– Cuando estemos en posición -continuó ClanFintan-, el anillo exterior de la falange os conducirá hacia las puertas del templo. No vaciléis. No os detengáis. Vuestro objetivo es llegar al río. Cuando lo crucéis estaréis a salvo, y nosotros os seguiremos. Que Epona esté con vosotros.
La gente asintió, y se volvieron en silencio hacia las puertas del templo.
– Tú debes colocarte en el centro de la falange -me dijo suavemente ClanFintan.
– Creía que tú ibas a guiarnos -dije. Sabía que tenía que ser valiente por mi pueblo, pero el hecho de pensar en que él iba a estar rodeado de un ejército de Fomorians hacía que me doliera el pecho.
– Victoria os guiará. Yo debo permanecer con los otros centauros -me dijo ClanFintan. Me abrazó y me susurró-: Me reuniré contigo al otro lado del río.
– Por favor, ten cuidado -le pedí con la voz temblorosa.
Su beso fue rápido y fuerte. Después se dio la vuelta y se alejó.
Alanna me tomó de la mano.
– Vamos -dijo.
La falange se separó y nos permitió entrar hasta el centro. Me alegré al ver que Tarah y Kristianna estaban allí, valientemente, junto a Carolan. Él besó a su esposa y me saludó.
– ClanFintan se ha empeñado en que yo esté en el centro. Dijo que tengo que estar seguro para salvarlo de los puntos de sutura de Victoria.
Yo intenté responderle con algo ingenioso y conciso, pero en realidad, me sentí aliviada porque Victoria interviniera y me librara de hablar.
– Los centauros han salido por la parte trasera del templo y se dirigen hacia el norte -dijo-. Han soltado a las yeguas -añadió, e hizo una pausa-. Están en posición. ClanFintan ha hecho la señal. ¡Comenzad a moveros!
El anillo de guerreros avanzó mientras Victoria bajaba rápidamente de las almenas y galopaba hasta sus filas.
El ritmo del paso aumentó cuando la falange abandonó la seguridad de las murallas del templo. Cuando los que estábamos en el centro salimos por la gran puerta, ya íbamos corriendo.
La mañana, que había amanecido nublada y lluviosa, se estaba convirtiendo rápidamente en un día claro y cálido. El sol lucía por encima de nosotros. «Por favor, Epona», recé, «que el sol queme toda la niebla y sea una gran molestia para los Fomorians». Miré hacia la izquierda, intentando atisbar el campo de batalla, pero entre los últimos vestigios de la niebla y el apretado anillo de guerreros, no veía nada.
Pronto me di cuenta de que eso no tenía importancia, porque podía oír. Oía gritos y gruñidos, que se extendían inquietantemente por las tierras del templo.
– ¡Seguid avanzando! -gritó Victoria, cuando las mujeres reaccionaron al ruido y vacilaron.
– Vamos -dije yo, y animé a las que me rodeaban-. Todo va a salir bien. Seguid el ritmo de los guerreros.
Entonces, el sonido de unos cascos retumbó entre la niebla y, a medida que desaparecía, una manada de yeguas aterrorizadas apareció ante nuestra vista. Daban vueltas, con los ojos en blanco, inseguras, y de pronto nos vieron.
– ¿Ves a Epi? -grité, intentando distinguirla entre el mar de caballos que galopaban.
– ¡No! -respondió Carolan.
Entonces, abrí los ojos con horror al divisar una forma negra, alada. Y después otra, y otra. Segaban entre los caballos espantados, acuchillando y clavándoles las garras. A mi lado, una de las niñas gritó, y aquel grito agudo atravesó todo el campo. Vi que los Fomorians volvían la cabeza en dirección a la falange, y dejaron la matanza de caballos para deslizarse hacia nosotros.
– ¡Seguid adelante! ¡Moveos! -grité con mi mejor voz de profesora, y el grupo avanzó.
Otro grito atrajo mi atención hacia el campo de batalla, y miré por encima de mi hombro hacia atrás, justo para ver cómo un guerrero centauro daba caza y decapitaba a una de las criaturas que nos perseguían.
