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– ¡Ahora! -gritó Victoria.

Tras el siseo ensordecedor de las flechas, se oyó el sonido horrible de la carne atravesada por los astiles. Muchas de las criaturas de primera fila cayeron, pero sus camaradas pasaron por encima de ellos y prosiguieron su camino, ajenos a la muerte.

– ¡Otra vez!-gritó Victoria.

Hubo oleada tras oleada, lluvia tras lluvia de flechas, pero no detuvieron la marea de Fomorians. Pronto estaban a los pies de la muralla.

– ¡Derramad el aceite! -gritó ClanFintan, y los calderos se volcaron sobre las criaturas.

Los que estaban junto al lienzo gritaron y se retorcieron agónicamente cuando el aceite hirviendo les quemó la carne hasta los huesos. Los demás silbaron y se detuvieron, sin saber si debían trepar por los cuerpos de sus muertos.

– ¡Dejad caer las antorchas!

Los guerreros arrojaron antorchas encendidas sobre las criaturas empapadas en aceite, que al instante fueron envueltas en llamas, y que comenzaron a lanzarse ciegamente hacia sus compañeros, prendiéndolos también. Las llamas se extendieron por las tierras del templo, y pronto, los monstruos estaban corriendo frenéticamente, derribándose entre sí para poder apartarse de la muralla.

Yo aparté la vista. No podía presenciar su agonía.

Los guerreros del templo y los centauros prorrumpieron en gritos de victoria.

– Más aceite -dijo ClanFintan, que no se permitió ni un segundo de celebración-. Preparad más flechas. Van a volver.

Después de aquello, hubo unos momentos de silencio. ClanFintan me estrechó contra sí, y yo apoyé la cabeza en su pecho.

– ¡Mujer!

Se oyó una voz siseante que nos rodeó.

– ¿Dónde estás, mujer?

El sonido se expandió por toda la muralla; era como si las palabras me estuvieran buscando. Salí del abrazo de ClanFintan y corrí hacia una de las almenas. Nuada estaba caminando de un lado a otro sobre un montón de cuerpos humeantes. Tenía las alas erectas. Su pelo blanco flotaba desordenadamente a su alrededor, y su cuerpo desnudo era completamente visible a la luz del fuego del aceite.

Al verlo, sentí toda la ira vengativa de una diosa.

– ¿Qué quieres, criatura patética?

– A ti, mujer. Te deseo a ti.

– Es una lástima. Nunca me tendrás.

Supe que era cierto. Sentí que mi Epona me prometía que Nuada nunca iba a poseerme, pasara lo que pasara.

– ¡Sí! -gritó él. Noté que su cara, que normalmente era muy blanca, estaba enrojecida, y que él estaba sudando-. Te poseeré, ¡pronto! El resto de mi ejército se unirá a mí mañana -dijo, y soltó una risotada provocadora-. He dejado que se divirtieran con las mujeres del otro templo, pero esa diversión no ha durado mucho. Tengo más esperanzas puestas en ti -añadió con más carcajadas-. Despídete esta noche de tu diosa débil, y también de esa mutación a la que llamas compañero. ¡Mañana me pertenecerás!

ClanFintan le hizo un gesto a Victoria, y ella le lanzó la ballesta. Con un movimiento veloz, mi marido apuntó y disparó. El silbido fue seguido de un grito de Nuada cuando la flecha le cortó un lado de la cabeza, separándole la oreja del cuerpo.

Nuada intentó contener la sangre con la mano, mientras se daba la vuelta y desaparecía entre las sombras.

– Ese tipo tiene que ir a terapia -murmuré.

– Dormid en turnos -les dijo ClanFintan a los guerreros de las almenas-. Victoria, Dougal, Patrick, id en busca de Carolan y Alanna, y reuníos con nosotros en la habitación de Rhea. Sígueme -me ordenó sin contemplaciones, mientras se dirigía hacia las escaleras.

Todos obedecimos.

Cuando atravesamos la puerta de mi habitación, antes de que yo pudiera recuperar el aliento, ClanFintan me abrazó con fuerza y me besó. Yo le respondí con toda mi alma, y cuando el beso terminó, él me estrechó contra su cuerpo.

