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– ¿Lista? -susurró.

Yo asentí.

Entonces, lanzó la rama a nuestra izquierda, hacia los árboles que estaban justo detrás de los monstruos.

– ¡Adelante! -susurró.

Yo salí disparada de entre los árboles, y el miedo y la adrenalina me hicieron correr a una velocidad poco habitual en mí. Sentí que ClanFintan me seguía.

Y oí a las criaturas. Estaban gruñendo y escupiendo. Miré hacia atrás y las vi dirigiéndose hacia los árboles.

– ¡No mires, corre! -dijo ClanFintan entre jadeos. Lamentablemente, yo no fui la única que lo oyó.

– ¡Allí! -siseó una de las criaturas, señalándonos. Las rocas del suelo crujieron cuando se lanzó hacia nosotros, seguido de las otras dos.

– ¡Más rápido! -gritó ClanFintan.

Llegué a la orilla cuando una de las criaturas alcanzaba a ClanFintan. Oí un sonido de rasgadura horrible cuando las garras del monstruo arañaron el hombro de mi marido.

ClanFintan se inclinó a un lado y se interpuso entre los Fomorians y yo. Esquivó un ataque de la criatura y le dio un puñetazo en el mentón. Oí que crujía, y la cosa dio unos cuantos pasos atrás para recuperarse y atacar a ClanFintan de nuevo.

– ¡Salta! ¡Yo me reuniré contigo en cuanto pueda! -me gritó.

– ¡Sin ti no!

Antes de que él pudiera responder, me agaché y pasé por debajo de su brazo, y corrí directamente hacia las sorprendidas criaturas. Levanté los brazos por encima de la cabeza, y agité las manos salvajemente, gritando:

– ¡Atrás, bestias pervertidas y repugnantes!

Los Fomorians retrocedieron, mirándome con una confusión justificada. ¿Qué mujer humana iba a correr hacia ellos? Y yo era una humana cubierta de barro cenagoso, con el pelo rojo y enmarañado, que movía los brazos como la novia loca de Frankenstein. Yo huiría si me viera. Antes de que pudieran recuperarse, me volví y corrí hacia mi marido.

– ¡Si tú saltas, yo salto! -grité.

Y, recordando todo lo que había oído decir a mi padre a sus jugadores de fútbol americano sobre el bloqueo, corrí hacia delante y le hice un placaje a ClanFintan con el hombro, bajo y fuerte, de modo que conseguí que cayéramos por la pendiente de la orilla, al agua.

Salí a la superficie y oí a ClanFintan expulsando agua de la boca a mi lado, mientras la corriente furiosa nos alejaba de la orilla.

– Relájate -me gritó por encima del agua-. ¡Nada con la corriente!

Hice lo que me decía, dejándome llevar por el agua, situándome siempre a contracorriente. El agua estaba muy fría, y pronto, el entumecimiento me asustó.

– ¡No te alejes de mí! -me gritó ClanFintan-. ¡Ya casi hemos llegado!

Había un saliente de la orilla frente a nosotros. ClanFintan me agarró del pelo con una mano, y con la otra, se aferró a una rama baja, para sacarnos a los dos hasta la parte poco profunda.

– ¡Ay! -me quejé yo, cuando él intentó desenredar su mano de mi pelo.

– Vamos -dijo.

Me tomó de la mano y me condujo, tambaleándose, hasta la orilla, donde los dos nos dejamos caer.

Oí que dejaba escapar un gruñido de dolor al mover el cuerpo para tumbarse de costado.

– Odio decirte esto, pero tienes que volver al agua para lavarte el barro de las heridas.

Él asintió con tirantez, y se obligó a ponerse en pie. Yo lo seguí hasta el río, y lo ayudé a enjugarse el cuerpo con el agua helada. Afortunadamente, todavía conservaba el bolso del ungüento, así que extendí lo que quedaba sobre sus heridas. Él estaba temblando. Los nuevos cortes que tenía en el hombro le sangraban abundantemente.

– ¿Puedes cambiar ahora? -le pregunté.

Él asintió con cansancio, y yo me alejé para que tuviera espacio. Cerré los ojos contra la luz, y también para no ver su dolor. Cuando el brillo se desvaneció, abrí los ojos, y me sentí aliviada, porque en su verdadera forma, parecía más sólido y poderoso.

– Vamos a casa -le dije, tendiéndole la mano.

Él la agarró y tiró de mí para ayudarme a subir la orilla empinada.

