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– Amor mío… -ClanFintan, la voz de la cordura, interrumpió mi discurso-. No voy a permitir que te separe de mí.

– ¿Y cómo se lo vas a impedir? -pregunté yo, temblando de nuevo.

– ¿No se lo he impedido hoy? -me rodeó con sus brazos, y yo me aferré a su calor y su seguridad.

– Nos aseguraremos de que todo el mundo sepa cómo es el ánfora -dijo Alanna con una sonrisa de ánimo-. Diremos que la están usando las fuerzas del mal. Y, si aparece otra, será destruida antes de que pueda hacerte daño.

– Si aparece no, cuando aparezca. Sé que ella lo va a intentar otra vez.

– Que lo intente -dijo Carolan-. No le permitiremos que tenga éxito.

ClanFintan me acarició los hombros, y me permitió que pensara que estaba a salvo.

– Come, amor mío -me dijo al oído-. Te sentirás mejor.

– Comer siempre hace que me sienta mejor -dije. Me acerqué a la mesa y me metí un poco de pescado en la boca.

Estaba empezando a relajarme, escuchando a Carolan y a ClanFintan mientras hablaban del procedimiento de la evacuación del día siguiente, cuando alguien llamó a la puerta y entró directamente.

Un guardia sudoroso saludó y dijo:

– Se ha divisado a los Fomorians en las tierras del templo.

ClanFintan corrió hacia la puerta.

Capítulo 22

– Avisad a Dougal. Que reúna a los centauros y al resto de la guardia en la entrada de la muralla noreste -ordenó ClanFintan, y el guardia asintió y se marchó corriendo. Nosotros cuatro comenzamos a recorrer el pasillo hacia el patio.

– ¿Cómo ha podido llegar tan pronto? -pregunté con incredulidad.

Llegamos al patio, que ya estaba lleno de gente.

– La lluvia -dijo Carolan-. No ha salido el sol, y eso ha sido una ventaja para ellos.

– Debería haber tenido en cuenta lo rápidamente que se trasladan -dijo ClanFintan, volviéndose hacia nosotros-. Carolan, que todos los guerreros que haya en la sala de los enfermos suban a la muralla. No me importa que estén heridos o enfermos. Diles que no tienen elección.

Carolan asintió, besó a Alanna y se alejó.

– Alanna -dijo ClanFintan-, que las mujeres tomen todos los calderos que haya en el templo y los traigan al patio central. Después, que saquen de las despensas los barriles de aceite de las lámparas y que los traigan también.

– Sí, ClanFintan -respondió ella, y se marchó.

– Ni se te ocurra mandarme a hacer un recado, yo me quedo contigo -le dije.

– No se me había ocurrido -dijo él, mientras corríamos por el patio.

Nos dirigimos hacia la muralla de la parte trasera del templo, y ClanFintan la rodeó hacia la izquierda. Pronto nos encontramos con un grupo de centauros y humanos que estaban reunidos en la entrada de una estrecha escalera construida en el interior de la muralla.

Dougal dio un paso adelante. Victoria estaba a su lado.

– Fomorians.

Dougal asintió.

– Lo hemos oído. ¿Qué vamos a hacer?

– ¿Dónde está el centinela que lo ha notificado a los guardias? -preguntó ClanFintan.

Un joven se adelantó y saludó marcialmente.

– Informa -dijo ClanFintan.

– Mi señor, estaba en mi puesto, en el punto de observación norte, en esta orilla del río. Oí unos ruidos extraños, así que subí a la copa de un roble, y al norte, vi una marea de criaturas con alas. Volví al templo rápidamente para dar el aviso.

– Victoria, sube con tus Cazadoras a la muralla. Necesitamos vuestras ballestas.

Victoria y las Cazadoras se movieron inmediatamente hacia las empinadas escaleras, y comenzaron a subir a las almenas. ClanFintan se dirigió al resto del grupo, que estaba compuesto por miembros exhaustos de mi guardia personal y un tercio de la legión de centauros, que también estaban agotados, pero decididos.

– Las mujeres están reuniendo calderos y aceite en el patio central. Ayudadlas a subirlos a las almenas. Subid también antorchas y leña. Puede ser el único modo de conseguir que no entren en el templo.

Los guerreros se pusieron en acción, y nos dejaron solos con Dougal.

– Nosotros nos uniremos a las Cazadoras -dijo ClanFintan, y comenzó a subir las escaleras.

El paso de ronda que recorría toda la muralla era más ancho que la pasarela de la cúpula del Templo de la Musa. Las balaustradas de Epona eran gruesas y estaban bien situadas. Las Cazadoras estaban en posición, preparando sus ballestas. Yo me quedé entre ClanFintan y Dougal, mirando hacia el exterior, como todos los demás, a la escasa luz del anochecer, e intentando distinguir formas entre la niebla. No se movía nada, salvo la lluvia.

Unos ruidos desde el interior de la muralla nos llamaron la atención, y los guerreros comenzaron a aparecer desde las escaleras, portando pesados calderos y barriles de aceite. Nos concentramos en ayudarlos, mientras las Cazadoras y los centauros mantenían la vigilancia.

Cada tres o cuatro barrotes de la balaustrada había un agujero en el suelo del paso de ronda. Y, colgando desde aquellos huecos, había unos ganchos de hierro. Los guerreros comenzaron a llenar los agujeros con carbón y leña. Después suspendieron los calderos de los ganchos, los llenaron de aceite y encendieron los fuegos.

Recordé que ClanFintan había alabado el Templo de Epona como fortaleza, y que Carolan había explicado que, al contrario que las musas, Epona era una diosa guerrera. Así pues, el templo estaba preparado para una batalla; yo sólo esperaba que tuviéramos suficientes hombres para librarla.

Pronto se nos unieron centauros y guerreros heridos. Sus rostros eran graves, mientras obedecían las órdenes sin hacer ni un solo comentario, y ClanFintan los situaba por todo el paso de ronda de la muralla.

Entonces, oí que se dirigía al centinela que había dado aviso de la llegada de los Fomorians.

– ¿Cómo te llamas, guerrero?

– Patrick -respondió él.

– ¿Hay en el templo arcos y flechas?

– Sí, mi señor.

– Tráelos -dijo ClanFintan.

Carolan se unió a nosotros brevemente, comprobando el estado de sus pacientes.

ClanFintan se lo llevó aparte para darle instrucciones.

– Que Alanna reúna a todas las mujeres dentro del templo. Decidles que hagan un hatillo. Deben cargar con una manta, un odre de vino y un arma. Cualquier arma. Un cuchillo de cocina, o un par de tijeras son mejores que nada.

– Se lo diré -respondió Carolan, y se dirigió rápidamente hacia las escaleras.

– ¡ClanFintan! -la voz de Victoria atravesó las almenas-. ¡Allí!

Seguimos la dirección que nos indicaba y vimos un frente de criaturas aproximándose al templo. Yo comencé a oír sus silbidos depredadores en el silencio nocturno.

– Esperad hasta que la Cazadora dé la orden -dijo mi marido, con la voz fuerte y segura-. Apuntad a la cabeza y al cuello. Como ya sabéis, son difíciles de matar.

La línea se acercó.

Vi que Victoria apuntaba con su ballesta. Las Cazadoras y los guerreros la imitaron.

El frente seguía aproximándose.

Empecé a distinguir a las criaturas. Tenían un brillo anormal en los ojos, y también en las garras y los colmillos húmedos.