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Entonces, una de las criaturas se incorporó y entró en el círculo. Nuada. Agarró a Terpsícore por la cintura y la apretó contra su cuerpo. Yo me di cuenta de que ninguno de los otros monstruos la había tocado. El Señor de los Fomorians la quería para sí.

– Ya está bien, mujer -dijo. Pasó una de sus garras por el lado del pecho de la bailarina, dejando una delgada línea de sangre en la piel, que lamió con su lengua pálida-. Estoy listo para ti.

Entonces, comenzó a sacarla del círculo. Entonces, se detuvo y me fulminó con la mirada.

– ¡Mujer!

Oí su grito mientras Epona me arrancaba de allí y me devolvía a mi cuerpo.

Me sobresalté.

– Nuada tiene a Terpsícore.

– Que Epona la proteja -dijo ClanFintan. Su voz grave resonó en la noche.

– Se quedó en el Templo de la Musa a propósito -le expliqué yo-. Quería contagiarles la viruela a los Fomorians.

Él me miró con sorpresa.

– ¿Y crees que dará resultado?

– Ojalá lo supiera. La viruela es muy contagiosa para los humanos, pero no sé si afectará de igual forma a los Fomorians.

– ¿Y cuándo lo sabremos?

Suspiré.

– Creo que pasa más o menos una semana desde el contagio hasta la aparición de los síntomas. Sin embargo, no sé si el organismo de un Fomorian reacciona igual que el de una persona. Pienso que hay dos posibilidades, que se pongan muy enfermos muy rápidamente o que no les afecte en absoluto.

– Entonces, lo que necesitamos es tiempo -dijo pensativamente.

– Y mucha suerte -añadí yo.

En silencio, le envié a Epona una plegaria, rogándole que el sacrificio de la Encarnación de la Musa no hubiera sido en vano. Después, el agotamiento me venció.

– Descansa. Llegaremos al templo al amanecer.

Con aquellas palabras de ánimo de mi marido, cerré los ojos y me sumí en un profundo sueño.

Cuando desperté de nuevo, debían de haber pasado algunas horas del alba, aunque el sol estaba escondido tras las nubes. La mañana era gris. Oímos un grito, y uno de mis guerreros salió desde su puesto de vigilancia oculto junto a la orilla del río.

– ¡Bendita seáis, Epona! ¡Estáis viva!

Me saludó, y yo me di cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas.

Le sonreí, pero ClanFintan no aminoró el paso.

– Casi hemos llegado -le susurré al oído.

Él gruñó y asintió, concentrándose en seguir el ritmo.

Seguimos una curva familiar de la orilla, y me sentí feliz al ver el puente, con su altura horrible, sobre el curso del río.

Cuando entramos al puente, otro centinela nos vio, y después otro, y después otro más.

– Parece que algunos de mis guerreros consiguieron escapar de las criaturas -dije, a medida que más y más voces nos daban la bienvenida.

Cruzamos el puente y torcimos la curva hacia el templo. Incluso a la luz pálida y gris de aquella mañana nebulosa, sus murallas de mármol brillaban de una manera atrayente. La gente salía del templo y corría hacia nosotros. Entre ellos había unos centauros, guiados por una rubia y por un joven de pelaje claro.

– ¡Victoria! ¡Dougal! -grité, mientras cabalgaban hacia nosotros.

– ¡Le dije que lo conseguiríais! -exclamó Dougal alegremente.

– Admito que esta vez tenías razón -dijo Victoria entre risas, y me abrazó con tanta fuerza que estuve a punto de caerme de la espalda de ClanFintan.

Pronto estuvimos en una ola de gente jubilosa, y cuando atravesamos la entrada de la parte de atrás, Epi relinchó a los cuatro vientos para darnos la bienvenida. Entonces, oí una voz familiar, y vi a Alanna y a Carolan atravesando el patio hacia nosotros. ClanFintan me ayudó a bajar al suelo. Carolan me inspeccionó rápidamente.

– Yo estoy bien, estoy bien… Cuida de él -dije. Después de mirarme una vez más, Carolan comenzó a inspeccionar las heridas de ClanFintan.

– Ven conmigo -le ordenó a mi marido con voz grave.

ClanFintan me besó rápidamente y me dijo:

– Me reuniré contigo en tu habitación cuando Carolan haya terminado.

Después obedeció al Sanador, para alivio mío.

Yo abracé a Alanna.

– Sabía que ibas a volver -me dijo, con la voz entrecortada por las lágrimas.

– Sácame de aquí.

Me rodeó la cintura con un brazo y me guió rápidamente entre la multitud, que me daba la bienvenida. Yo saludé y les di las gracias, explicándoles que estaba bien, y que sólo necesitaba descansar. Finalmente, nos dirigimos directamente a los baños, y yo oí que Alanna le daba órdenes a un guardia antes de cerrar la puerta:

– Trae vino, agua y fruta. Después, pide que lleven la comida a su habitación.

Cuando nos quedamos a solas, nos abrazamos como dos niñas. Yo fui la primera en apartarme.

– Oh, te he manchado -dije, mientras lloriqueaba e intentaba secarme las lágrimas de la cara.

– No me importa, pero deja que te ayude a quitarte todo eso.

Por una vez, no me importó abandonarme a sus cuidados.

– Parece que no puedo dejar de temblar -dije, riéndome. Me di cuenta de que aquello era pura histeria.

Alanna me tomó de la mano y me guió hasta la piscina. Alguien llamó a la puerta, e instantes después entró una ninfa con una bandeja llena.

– Oh, mi señora -dijo-. ¡Todas estamos tan felices porque hayáis regresado sana y salva!

– Gracias -respondí, intentando sonreír, mientras me castañeteaban los dientes-. Yo también estoy muy feliz de haber regresado a casa.

Ella hizo una reverencia, y se marchó. Yo me relajé dentro del agua con un profundo suspiro.

– Toma -me dijo Alanna, entregándome una copa-. Bebe.

Obedecí y tomé el agua fresca a grandes sorbos.

– Tranquila, no te atragantes.

Tomé aire, y después di otro trago.

– Gracias -dije, y le devolví la copa vacía.

De repente, me di cuenta de lo sucio que tenía el pelo, y sólo quise lavármelo. Hundí la cabeza en el agua caliente, sin dejar de temblar.

– Ayúdame -le dije a Alanna-. Tengo que estar limpia.

Ella no me preguntó nada. Se limitó a ponerme jabón en el pelo y me ayudó a frotarlo. Después, yo me enjaboné el cuerpo y me aclaré en el centro de la piscina, despojándome de toda la suciedad.

Volví a sentarme en uno de los salientes, y Alanna me dio otra copa de agua fresca. Mientras bebía, me di cuenta de que habían dejado de temblarme las manos.

– ¿Mejor? -me preguntó.

– Sí, amiga, muchas gracias.

Se sentó al borde de la piscina, cerca de mí, y cambió la copa de agua por una copa de vino. Después acercó una bandeja llena de fruta. Yo sonreí con gratitud, y tomé un pedazo de melón. Lo mastiqué lentamente y dejé que el jugo me cubriera la lengua.

– Es maravilloso estar en casa -susurré.

– ¿No hay ninguna posibilidad de que podamos quedarnos?

Aquella pregunta me recordó que ClanFintan le había ordenado a Dougal que comenzara a evacuar a la gente al otro lado del río.

– ClanFintan cree que no -respondí, y recordé la devastación del Templo de la Musa-. Y yo creo que tiene razón. ¿Consiguió llegar alguien del templo hasta aquí?