– Sí. Un grupo bastante grande llegó antes del amanecer de hoy, escoltado por unos guerreros centauros y por las Cazadoras. Carolan ha atendido a todos los heridos, y ahora están descansando. Victoria y Dougal llegaron poco después, y nos dijeron que hay que dejar el templo. Deberíamos estar listos para cruzar el puente al amanecer.
– ¿Estaba Thalia con ellos?
– Sí. Está bien.
– ¿Y Sila?
– No -respondió Alanna con tristeza-. Nadie la vio cruzar el río.
– ¿Y no han vuelto más centauros?
– Sí, llegó otro grupo esta mañana, poco después que Dougal y Victoria. Escoltaban a un grupo de humanos que estaban muy enfermos.
– Entonces, ¿cuántos centauros han llegado?
– Unos trescientos -dijo Alanna.
¿De mil, sólo había sobrevivido un tercio? Era inimaginable. Cerré los ojos, rogando que se hubieran salvado muchos más y que estuvieran de camino.
– ¿Y mis guerreros? -pregunté.
– Salieron dos barcazas, en cada una cincuenta hombres. Volvió una. Los guerreros dicen que los Fomorians los estaban esperando cuando desembarcaron -explicó con la voz ahogada.
– ¿Woulff y McNamara?
– Llegaron tarde. Connor envió el mensaje de que tuvieron que batirse en retirada. Perdieron muchos hombres.
Yo exhalé un suspiro.
– Es una pesadilla.
– Tiene que haber un modo de detenerlos -dijo Alanna con desesperación.
– Sí, y vamos a encontrarlo.
Sin embargo, mis palabras sonaron huecas, incluso para mis oídos.
Capítulo 21
Una vez vestida, con el pelo bien peinado y con dos copas de vino y mucha fruta en el estómago, me sentí un poco menos pesimista. Alanna me puso la corona en la cabeza, y caminamos de la mano hasta mi habitación. En la entrada, se despidió de mí y se alejó por el pasillo.
El guardia me abrió la puerta y, cuando volvió a cerrarla detrás de mí, me di cuenta de que necesitaba estar unos minutos a solas. Mi habitación me resultó agradable y familiar. Habían retirado la estructura de mi cama, y el colchón estaba en el suelo, perfectamente hecho. Las cortinas estaban parcialmente abiertas, y la luz lluviosa del día creaba un ambiente acogedor, como para encerrarse con un libro y una copa de vino. La mesa estaba cargada de comida, que emitía olores deliciosos. Mi estómago emitió un gruñido, y me acerqué a comer.
Justo cuando estaba llevándome la pata de un pájaro pequeño y gordo a la boca, me llamó la atención un sonido que provenía de la biblioteca.
– ¿Hola? -dije, pero no obtuve respuesta, y me pregunté qué pequeña ninfa estaría allí, quitando el polvo o algo así. No respondió nadie, así que me encogí de hombros y decidí que eran imaginaciones mías.
El pájaro se estaba deshaciendo en mi boca cuando oí el sonido de nuevo. En aquella ocasión fue más alto, un golpe seco, como si se hubiera caído al suelo algo hueco y pesado.
Estupendo. Seguramente, alguna pobre chica tímida había roto algo, y ahora estaba asustada porque tendría que vérselas con lady Rhiannon, la bruja. De eso se trataba, seguramente, pero algo me molestó en un rincón de la mente. Era una sensación de incomodidad difícil de explicar.
Suspiré, me limpié los labios y caminé de mala gana hacia la biblioteca.
Sabía que era absurdo, pero cuanto más me acercaba a la puerta, más incómoda me sentía. Me detuve, temerosa de que un Fomorian hubiera conseguido entrar en el templo.
No. Aquella sensación no era de horror ante el mal de aquellas criaturas. Era una incomodidad familiar, algo que conocía, pero que no conseguía identificar. Cuando entré en la biblioteca, me di cuenta de que me dolía el estómago, y de que estaba apretando los dientes con fuerza.
La biblioteca estaba iluminada con muchas velas, todas en su aplique de calavera. La sala estaba exactamente igual que la última vez que yo la había visitado. Los libros descansaban en las estanterías, y le conferían a la habitación una apariencia confortable, en total contradicción con la sensación de angustia que me atenazaba el estómago. Estaba empezando a pensar que quizá la fruta me había sentado mal, cuando algo en la mesa me llamó la atención.
