«Tiene que llevar a cabo el Cambio».
Aquel pensamiento estalló en mi mente. Me acerqué corriendo hacia el pozo. Él ya estaba hundido hasta la mitad de su torso humano.
– Aléjate… -jadeó.
– ¡Escucha! -me arrodillé y gateé hasta el borde del pozo-. Tienes que cambiar de forma -le dije, y estiré los brazos hacia él-. ¿Lo ves? Si tú te estiras también, podré agarrarte. ¡Inténtalo!
Él lo hizo, y nuestros dedos se tocaron.
– Ahora, cambia de forma. Puedo tirar de un hombre, pero no de un centauro.
Vi que me entendía. Cerró los ojos e inclinó la cabeza. Su cuerpo quedó inmóvil mientras empezaba el cántico. Elevó los brazos y la cabeza al mismo tiempo. El resplandor comenzó. Antes de que yo pudiera cerrar los ojos, vi que su rostro se contraía de dolor.
Después, la luz se extinguió, e inmediatamente, yo me estiré hacia delante.
– ¡Vamos, estírate hacia mí! -le grité.
Aunque estaba agotado, lo hizo, y nuestros dedos se tocaron. Entonces, lo agarré de una mano, hundí los talones en el suelo de barro, y tiré con todas mis fuerzas. Fui ganando centímetro a centímetro a la arena mortal, hasta que el torso de ClanFintan estuvo tendido en el suelo húmedo y él pudo ayudarme a tirar del resto de su cuerpo.
Rodó y quedó tendido de costado, y durante un largo tiempo, estuvimos acurrucados el uno contra el otro. Nuestro único movimiento era la respiración.
– Gracias, Epona -dije.
– Tu diosa es buena contigo -dijo ClanFintan, y yo me sentí aliviada al oír que su tono de voz era normal.
Le aparté algo de arena de la cara, y después besé el lugar que había limpiado.
– ¿Puedes caminar ya?
Él asintió y se puso en pie con movimientos dolorosos, rígidos. Cuando se dio la vuelta, vi su espalda y sus nalgas. Los cortes eran heridas horribles, fruncidas con puntos de sutura negros. Le llegaban hasta los muslos, y expulsaban un líquido que se mezclaba con la arena y el agua del pozo.
– ¡Oh, Dios! -dije sin poder contenerme-. ¡Vuelve a cambiar!
– Creo -dijo él, lentamente-, que debería permanecer en forma humana hasta que hayamos cruzado el río. Recuerda que no están buscando a un hombre y una mujer, sino a la Elegida de Epona y a su marido centauro.
– Pero… tus heridas…
– Ponme más ungüento en ellas, y será tolerable.
No quería tocar aquellos cortes horribles, pero metí los dedos en el frasco de bálsamo y después se lo apliqué en la espalda y las nalgas. Él no se movió, no habló, y no respiró hasta que hube terminado.
– ¿Mejor? -le pregunté, y pasé los dedos por los rasguños de sus brazos para aprovechar toda la medicina.
– Sí -respondió, aunque se había puesto pálido-. He visto los árboles justo por allí. No queda mucho.
Nos pusimos a caminar, con cuidado de rodear el pozo de arenas movedizas. Yo le eché un vistazo a su cuerpo desnudo.
– ¿Quieres que te preste el tanga, o algo así?
Se le escapó una carcajada que hizo que se estremeciera por el dolor de las heridas, pero al mirarme, le brillaban los ojos.
– Creo que no. Si nos capturaran los Fomorians, harían circular unas historias tremendas.
– Veo los titulares. «El Sumo Chamán de los centauros iba travestido en el momento de su captura».
– ¿Titulares?
– Chismorreos que lee todo el mundo.
– Sí, sería vergonzoso.
– Verdaderamente.
– Quizá deberíamos hablar de lo que vamos a hacer con el tanga más adelante.
A mí me animó oír el tono sensual de su voz.
– Ahorra energías, muchachote. ¿Quién te crees que eres, John Wayne?
Sabía que él iba a preguntar.
– ¿John Wayne?
Aquél era un tema del que yo podía hablar durante horas. Carraspeé y adopté la actitud de profesora.
