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– Me está buscando -dije. Ellos supieron que me refería a Nuada.

– Está buscándonos a todos -me aseguró ClanFintan.

– De acuerdo, pero ¿y si vamos hacia el lago Selkie en vez de hacia el río?

– El lago Selkie está incluso más lejos que el río. Y si Nuada tiene criaturas vigilando el pantano y el río, también las tendrá entre el lago y el río -razonó ClanFintan-. Sólo estaríamos seguros dentro del lago, o sobre su superficie. Además, es demasiado ancho como para atravesarlo nadando, eso sin mencionar que sus aguas están heladas.

– Malas noticias -dije.

– Exactamente -dijo Victoria.

Después de informarnos, sacó de su bolsa dos objetos afilados que comenzó a frotar, y de los que salieron chispas. Pronto había encendido una hoguera, y el fuego se reflejó en sus blanquísimos dientes cuando me sonrió.

– Los hombres nunca tienen pedernal. Si necesitas un buen fuego, llama a una Cazadora.

– Lo tendré en cuenta -dije. Me acerqué al calor de la hoguera, y mi estómago emitió uno de sus famosos gruñidos-. Ojalá tuviéramos algo que asar.

– ¿Qué te parece esto? -Victoria se movió de su lugar junto al fuego y se acercó a uno de los cipreses. De entre sus hojas sacó una cosa del tamaño de una pelota de golf, y volvió a acercarse a la hoguera.

– ¿Qué es?

– Un caracol manzana.

Sonrió, y buscó a su alrededor por el suelo. Tomó una ramita y la clavó en la cascara marrón. Pinchó y sacó una criatura de piel suave, que atravesó como si fuera un pincho moruno, y mantuvo la cosa retorciéndose sobre el fuego.

– ¿Sabe a pollo? -pregunté, tragando saliva.

– No, se parece más a las ostras.

Bueno, las ostras me parecían bien, así que superé mis escrúpulos y participé con los centauros en la gran caza y fritura posterior de los caracoles manzana. Afortunadamente, parecía que aquella islita era un lugar de vacaciones de los caracoles de aquella zona. Había miles y miles. Y Victoria tenía razón, si descontabas sus ojos y sus antenitas, se parecían mucho a las ostras. Eché de menos unos panecillos, el tabasco y una cerveza fría.

Más tarde, cuando estábamos quitándonos restos de caracol de entre los dientes y matando mosquitos, yo comencé a sentir sueño.

– Estarán buscando tres centauros y una humana -dijo ClanFintan de repente.

– Sí -dijo Victoria.

– Entonces, debemos separarnos. Tendremos más oportunidades de atravesar sus guardias.

– ¡Yo no me voy a separar de ti! -protesté. ClanFintan me pasó el brazo por los hombros y me estrechó contra sí.

– No, tú y yo no vamos a separarnos.

Dougal permaneció en silencio, mirando con tristeza a Victoria. La Cazadora miró al suelo y dijo:

– Dougal y yo también deberíamos permanecer juntos. Dos parejas tendrán más oportunidades de pasar su línea que un grupo de cuatro. Además, hay cocodrilos en este pantano, y hacen falta dos pares de ojos para vigilarlos.

Vi que Dougal se sonrojaba, feliz por aquella sorpresa. Cuando por fin Victoria alzó la mirada para encontrarse con la del centauro, yo pensé que detectaba una timidez poco habitual en ella.

– Victoria y yo viajaremos juntos -dijo Dougal, con una voz fuerte y confiada.

Pareció que a ClanFintan le agradaba que los dos centauros permanecieran juntos.

– En cuanto amanezca, los cuatro iremos hacia el sur, hasta que el sol esté a mitad de camino en el cielo. Entonces, Dougal y tú os dirigiréis hacia el este. Rhea y yo continuaremos hacia el sur, y después iremos también hacia el río.

Dougal y Victoria asintieron.

– La noche todavía es joven. Descansemos, amigos -dijo ClanFintan con su voz hipnótica. Yo me apoyé contra él, contenta de que estuviera más recuperado. Quizá todo saliera bien…

El agotamiento me venció, y me sumí en un sueño profundo.

Me despertó el ruido que hacía un pájaro carpintero picoteando el tronco de un árbol.