– Ese monstruo nunca te poseerá. No lo permitiré.

– Lo sé, amor mío -murmuré contra su piel.

Alguien llamó a la puerta. ClanFintan se separó de mí con reticencia y gritó:

– ¡Adelante!

Yo me serví una copa de vino y me senté.

Entraron Dougal, Victoria, Carolan, Alanna y Patrick, y sin preámbulos, ClanFintan se dirigió a ellos y anunció:

– Nos marchamos al amanecer.

Ninguno dijo nada. Alanna se fue rápidamente hacia un lateral de la habitación y sacó seis copas de algún sitio, las distribuyó y sirvió vino para cada uno. Yo la ayudé.

– ¿Cómo? -Carolan fue quien hizo la única pregunta.

– Formaremos en falange. Parte de los centauros se colocarán en la parte exterior, con las espadas en la mano y los escudos en alto -dijo ClanFintan, y miró a Patrick-, alternados con guerreros humanos, que llevarán preparadas las lanzas -añadió, y se volvió hacia Victoria-, y las Cazadoras dispararán las ballestas. Dentro de la falange irán las mujeres y los niños. El resto de los centauros y de los guerreros humanos formarán un frente entre las criaturas y la falange. Saldremos en cuanto amanezca, e iremos hacia el este para cruzar el río. Contendremos a los Fomorians hasta que las mujeres hayan podido cruzarlo, y después, las seguiremos.

La habitación quedó en silencio.

– Es la única manera. Si nos quedamos aquí, moriremos todos.

– Muchos no llegarán a cruzar el río -dijo Carolan.

– Pero algunos sí -dije yo-. Si las criaturas entran en el templo, las mujeres correrán una suerte mucho peor que la muerte.

– ¿No hay manera de que podamos contenerlos? -preguntó Alanna a ClanFintan.

– No. Indefinidamente no. Nuada ha dicho que mañana acudirán más criaturas. No podemos arriesgarnos a que sean tantos que invadan el templo con facilidad.

– ¿Y adónde iremos después de cruzar el río? -preguntó Patrick.

– A la seguridad -respondió ClanFintan, tomando del hombro al joven-. A las Llanuras de los Centauros. Allí nos recuperaremos, y volveremos.

Patrick tragó saliva y asintió.

El sacrificio de Terpsícore se me pasó por la cabeza, y pensé en preguntar si no podíamos esperar un par de días más por si la viruela afectaba a las criaturas. Sin embargo, ¿y si me equivocaba, y el hecho de esperar dos días beneficiaba el asedio de los Fomorians? No podía correr semejante riesgo.

– ¡Por un nuevo comienzo! -exclamé, y alcé la copa.

– ¡Por un nuevo comienzo! -repitió el grupo con solemnidad, y todos me imitaron.

Después, nos pusimos manos a la obra.

Capítulo 23

– Mudarse nunca fue divertido -murmuré mientras recorría el pasillo hacia mis baños.

Tenía que hacer mis necesidades, y no quería usar los baños públicos, aunque hubiera sabido dónde estaban. Me di cuenta de que no había guardias custodiando la puerta, lo cual era lógico. El templo bullía de actividad. Todo el mundo tenía una tarea, no había tiempo libre para estar delante de una puerta y mostrar músculo. En cierto modo, aquello era trágico.

El calor suave de la habitación me envolvió, e intenté no pensar en que quizá nunca volvería a estar allí. Después de terminar con mis cosas privadas, me acerqué al tocador y olisqueé el frasco de jabón de arena… y recordé una noche, bajo una gran luna, en la que me había bañado en un río helado con un centauro que rápidamente se estaba convirtiendo en mi amante… y en mi amigo.

Por favor, Epona…

Cerré los ojos y recé en silencio. «Permite que sobreviva al día de mañana».

La puerta se abrió, y antes de poder volverme, reconocí el sonido de los cascos en el suelo.

– Alanna me ha dicho que te había visto escabulléndote hacia aquí -dijo él, y yo oí una sonrisa en su voz.