Yo conocía aquel sonido.
Él estaba escondido detrás de la roca gigante, y sólo se veía la silueta de sus alas erectas. Sin embargo, su voz nos llegó inquietantemente.
– Te veo, mujer -dijo, y sus alas temblaron-. Recuerda, te he reclamado para mí. Ésta no será la última vez que nos veamos.
Victoria apuntó y disparó una flecha que atravesó el ala expuesta.
Entramos al pantano mientras el grito de Nuada resonaba detrás de nosotros.
Capítulo 17
Después de dejar el refugio del bosquecillo, el terreno cambiaba radicalmente. Era como si hubiéramos sido transportados desde una preciosa villa de Grecia a los pantanos de Louisiana. Ante nosotros se extendía un cenagal inexplorado, un mundo de agua inmóvil, y de reptiles y bichos desconocidos. El aire estaba muy quieto, y el terreno saturado de agua succionaba los cascos de los centauros a medida que avanzaban, decididos a poner tanto pantano como fuera posible entre ellos y los Fomorians.
A medida que pasaba el tiempo, ClanFintan fue aminorando el ritmo, y se quedó detrás de Victoria y Dougal. Yo vi que lo miraban con preocupación. Victoria señaló hacia un grupo de árboles que aparentemente, estaban en terreno seco. Cambiamos de dirección y nos dirigimos hacia aquellos árboles.
Cuando nos acercamos, nos dimos cuenta de que era una especie de isla situada en mitad de un lago poco profundo. Los centauros subieron a tierra firme uno por uno, y en cuanto las cuatro patas de ClanFintan estuvieron sobre la isla, yo bajé al suelo y le entregué el odre de vino a Victoria. Ella lo destapó, pero se lo entregó a Dougal antes de beber. Entonces, comencé a desatar las correas del bolso que me había dado Sila, y recé una plegaria de agradecimiento por su generosidad, rogando que hubiera podido cruzar el río. Dentro del bolso había un frasco de ungüento amarillo y espeso, un par de rollos de tiras de gasa y varias agujas con hilo negro, parecido al hilo de pescar. Tragué saliva al darme cuenta de que eran para coser las heridas, y no para coser el botón de un vestido.
– Enséñame las heridas -le dije a ClanFintan, abrumada por lo que veía.
Él tenía la respiración muy agitada, y allá donde no estaba cubierto de suciedad y de sangre, su piel de bronce se había vuelto gris y pálida. Sus músculos temblaban, y la sangre brotaba sin parar de la herida que tenía en la cara.
– Te oí llamarme -me dijo con la voz ronca.
– No me iba a marchar sin ti -respondí, con los ojos llenos de lágrimas-. ¿Vas a… vas a ponerte bien?
Él extendió la mano hacia mí, y yo me acerqué rápidamente.
– Tengo miedo de tocarte -dije temblando.
Él se llevó la palma de mi mano a los labios y me la besó con los ojos cerrados.
– No tengas miedo -me dijo.
«Cura sus heridas», me dijo la voz de mi mente.
Tomé una tira de gasa y le hice un gesto a Dougal para que me entregara el odre de vino. Empapé la gasa, di un trago y volví a empapar la gasa.
– Tú también vas a necesitar un trago de esto -le dije, y le di el odre. Él bebió largamente.
– Inclínate para que pueda curarte el corte de la cara, y estate quieto. Seguro que te va a doler.
– Cura primero a Dougal.
Yo miré al joven centauro, que negó vigorosamente con la cabeza.
– Dougal no está sangrando, y tú sí. Vamos, inclínate y estate quieto.
– Yo curaré a Dougal -dijo Victoria.
Ella también tomó una tira de gasa y la empapó en vino. Yo observé, por el rabillo del ojo, el momento en el que ella se acercaba a él. Parecía que Dougal no sabía si retorcerse de entusiasmo o dar un salto. No hizo ninguna de las dos cosas. Se quedó paralizado cuando la bella Cazadora comenzó a limpiarle la herida de la mejilla. Yo ni siquiera sabía si estaba respirando.