– Dios, qué pájaro más molesto -refunfuñé, mientras me frotaba los ojos.

Entonces, olí algo que se estaba cocinando, algo delicioso. Los tres centauros estaban alrededor del fuego, asando un pedazo grueso de carne blanca. Yo me levanté y fui estirándome hacia ellos.

– ¡Buenos días! -dijo Dougal, alegremente. ClanFintan me quitó una hoja del pelo. Victoria asintió.

– Buenos días -gruñí yo-. ¿Qué es? Parece demasiado grueso para ser una serpiente -añadí esperanzadamente.

– Es un caimán.

– Ah, bueno. ¿Qué es un caimán?

– Es un cocodrilo pequeño. Es más fácil de matar y de despellejar que uno grande. Más difícil de cazar, pero…

– Lo sé, lo sé, sabe a pollo.

Ellos se rieron. ¿Todos los centauros estaban tan animados al despertar?

El caimán estaba bastante bueno. Parece que lo que dicen los libros es cierto; algunas veces, uno tiene demasiada hambre como para preocuparse de lo que come.

Antes de marcharnos, revisé las heridas de ClanFintan. Las de la cabeza y el pecho tenían buen aspecto, pero las de su grupa no. Supuraban un fluido sanguinolento. Me preocupaban, sobre todo porque hacían que ClanFintan se moviera con rigidez. Le dije que se estuviera quieto mientras le aplicaba más ungüento en todas ellas.

Él me miró a los ojos, sonriendo, y me abrazó.

– Es normal que una herida supure.

– ¡Si casi no puedes andar!

Él se echó a reír.

– ¡Quizá no sea un centauro muy animado por las mañanas!

– No seas listillo, estás cojeando más que Epi cuando se hizo daño en la ranilla.

– Yo soy más viejo que Epi.

Apoyé la cabeza contra el lado de su pecho en el que no tenía heridas.

– Dime la verdad, ¿estás bien?

Él me revolvió el pelo.

– Sí, pero me moveré con más facilidad cuando se me hayan calentado los músculos.

– Quizá deba montar de nuevo en Victoria -dije-. No creo que a ella le importe.

– A mí sí. Quiero que estés cerca de mí -dijo él, y me besó la cabeza-. Pero te agradecería que no me acariciaras la grupa… hoy.

Me aparté de él y seguí aplicando bálsamo en sus heridas, mientras murmuraba:

– Seguramente lo que necesitas es un buen azote en la grupa…

Dejamos la isla y comenzamos el viaje al sur, y el terreno se hizo cada vez más pantanoso. Afortunadamente, la profundidad del agua no llegaba más allá de las rodillas de los centauros. Sin embargo, sus cascos se hundían en el barro, y eso ralentizaba nuestra marcha. Poco después de habernos puesto en camino, un tronco nos adelantó flotando.

A medida que avanzábamos, y salvo por los bichos, las serpientes y el agua verde y viscosa, me sorprendió la belleza oculta del paisaje. Había pájaros picudos y altos en el agua, que nos miraban perezosamente, y en lo más alto de los cipreses anidaban pájaros de color escarlata.

– Deben de ser ibis escarlata -dije, señalando a uno que volaba hacia el agua.

– Sí -dijo Victoria, asintiendo-. Es un pájaro muy escaso. ¿Habías visto alguno antes?

– Sólo lo conozco por un cuento -dije con un suspiro, al pensar en la conmovedora historia que les leía a mis estudiantes de primer año todos los cursos, El ibis escarlata-. Recordadme algún día que os cuente la historia de Doodle.

– Lo haré -dijo Dougal con entusiasmo.

Cuando llegó el mediodía, nos detuvimos en un pedazo de tierra seca, donde los centauros hicieron un descanso antes de que nos separáramos.

– Victoria y Dougal deben ponerse en camino -dijo ClanFintan tras unos minutos, y se volvió hacia Victoria. Se agarraron del brazo, y él prosiguió-: Cuidad el uno del otro -entonces, miró a Dougal-: Si llegáis al templo antes que nosotros, decidles que deben evacuarlo y cruzar el río. Dirigidlos hacia Glen Iorsa. Allí decidiremos lo que podemos hacer. Los humanos ya no están seguros en el templo, pese a lo que haya ocurrido con los otros ejércitos.