Y se me escapó todo el aire de los pulmones, como si me hubieran dado un puñetazo en la boca del estómago.
Era el ánfora, la misma que yo había comprado en la subasta. La misma que había provocado el accidente de coche y el paso de un mundo a otro. Intenté recuperar el aliento, pero de repente, estaba demasiado mareada. La habitación comenzó a girar a mi alrededor; intenté dar un paso atrás, pero mi cuerpo no me obedecía. Era como si me estuviera succionando un remolino gigante. Me estaba ahogando. Entonces, el ánfora comenzó a brillar, y supe que la habían enviado allí para devolverme a mi antiguo mundo. Mis brazos se extendieron solos, y comencé a caminar hacia delante.
De repente, algo tiró de mí hacia atrás, y ClanFintan entró como una furia en la habitación. Tiró el ánfora y la hizo añicos contra el suelo. Después la pisoteó y, lentamente, el brillo de la cerámica se apagó.
Me di cuenta de que seguía sin respirar, y las piernas me fallaron. Todo se sumió en la oscuridad.
– Rhea… Rhea -me llamó alguien, desde muy lejos-. Rhea, despierta.
Yo no podía responder.
– ¡Shannon Parker! ¡Abre los ojos y vuelve!
Abrí los ojos de golpe. Estaba tendida en nuestro colchón, entre los brazos de ClanFintan. Él estaba pálido de preocupación.
– ¿Qué ha ocurrido? -pregunté. Entonces lo recordé todo, e intenté incorporarme-. ¡El ánfora! ¡Ha intentado llevarme de vuelta!
Entonces, volví a sentir un intenso mareo.
– Túmbate. La he destruido -dijo ClanFintan, y me besó la frente pegajosa-. He mandado llamar a Carolan.
– Creo que estoy bien -dije, pero no intenté incorporarme de nuevo.
– Pareces un fantasma.
– Tú tampoco estás maravillosamente bien -dije, acariciándole con dulzura la mejilla.
Antes de que él pudiera responder, Carolan entró en la habitación como un rayo, seguido de Alanna.
– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó él mientras se arrodillaba a mi lado. Me acarició la cara y me tomó el pulso de la muñeca.
– Ha aparecido el ánfora. Lady Rhiannon ha intentado intercambiar su sitio con ella otra vez -dijo ClanFintan.
– ¡Oh, no! -exclamó Alanna, y se tapó la boca con la mano.
– Estaba en el pasillo, y oí un sonido -explicó mi marido-. Lo seguí, y encontré a Rhea en la biblioteca, junto a un ánfora que resplandecía. La habitación temblaba como si fuera un charco de agua. La saqué de la biblioteca y destruí el ánfora. Después, ella se desmayó.
– Ahora me siento mejor.
– ¿Puedes ponerte en pie? -me preguntó Carolan.
– Sí -dije, y ellos me ayudaron a levantarme. La habitación no se movió-. Ayudadme a ir hacia la mesa, me muero de hambre y tengo que beber algo.
– Está mejor -dijo ClanFintan con alivio, pero no me soltó mientras me guiaba hacia la mesa.
ClanFintan ocupó su sitio habitual y me estrechó contra sí. Alanna me entregó una copa de vino, y Carolan y ella se sentaron frente a mí.
Tomé un largo trago, intentando controlar el temblor que tenía por dentro.
– Está intentando volver -dije-. Debería haberme dado cuenta de que iba a suceder. Ella se marchó de aquí siendo la Encarnación de la Diosa, que veía todos sus caprichos hechos realidad, para convertirse en una profesora de instituto de Oklahoma, que cobra un cincuenta por ciento menos que el sueldo medio nacional. Por favor, ¿quién no iba a querer volver? -continué. Sabía que no me entendían, pero me dejaron parlotear-. Debió de oír algo de mi mundo. Vio coches y aviones, rascacielos, autopistas, la magia de la televisión y los ordenadores -dije con una risita-. Pensó que sería la reina de todo eso. Y no es así. Los profesores están muy mal pagados y tienen mucho trabajo. Tenemos que aguantar a padres negligentes que nos culpan por los problemas que han causado con sus malas decisiones. De verdad, algunos nos planteamos si llevar chalecos antibalas al trabajo.