Aquellas palabras me conmocionaron, y vi que Victoria también se quedaba horrorizada, pero no dijo nada. Dougal se limitó a sonreír, como si esperara aquellas noticias. Yo me acerqué a Victoria y le di un abrazo.
– Cuídate -me dijo.
– Y tú permite que te quieran -le susurré.
Ella abrió mucho los ojos al oír mis palabras, y yo me quedé asombrada al ver que se sonrojaba ligeramente.
– Soy demasiado mayor como para preocuparme de esas tonterías -me susurró.
– Nadie es demasiado mayor para esas tonterías -repliqué.
Entonces me acerqué a Dougal, que intentó besarme la mano, pero yo tiré de él hacia abajo y le di un abrazo y un beso en la mejilla.
– Cuida a Victoria, y cuídate tú también.
Después, me di la vuelta para no verlos marchar. Oí el chapoteo de sus cascos en el agua, pero pronto la ciénaga amortiguó los sonidos de su partida.
– Volveremos a verlos muy pronto -me dijo ClanFintan, desde detrás, con las manos apoyadas en mis hombros.
– Lo sé -dije, fingiendo valentía.
– Tenemos que irnos.
Me sentó en su lomo, y nosotros también nos adentramos en el interminable pantano.
Tuve la sensación de que habían pasado días en vez de horas cuando ClanFintan, finalmente, hizo un brusco giro a la izquierda.
– Ya hay suficiente espacio entre nosotros -dijo mientras cambiaba de dirección.
– ¡Bien! -dije alegremente, para disimular la preocupación que sentía.
La asombrosa resistencia de ClanFintan estaba empezando a disminuir. Bajo mis piernas, su pelaje estaba húmedo de agua y de un sudor blanco, algo que yo nunca había visto en él. Los cortes que tenía en la grupa no dejaban de soltar un líquido amarillento. Yo oía su respiración cada vez más profunda mientras luchaba contra el suelo cenagoso.
– ¿Qué te parece si camino un rato?
De mala gana, él asintió, y me ayudó a desmontar. Mis botas se hundieron en el terreno hasta que el agua me llegó por los muslos.
Seguimos avanzando lentamente, y después de pocos minutos, yo ya estaba agotada. Me asombraba que él pudiera haber estado caminando en aquel barro todo el día, conmigo a la espalda y el trasero lleno de heridas.
– No puede estar mucho más lejos -jadeé.
ClanFintan no respondió. Parecía que estaba concentrando toda su energía en seguir hacia delante.
Pronto, el nivel del agua disminuyó, lo cual hubiera sido maravilloso si el nivel del barro no hubiera aumentado. El agua me llegaba sólo hasta las rodillas, pero cada vez que ponía un pie en el suelo, me hundía hasta la mitad de la pantorrilla. A la luz menguante del atardecer, no vimos la hierba hasta que la tuvimos delante. Era una vista increíble; muchas de las hojas eran más altas que ClanFintan. Nos detuvimos, los dos casi sin aliento.
– ¿No dijo Victoria que había un campo de hierba alta justo antes del final del pantano? -pregunté esperanzadamente.
– Sí, y dijo que estaba afilada. Deberías montar otra vez para no cortarte.
– No, deja que intente caminar un poco. Si está muy afilada, montaré.
Él aceptó de mala gana, y entramos en el mar de hierba.
Como de costumbre, Victoria tenía razón: la hierba cortaba. Y pensándolo bien, recordé que había visto rasguños rojos en su piel, pero estaba tan manchada de barro y tenía tantas picaduras de mosquito que yo no había pensado en ello.
Sin embargo, ahora que tenía que atravesar aquel campo, lo pensaba minuciosamente. Me puse los brazos ante la cara para protegerme de lo peor de la hierba. Pronto noté que algunas gotas de sangre me recorrían los antebrazos.
– Rhea, ya basta. Quiero que montes ahora mismo.
– Sólo un poco más, y montaré.
