– Entonces, todavía está vivo -susurré.
– Vivía la última vez que lo vi -respondió Dougal.
– Entonces, voy a esperar a que me encuentre, antes de entrar al pantano.
Victoria y Dougal se miraron con preocupación. Después, comenzaron a galopar en la misma dirección que habían tomado las muchachas. Las alcanzamos al poco tiempo, y los dos centauros se detuvieron junto a ellas.
– Échate hacia delante, Rhea, tienes compañía -me dijo Victoria con un ligero buen humor-. Vamos, muchachas, no tenemos tiempo que perder.
Dougal se estremeció de dolor mientras subía a dos de las chicas detrás de mí, y después, se colocó a las otras dos en el lomo manchado de sangre. Seguimos a galope, con las chicas asustadas agarrándose como cangrejos a las espaldas de los centauros.
Percibimos el olor del pantano antes de verlo. De nuevo, me acordé del compost de mi abuela, pero en aquella ocasión, el olor era mucho más atractivo. Nos detuvimos en la orilla, y cuando las muchachas estuvieron en el suelo, Victoria les habló con urgencia.
– Vamos, entrad al pantano, y manteneos todo lo cerca que podáis de la orilla este. En cuanto lleguéis al sur, intentad cruzar el río. Si no podéis hacerlo, seguid por el pantano hasta que lleguéis a los límites del Templo de Epona. Allí encontraréis ayuda.
Nos dieron las gracias, y después bajaron valientemente por la orilla hasta el agua, y desaparecieron en la ciénaga.
– Tenemos que ir con ellas -dijo Dougal.
– Yo voy a esperarlo.
Los dos centauros se volvieron, y miramos hacia el césped que rodeaba el templo. La tierra descendía gradualmente desde los preciosos edificios. Los jardines estaban rodeados de setos ornamentales que nos protegían de la vista de cualquiera que estuviera en los jardines del sur.
El templo se había convertido en un campo de batalla. Las hordas de Fomorians oscurecían la escalinata del edificio central y los campos circundantes, mientras atacaban a los grupos de centauros que se batían en retirada. No había un frente organizado; los guerreros habían formado grupos e intentaban impedir, heroicamente, que los monstruos ganaran terreno. Sin embargo, las criaturas conseguían rodearlos a toda prisa. Entraban en el templo y pasaban corriendo hacia el río.
– Espero que las mujeres hayan conseguido cruzar el río -dijo Dougal con la voz ahogada.
– Ojalá tuviera el catalejo -respondí yo, mientras intentaba distinguir a los centauros, enfadada conmigo misma por no llevarlo encima.
– Tenemos que entrar en la ciénaga -dijo Victoria.
– No me voy a ir sin ClanFintan.
– Aunque lo vieras, él no tiene forma de saber que estás aquí -dijo Victoria con exasperación.
– Yo puedo intentar encontrarlo -intervino Dougal.
– ¿Un centauro solitario? Te matarían -dije, negando con la cabeza.
– Yo puedo ir con él -se ofreció Victoria.
– Entonces os matarían a los dos.
Mi cabeza trabajaba febrilmente, intentando dar con un plan, pero mis pensamientos no eran claros. Todo había ocurrido demasiado rápido. No estábamos preparados. Habían atacado demasiado pronto. ¿Dónde estaban los otros ejércitos? ¿Y dónde estaba ClanFintan, dónde estaba ClanFintan, dónde estaba ClanFintan?
«Paz, Amada. Escucha mi voz».
Al oír las palabras de la diosa, me obligué a concentrarme y tomé aire. Dejé que la sabiduría de Epona despejara mi cerebro confundido.
– ¡Sí! -exclamé, y abrí los ojos-. Victoria, ayúdame a subir a uno de esos peñascos.
Ella me miró con extrañeza, pero no me contradijo. Me subió a su grupa y desde allí, Dougal me dio impulso para que pudiera ascender al punto más alto de una gran roca cercana. La parte superior era plana, y pude incorporarme, aunque tuve que extender los brazos para guardar el equilibrio.
– Ten cuidado -me dijo Victoria desde abajo.
– Está muy alto -respondí yo, con el estómago encogido.