– Han penetrado en las filas de los centauros, pero los guerreros los están persiguiendo -dijo Carolan.
Intenté seguir corriendo mientras mantenía parte de mi atención centrada en lo que estaba ocurriendo detrás de nosotros. Las yeguas todavía estaban aterrorizadas, y corrían a nuestro alrededor desordenadamente. Había más Fomorians acercándose a nosotros, pero ahora, yo veía con claridad la línea de centauros que nos protegía. Todavía luchaban contra el ejército Fomorian, e intentaban perseguir a las criaturas que conseguían traspasar el límite, pero no podían atraparlas a todas, y los monstruos alados nos estaban alcanzando.
– ¿Dónde está el maldito río? -le grité a Alanna.
– No hemos llegado todavía a la mitad del camino -dijo ella, pálida.
– ¡Cazadoras, romped filas y cargad las ballestas! -ordenó Victoria con calma, y las cinco magníficas Cazadoras salieron ágilmente de la falange, cargando las ballestas a medida que se movían-. Apuntad y disparad a discreción.
El silbido metálico de las flechas y los gritos de los Fomorians siguieron a sus palabras.
– ¡Guerreros, escudos en posición!
El anillo de hombres y centauros respondió al instante, bloqueándonos temporalmente la vista de las criaturas.
Los primeros Fomorians alcanzaron la falange con una violencia que hizo temblar nuestro grupo. Por los pequeños huecos que había entre los escudos de los guerreros, vi a las criaturas cuando atacaban a nuestros hombres. Cuando una de ellas caía, otra la sustituía inmediatamente.
Seguimos moviéndonos hacia delante.
Vi a Victoria, que disparaba rápidamente sin errar un solo blanco. Entre cargar y disparar, me miró.
– ¡Llévalos rápidamente hacia el río, o nos aplastarán! -me gritó.
Su cara era una máscara pétrea, y ya estaba manchada de sangre. Era como una diosa plateada de la muerte.
Mi atención se centró en una criatura que se abrió paso con las garras a través de los hombres que había frente a nosotros. Carolan me apartó y se enfrentó a ella con una espada prestada. Luchó contra el Fomorian intentando evitar las cuchilladas de sus uñas, pero la cosa consiguió agarrar el brazo del Sanador. Carolan se lanzó contra el bicho y consiguió que perdiera el equilibrio, y después, con un movimiento rápido, le cortó el cuello.
Alanna se cubrió la cara con ambas manos, sollozando, y Tarah y Kristianna se agarraron a mis manos. Yo no podía apartar los ojos de la criatura decapitada. Carolan tampoco. Nos quedamos allí, paralizados en medio del caos.
«Mira, Amada. Comprende lo que estás viendo».
Yo pestañeé.
– ¡Tienen llagas en el cuerpo! -exclamé con excitación, y al oírme, Alanna se destapó la cara.
– ¡Eso es! -gritó Carolan-. Por eso era mucho más débil de lo que yo esperaba. ¡Tienen la viruela!
Entonces, aquel momento suspendido llegó a su fin, porque el grupo siguió corriendo hacia delante. Más y más formas oscuras iban sustituyendo a sus compañeros caídos, y los guerreros luchaban por proteger a las mujeres. Me di cuenta de que los Fomorians eran más fáciles de matar, de que la enfermedad los había debilitado. Sin embargo, eran demasiados.
Con una sensación de calma infinita, me di cuenta de que no íbamos a conseguir llegar al río, de que seguíamos más cerca del templo que del agua. La lógica decía que debíamos regresar al interior de las murallas. Sin embargo, no podíamos hacerlo, al menos sin ayuda.
«Entonces, tendrás más ayuda», dijo Epona en mi cabeza.
A través del caos y de la confusión de la batalla, percibí un brillo plateado. No era el cabello de Victoria, ni los pelos pálidos y muertos de los Fomorians, sino la plata sobrenatural de una yegua etérea.
– ¡Epi! -grité, al verla correr en círculos alrededor de la falange, intentando encontrarme.
«Llámala, Amada».