Di un paso y posé el pie delante de mí, y la pierna continuó hundiéndose, hundiéndose sin parar. Grité e intenté sacarla, pero perdí el equilibrio y me precipité hacia delante, y me encontré de repente hundida hasta la cintura en una mezcla blanda y arenosa. Cuanto más luchaba por salir, más me hundía.
– ¡Rhea! -gritó ClanFintan, y con su fuerza feroz, me tomó del brazo y me sacó de allí, casi sacándome el hueso del hombro de su hueco.
ClanFintan se agachó y me abrazó, y nos quedamos así durante un momento. Mi marido me estaba recorriendo el cuerpo con las manos para asegurarse de que todo seguía allí.
– ¿Te ha agarrado algo? ¿Estás herida? -le temblaba la voz.
– No, estoy bien -dije. Me apoyé en él, inhalando profundamente-. No tiene fondo. Era como si me estuviera succionando. Deben de ser arenas movedizas.
– Sí -dijo él con más calma, después de saber que yo seguía de una pieza-. Había oído hablar de estos pozos. Es una de las razones por las que los centauros evitamos el terreno pantanoso.
– Pues es una excelente razón.
Él se puso en pie, levantándome consigo.
– Debemos rodearlo -me dijo-. Y ahora no puedes montar en mi espalda.
No tuvo que decirme por qué. Los dos lo sabíamos. ClanFintan podía sacarme de las arenas movedizas, pero yo no podría hacer lo mismo por él. Seguimos avanzando, y yo recé en silencio a Epona, pidiéndole ayuda.
Capítulo 19
Al final, viajamos hacia el sur, para evitar los pozos de arenas movedizas. Después pudimos dirigirnos nuevamente hacia el este. La hierba me cortaba la piel de los brazos, y mis pasos se hicieron más y más lentos.
– Rhea, deja que yo camine delante -dijo ClanFintan-. Ponte un poco de ungüento en los brazos y camina detrás de mí para poder descansar -me dijo-. Después de un rato, cambiaremos posiciones de nuevo.
– Pero ¿y si te caes en un pozo de arenas movedizas?
– Tendré cuidado.
– De acuerdo.
Yo me apliqué un poco de bálsamo en los brazos, y casi inmediatamente, el escozor y el dolor de los arañazos desaparecieron.
– Me siento mejor -dije, y vi que él también tenía arañazos en los brazos y el pecho-. Toma, ponte un poco tú también.
– No. Sólo son rasguños. Mi piel no es tan fina como la tuya -dijo, y me acarició la mejilla.
– Voy a ponerte un poco. Sé lo mucho que escuecen.
Me sonrió con indulgencia mientras le cuidaba las heridas. Después, guardé el frasco en el bolso y rodeé a ClanFintan de mala gana para ponerme tras él.
– ¡Ten cuidado! -le grité.
– Lo tendré.
Entonces, comenzamos de nuevo nuestra lucha por avanzar.
Justo cuando yo pensaba que el campo de hierba no iba a terminar jamás, ClanFintan miró hacia atrás y me dijo con entusiasmo:
– ¡Veo los árboles!
Entonces, siguió caminando con energías renovadas.
Y cayó directamente en un pozo de arenas movedizas.
Su cuerpo equino luchó por mantenerse a flote, pero la arena comenzó a succionarlo. Él movió los brazos, intentando agarrarse a algo, a cualquier cosa, para ponerse a salvo.
– ¡No te acerques! -me gritó cuando yo intenté tomarlo de la mano-. Estoy demasiado hundido. No puedes alcanzarme.
– ¿Qué hago? -grité, presa del pánico.
Él miró frenéticamente a su alrededor.
– Ve hasta los árboles y busca una rama, y tráela para que pueda agarrarme a ella.
Yo asentí, pero sabía que no volvería a tiempo. Ni siquiera veía el comienzo de los árboles, y no podía correr por el barro de la ciénaga.
Sabía que iba a morir, y lo único que podía hacer era quedarme mirando.