Estaba frente a los jardines del templo. La escena era horrenda. Ya sólo quedaban algunos centauros con vida, y los Fomorians dominaban la situación. Cerré los ojos para no ver cómo habían destrozado el templo.
«Concéntrate en tu amor por él».
Yo asentí y me concentré en ClanFintan. Las imágenes de él se sucedieron detrás de mis párpados cerrados. Eché hacia atrás la cabeza, tomé aire y, con toda la fuerza de mi cuerpo y de mi alma, emití un grito que Epona aumentó hasta que se convirtió casi en algo físico.
– ¡ClanFintan! ¡Ven a mí!
Abrí los ojos y vi que todo el movimiento había cesado en los jardines. Todos los seres, centauros y Fomorians, se volvieron en dirección a mí, y se quedaron paralizados, como si fueran parte de una pintura macabra. Entonces, mi corazón comenzó a latir de nuevo, cuando un pequeño grupo de centauros que estaba situado a la derecha rompió la inmovilidad y comenzó a correr hacia nosotros. Incluso a tanta distancia, reconocí la silueta del centauro que dirigía al grupo.
– ¡Ya viene! -grité. Entonces, me quedé helada, porque los Fomorians también reaccionaron, y comenzaron a seguirlos-. Oh, no… ¡Lo están persiguiendo!
– ¡Bajad de ahí! -me gritó Dougal, extendiendo los brazos para agarrarme.
– Espera.
Seguí mirando a ClanFintan y a los demás centauros, que luchaban contra la corriente interminable de monstruos mientras se dirigían hacia nosotros. Oía los gritos de las criaturas cuando los guerreros los atravesaban con sus espadas. Sin embargo, aquello no sirvió de nada; uno tras otro, los poderosos luchadores cayeron bajo oleadas de formas negras con alas. Ante mis ojos, uno de los Fomorians rompió filas y salió corriendo, a toda velocidad, hacia el grupo de ClanFintan. Entonces, otro lo siguió, y después otro…
El primer Fomorian atrajo mi atención. No tenía que acercarse más para que yo pudiera reconocerlo.
– ¡Agárrame! -le dije a Dougal, y comencé a deslizarme hacia abajo con la espalda pegada al peñasco, y me dejé caer hacia él. Después me volví hacia Victoria y dije-: Los centauros están intentando contener a los Fomorians, pero no pueden hacer nada. Son demasiados.
En respuesta, Dougal desenvainó su espada, y Victoria tomó su ballesta entre las manos.
Entonces, ClanFintan atravesó el seto en una explosión. De cerca era casi irreconocible. Su espada, y la mano que la sostenía, estaban cubiertas de sangre. Tenía el cuerpo también ensangrentado, y había perdido el chaleco. En su lugar tenía marcas profundas de garras, que sangraban libremente. Su pelo estaba apelmazado de suciedad y sangre, y tenía un desgarro que le recorría la cara desde la sien hasta la mandíbula, evitando por poco su ojo derecho. Se detuvo frente a nosotros mientras Dougal le gritaba:
– ¡No pueden seguirnos en el pantano!
ClanFintan me agarró con unos brazos que parecían de hierro resbaladizo, y me lanzó a su espalda. Yo vi los cortes profundos que tenía en la grupa. No sabía si la sangre que le cubría la espalda era suya o no. Me agarré ligeramente a sus hombros e intenté no apretar las piernas a su alrededor, para no abrirle más las heridas. Normalmente, su piel era más caliente que la mía, pero en aquel momento, parecía que le ardían los hombros.
Se volvió hacia el seto.
– ¿Y los centauros que me seguían?
– Había demasiados monstruos. No lo han conseguido -dije en voz baja. Su única respuesta fue alzar la mano y posarla, ardiendo y manchada de sangre, sobre la mía.
El primer Fomorian saltó el seto.
Victoria disparó una flecha que se clavó en la frente de la criatura. Cayó, y otra criatura saltó sobre su cuerpo, gruñendo. Victoria la despachó con una flecha en la garganta.
Los centauros comenzaron a moverse rápidamente por la pendiente de la orilla, sin que Victoria dejara de disparar flechas como una metralleta. Cuando entramos en el bosquecillo que rodeaba el pantano, un silbido de serpiente, agudo y largo, atrajo nuestra mirada hacia el peñasco.