– John Wayne, de nombre real Marion Michael Morrison, nacido en Winterset, Iowa. En mi antiguo mundo es lo que se llama un icono americano. Personalmente, pienso que era un patriota y un héroe.
Me miró con curiosidad, y yo seguí hablando.
– Deja que te cuente cosas de él…
Estaba en mitad del argumento de John Wayne y los cowboys, medio ahogándome, cuando ClanFintan me indicó con un gesto que me detuviera.
– Shh -susurró-. Hemos llegado al final del campo de hierba.
Miré hacia arriba y vi que a pocos metros de nosotros había un bosque de árboles altos, salvajes, una jungla impenetrable de cipreses, sauces y almezos, y algo que debían de ser hibiscos mutantes.
Sin embargo, mientras permanecíamos allí en silencio, también oímos un sonido delicioso. Nos dimos cuenta de lo que era al mismo tiempo, y se nos iluminaron los ojos al mirarnos.
– El río -dijo ClanFintan en voz baja.
– ¡Gracias, Epona! ¡Por fin!
– Shh -ClanFintan se acercó a mí y me habló al oído-. Si podemos oír el río, es que las criaturas están en algún lugar cercano, entre el final del pantano y la orilla.
– ¿Y cómo vamos a pasar? -le pregunté.
– Tenemos que atravesar sigilosamente el bosque. Debemos evitar las hojas secas y las ramitas. Pisa con suavidad en las partes húmedas del suelo -me dijo.
– ¿Y si nos ven?
Me tomó por los hombros e hizo que lo mirara atentamente a los ojos.
– Corre hacia el río. No te pares. No te preocupes por mí. Sólo tienes que llegar al río y cruzarlo a nado.
– Pero…
– ¡No! Escúchame. Ellos no me reconocerán. Pensarán que soy sólo un humano. Puedo ganar tiempo para que tú cruces el río. Cuando estés a salvo, cambiaré de forma nuevamente y me reuniré contigo.
Todo aquello era una mentira, y yo iba a decírselo, pero me hundió los dedos en los hombros.
– Piensa en lo que te harán si te atrapan. Yo no podría soportarlo. A mí sólo pueden matarme, pero a ti pueden hacerte muchas más cosas.
– De acuerdo. Iré hacia el río.
Su expresión se relajó, y me besó con dulzura.
– Ahora, vamos a salir del pantano. Pisa sólo donde pise yo.
– Vale, tú mandas.
Él me lanzó una enorme sonrisa.
– Pero sólo por ahora -añadí.
Seguimos caminando lentamente, dejando atrás la hierba y entrando en un mundo de árboles primigenios y maleza densa. Nos movíamos despacio porque debíamos evitar las hojas secas y las ramas que pudieran crujir bajo nuestros pasos.
Desde mi posición, detrás de ClanFintan, veía su espalda desnuda. A cada paso que daba, de sus heridas manaban fluidos. Tenía la piel cubierta de sudor, y sus músculos se encogían y temblaban cada vez que cambiaba el peso de un pie a otro, con lentitud.
A cada minuto, yo esperaba que uno de los monstruos se lanzara contra nosotros gruñendo y moviendo las alas, pero seguimos caminando. Entonces, ClanFintan alzó una mano y se detuvo en seco. Frente a nosotros apareció el río, poderoso y gris a la luz débil del atardecer. Entre los árboles y la orilla había una zona rocosa, de unos quince metros de anchura.
Y en aquella zona había tres criaturas agazapadas. Estaban de espaldas a nosotros, agazapados sobre una hoguera. Uno de ellos alimentó el fuego con ramas secas. No hablaban, pero de vez en cuando, uno de ellos miraba hacia el río y emitía un silbido.
ClanFintan me hizo una señal para que me pusiera tras él, y yo lo hice, sigilosamente.
– Cuando te avise, corre hacia el río. No me mires. No me esperes -me dijo con intensidad.
Yo abrí la boca, pero él me puso un dedo sobre los labios.
– Confía en mí -me susurró.
Yo me tragué las protestas y asentí de mala gana.
Él se agachó y buscó algo a nuestro alrededor. Al final, tomó una rama caída que había junto a sus patas, y me miró.