevar ni siquiera ese peso tan ligero -dijo.
Me agarró del brazo y me sentó en su lomo. Cuando salíamos velozmente de la sala, me volví y vi a Melpomene y a Terpsícore tomadas de la mano, en medio de un círculo de mujeres que estaban demasiado enfermas como para moverse. Tenían las cabezas inclinadas y estaban bañadas en luz.
Al instante, nosotros salimos al pasillo.
Capítulo 16
Las Cazadoras habían desaparecido por delante de nosotras, pero Victoria dobló esquinas y atravesó jardines con seguridad, hasta que por fin salimos del laberinto del templo y nos encontramos en el jardín de la fachada principal. Giramos a la izquierda, pero un movimiento a nuestra derecha me llamó la atención.
– ¡Victoria! -grité.
Dougal y las Cazadoras se detuvieron en seco, y se volvieron en la dirección que yo señalaba. En el límite noroeste del jardín había una línea desigual de centauros. Estaban intentando no ceder terreno, y cortaban criatura tras criatura con sus poderosas espadas. Sin embargo, tal y como yo había visto a través del catalejo, en cuanto caía uno de los monstruos, otro lo reemplazaba, todo dientes y garras, y se subía sobre su compañero caído. Paso a paso, estaban deshaciendo el frente de guerreros. Mientras yo miraba, un centauro exhausto cayó de rodillas, y seis monstruos saltaron a su espalda y le clavaron las garras, volviendo su pelaje del color rojo de la sangre.
– ¡Al puente! -gritó Dougal-. ¡Los guerreros los contendrán durante todo el tiempo que puedan!
Retomamos nuestra huida por el césped verde, y al torcer una esquina, nos topamos con un grupo de cuatro estudiantes que corrían en nuestra dirección.
– ¡Alto! No podéis volver por aquí. Debéis cruzar el puente.
Victoria y Dougal se interpusieron para contener al grupo aterrorizado.
– ¡Ya están allí! -dijo una de ellas.
– ¿Qué? ¿Quiénes? -preguntó Dougal frenéticamente.
– ¡Ellos! ¡Los Fomorians están cortando el puente!
– Oh, que la diosa nos ayude -susurró Victoria.
– Deben de haber traspasado nuestro ejército y haber rodeado el templo hacia el norte para cortar la escapada del río -dijo Dougal.
– Que vayan hacia el pantano -dije yo.
– ¡Sí! -les dijo Victoria a las muchachas asustadas-. Dirigíos hacia Ufasach Marsh… Los Fomorians no os seguirán allí.
Las chicas asintieron y echaron a correr en la nueva dirección.
– Nosotros también debemos ir hacia el pantano -dijo Dougal-. Entre nosotros dos -añadió, refiriéndose a Victoria y a sí mismo-, no podremos acabar con los Fomorians que están derribando el puente.
Victoria asintió.
– Todavía no -dije con firmeza.
– Tenemos que hacerlo -respondió Dougal con agotamiento.
– No. Yo iré hasta el borde del pantano, pero no entraré a él a menos que ClanFintan esté con nosotros.
– Lady Rhea, él me envió con antelación para que me asegurara de que vos os poníais a salvo. Dijo que se reuniría con vos cuando pudiera.