– Puedes respirar -oí que decía Victoria, reprendiéndolo.
– Sí, Cazadora -respondió el joven centauro, y dejó escapar un largo suspiro.
Supongo que yo tenía una sonrisa tonta en los labios, porque mi marido me susurró:
– No te rías del potro.
Me sobresalté culpablemente.
– No me estoy riendo de él -respondí, entusiasmada al ver que se encontraba lo suficientemente bien como para bromear conmigo-. Ya sabes que Dougal me parece adorable.
– Quizá a Victoria también -dijo ClanFintan, y sonrió.
– Eso estaría muy bien, pero ahora, quiero que dejes de hablar y estés quieto.
Él soltó un gruñido como respuesta, pero se mantuvo en silencio mientras yo le limpiaba la herida de la cabeza. Cuando le quité toda la sangre y la suciedad, sentí alivio, porque no era tan profunda como parecía. Extendí ungüento de Sila sobre la herida, y después empecé a trabajar en los cortes que tenía en el pecho, que eran mucho más profundos. Tenía cuatro tajos largos y feos, que comenzaban bajo su pecho izquierdo y seguían, en diagonal, hacia el lado derecho de sus costillas. Ya no sangraba, pero yo no sabía si eso era una buena o una mala señal. Lo miré, y me di cuenta de que me estaba observando.
– ¿Sabes lo graves que son tus heridas? -pregunté.
– Me recuperaré -dijo. Su voz empezaba a sonar más normal-. Los centauros somos muy resistentes.
– Lo sé, lo sé -sonreí, aliviada por su respuesta-. Seguramente, te curas mucho mejor que un simple humano.
– Entre otras cosas -dijo, y se inclinó para besarme, pero el efecto se perdió cuando lo vi hacer un gesto de dolor.
– Ya habrá tiempo para eso más tarde. Ahora, deja que te limpie las heridas.
Seguí trabajando, y él se mantuvo inmóvil. Pronto pude extender bálsamo sobre los cortes, y después, con reticencia, me moví hacia la parte trasera de su cuerpo. Le pedí que se tendiera en el suelo. Con un suspiro, él dobló las rodillas y se tumbó.
Las heridas que tenía en la grupa eran terribles. Parecía que un oso gigante se hubiera ensañado con él. Tres enormes cortes en forma de ele, desgarros en la piel y en los músculos… Cuando intenté despegar un poco la piel de uno de aquellos desgarros, él tomó aire bruscamente.
– Creo que habrá que coser estas heridas -dije. Con sólo pensarlo, me sentía mareada.
– Haz lo que tengas que hacer -dijo él en voz baja.
– Primero voy a limpiarlos.
Empapé más gasa con el vino y quité toda la suciedad que pude de sus heridas. Después apliqué una capa gruesa de ungüento, y respiré con alivio al ver que su cara se relajaba por el efecto anestésico del bálsamo.
– Descansa, voy a hablar con Victoria -le dije. Le di un golpecito en el hombro y le tendí el odre de vino.
Victoria y Dougal estaban hablando tranquilamente. Las heridas del centauro estaban limpias, cubiertas de ungüento amarillo, y su piel había recuperado el color normal.
– Victoria -dije yo con nerviosismo-. Creo que hay que coser las heridas de la grupa de ClanFintan.
– Es muy probable.
– ¡Yo no puedo hacerlo! -susurré con angustia-. No puedo coserle la piel. Podría coser la piel de Dougal, y podría coser la tuya. Pero no puedo coser la suya. No quiero ofenderos.
– No os preocupéis -me dijo Dougal con dulzura.
– Yo lo haré -dijo Victoria, como si estuviera hablando de ir por una pizza.
– Bien -dije. La tomé de la mano y tiré de ella-. Vamos. Estoy segura de que, cuanto más esperemos, más porquería se le meterá en las heridas, y mañana por la mañana se le caerá el trasero, o algo así…
– Espero que os deis cuenta de que oigo perfectamente vuestra conversación -dijo ClanFintan en tono divertido.