Capítulo 20

Encontramos con facilidad el rastro que la legión había dejado de camino hacia el Templo de la Musa, y comenzamos a seguirlo en sentido opuesto. Al principio, yo caminé junto a ClanFintan, negándome a montar sobre su espalda.

– No. Has soportado demasiado -dije.

– Como tú.

– Oh, claro. Mira quién tiene las heridas.

Él resopló.

– Y, corrígeme si me equivoco, creo que tú eres el único que ha cambiado de forma en las últimas veinticuatro horas.

– Tú eres mi esposa -adujo él, como si con eso lo explicara todo.

– Sí, y puedo caminar perfectamente durante unas horas.

Él abrió la boca para seguir la discusión.

– Espera, vamos a hacer un trato -dije yo-. Caminaré hasta que la luna esté en la mitad del cielo, y después montaré en tu lomo sin protestar.

Él refunfuñó, pero asintió.

– Eres muy cabezota.

– Gracias.

Eso lo hizo reír, y me posó el brazo en los hombros.

Caminamos en silencio. Yo inhalé el aire fresco de la noche, y disfruté del hecho de sentir a mi marido junto a mí. Llegaríamos al templo, y desde allí, pensaríamos cómo íbamos a librarnos de aquellas malditas criaturas.

Después de un rato, él me recordó mi compromiso.

– La luna está sobre nuestras cabezas…

Yo me detuve y lo miré fijamente.

– ¿De veras estás bien?

– Sí, amor mío -dijo, y me apartó un rizo de la cara-. Mis heridas se cerrarán.

– Entonces, montaré. Admito que estoy cansada.

Él me subió a su lomo.

– ¿Tienes hambre?

– Ni menciones la comida. Ya sabes que estoy hambrienta.

– Alanna te preparará un festín cuando lleguemos.

ClanFintan dio unos cuantos pasos, y después comenzó a trotar. Yo me apoyé en su espalda, pensando en aquel mundo y en el amor… y me quedé dormida inmediatamente.

Desde mi librería favorita de Tulsa, donde iba a atenderme un dependiente que era exactamente igual a Pierce Brosnan, me vi flotando directamente sobre el río. Iba a quejarme a Epona, pero entonces recordé que ella le había salvado la vida a ClanFintan, y mantuve la boca cerrada.

– De acuerdo, estoy lista para ver lo que quieras que vea -dije.

No hubo respuesta, salvo que yo comencé a moverme corriente arriba, deshaciendo el camino que acabábamos de recorrer. Suspiré y me preparé mentalmente para lo que sólo podía saber la diosa.

Ufasach Marsh brillaba a mi izquierda, como una herida abierta en el terreno. Al verlo desde el aire, me estremecí. Se extendía hasta donde alcanzaba la vista, y podríamos haber quedado atrapados allí para siempre.

Vi el parpadeo de unas luces delante de mí, y mi atención cambió desde la depresión del pantano hasta la zona rocosa que había entre la ciénaga y el río. Mi cuerpo se detuvo sobre varias hogueras enormes. Estaban dispersas por toda la orilla oeste del río Geal. Mi espíritu flotó lentamente hasta que se situó sobre un círculo de fuego. Vi a unas cuantas criaturas agazapadas, y descendí. Era evidente que estaban observando algo que había entre las hogueras. Percibí movimiento dentro del círculo, pero el humo del fuego me impedía ver bien. Entonces, el humo se disipó y yo me quedé horrorizada.

Dentro del círculo, Terpsícore danzaba. Estaba desnuda. Su cuerpo estaba cubierto de un sudor febril, que irónicamente, hacía que su piel brillara de una manera seductora. Ella giró y se retorció, hipnotizando a las criaturas con su increíble gracilidad y sexualidad. La melena le colgaba sobre el cuerpo como un velo erótico. Se movió seductoramente de criatura en criatura. Tocaba a todos los Fomorians, y dejaba un rastro de sudor y excitación tras ella. Y, rogué yo en silencio, de enfermedad. Observé cómo seguía bailando hacia las criaturas que estaban agachadas fuera del círculo, y cómo se aseguraba de tocar a todas las que podía. Las alas comenzaban a temblar y a ponerse erectas, y entonces, ella giraba y se alejaba, y empezaba el juego con otro de los monstruos. Era como una autómata maravillosa. Su rostro era una máscara inexpresiva, y me di cuenta de que tenía los labios agrietados y secos. También tenía un sarpullido incipiente en los brazos perfectamente modelados.