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ClanFintan y Nuada giraban cautelosamente, uno frente al otro. Mi cuerpo espiritual flotó hasta ellos. Ambos estaban cubiertos de sangre y de sudor. Nuada sangraba por la herida de la cabeza, y tenía varios cortes en las alas. Yo me acerqué más, y comprobé que lo que había tomado por sangre era en realidad un sarpullido rojo que se le extendía por el torso. Sin embargo, cuando le lanzó una cuchillada de sus garras a ClanFintan, y sus uñas letales rasgaron la piel del hombro derecho del centauro, comprendí que la enfermedad todavía no había disminuido sus fuerzas.

ClanFintan había perdido la espada, y se defendía de Nuada con una simple daga y con sus cascos.

– Apártate de mi camino, caballo mutante. Deseo poseer el cuerpo de tu esposa -siseó Nuada.

– Nunca.

En vez de enfurecerlo, parecía que el Fomorian le producía a ClanFintan una calma extraña. Luchaba metódicamente, sin ceder terreno. Sin embargo, tampoco conseguía hacer mella en las defensas del monstruo.

– ¿Sabes, hombre caballo? Ella me lo agradecerá -dijo Nuada, acompañando su comentario de un golpe de garra. Ninguna de las dos cosas dio en el blanco.

– Nunca -repitió ClanFintan con su voz profunda.

– Si es que todavía sigue viva -dijo Nuada.

Aquello sí tuvo efecto en el centauro. Se arrojó hacia delante de repente, y Nuada saltó para hacer frente a su ataque. Quedaron aprisionados el uno contra el otro; los colmillos afilados de Nuada, a centímetros del cuello de ClanFintan, y la daga del centauro, justo encima de la yugular prominente del Fomorian.

Mi cuerpo descendió hasta que estuvo colocado al lado de mi marido. Yo no me iba a quedar de brazos cruzados mientras aquella cosa mataba a otro hombre, al que yo quería.

– Eh, Nuada. ¿Soy yo lo que estás buscando, muchachote? -le dije seductoramente al Fomorian.

Al oír el sonido de mi voz, Nuada alzó la cabeza y perdió durante un instante la concentración. Yo vi que mi marido conseguía liberar la mano de la de la criatura, y que cortaba limpiamente el cuello del Fomorian con su daga. Vi con claridad la expresión incrédula de Nuada al notar que su propia sangre se derramaba hasta el suelo. ClanFintan retrocedió y alzó las manos, y sus cascos húmedos relucieron por encima del cuerpo de la criatura.

– Nunca -repitió con la voz áspera, mientras lo pisoteaba una y otra vez, reduciendo la perversidad de Nuada a la insignificancia.

Oí un grito, y miré hacia el campo de batalla. Los ejércitos de Woulff y McNamara se unían a nuestros guerreros. Centauros y humanos se convirtieron en una sola fuerza, y comenzaron a diezmar las debilitadas fuerzas de los Fomorian.

Yo sentí una oleada de mareo y de repente, me faltó la respiración.

– ¡Rhea!

La voz de ClanFintan sonaba muy lejana.

– No puedo…

Sentí que volvía a mi cuerpo, y cuando entré en él, abrí los ojos lo suficiente como para ver que ClanFintan me tomaba en brazos.

– Aguanta -dijo, mientras mi visión se oscurecía-. Voy a llevarte a casa.

Después, no supe nada más.

Capítulo 24

Cuando anocheció, el viento cambió de dirección, y yo di gracias a mi diosa. Durante tres días, el hedor de los cuerpos quemados había invadido el templo, y eso no había servido para aliviar mi enorme dolor de cabeza. Carolan me había asegurado que el chichón que tenía en la sien izquierda era sólo del tamaño de una piedra de gallo (traducción: ¿testículo de un gallo?, ¿quién sabía?), pero yo estaba segura de que era del tamaño de una uva mutante, y de que tenía el color de un arco iris de morados y malvas. De todos modos, el consenso era que me iba a recuperar conservando todo mi entendimiento.

Bueno, gracias a Dios.

A Epona.

Los Fomorians habían sido exterminados. Nuestro ejército conjunto había acabado con todas las criaturas, que, debilitadas por la viruela, no habían podido resistir su poder.

Carolan enunció la hipótesis de que, dado que los Fomorians eran humanoides y no humanos, sus cuerpos eran excepcionalmente vulnerables a la enfermedad. Su periodo de incubación era menor que el nuestro, y la enfermedad progresaba más rápidamente en ellos. La noche de la batalla, los terrenos circundantes del templo eran como los exteriores de rodaje de La noche de los muertos vivientes. Por lo menos, así me lo había descrito Victoria, aunque ella no hubiera visto la película. Yo todavía estaba bajo los efectos de la conmoción cerebral, vomitando y viendo doble, así que tuve que conformarme con una descripción.

Victoria me dijo que las criaturas habían empezado a rasgarse la carne, literalmente, a arrancársela de los huesos con sus propias garras. Habían dejado de luchar. Todos se habían encerrado en su propio mundo, en una especie de agonía de su propia piel.

Me explicó que la batalla se había reducido a una lluvia de flechas de nuestros guerreros y de las Cazadoras sobre las criaturas, para acabar con su miseria.

– Si los hubiéramos dejado sufrir no habríamos sido mejores que ellos -dijo Victoria.

Así pues, la batalla había terminado en piedad.

Todavía quedaba el problema de qué hacer para ayudar a las mujeres que tenían fetos de los Fomorians en el vientre, pero Carolan estaba trabajando diligentemente para solventarlo. Él me aseguró que, cuando las mujeres del Castillo de la Guardia llegaran al Templo de Epona, lo tendría todo preparado para ellas.

– Aaah, me aburro de estar en la cama -murmuré.

Y ni siquiera era una estancia en cama agradable, con mi guapísimo marido, sino una estancia de descanso para mi cabeza.

Me incorporé cuidadosamente, con la esperanza de que los vómitos y los mareos hubieran acabado. Aparte del mismo dolor de cabeza, parecía que estaba bien.

Así que me puse de pie.

Con suma prudencia, me acerqué a las ventanas de mi habitación y abrí una de ellas. Hacía una noche preciosa, cálida. Salí a mi jardín privado e inhalé profundamente el aroma de las madreselvas que florecían en todo su perímetro.

– ¡Lady Rhiannon! -exclamó una vocecita. Entonces, vi a una de mis ninfas acercándose tímidamente por el jardín para hacerme una reverencia.

– ¡Tarah! -dije. Me acerqué a ella y le di un abrazo que hizo que se ruborizara encantadoramente.

– ¡Mi señora! -dijo la muchacha, que me devolvió el abrazo con afecto, y continuó-: Las doncellas del establo me han pedido que os pregunte si estáis lo suficientemente bien como para acercaros allí. La niña, Kristianna, está preparada para montar a Epona.

– Eso es estupendo. Diles que iré enseguida.

– Me alegro de ver que os habéis recuperado, mi señora -dijo.

– Y yo también me alegro de ver que estás mejor.

La mayoría de las postillas se le habían desprendido de la cara y de los brazos, y me di cuenta de que la muchacha había sido afortunada. Salvo por unas cuantas marcas que se le borrarían de la piel con el tiempo, iba a recuperarse por completo de la viruela.

– Gracias, mi señora. Estoy impaciente por regresar a mis tareas.

Tímidamente, volvió la cara hacia un lado, y yo me quedé embelesada al ver su perfil. La muchacha me recordó de repente a Terpsícore, tanto, que se me llenaron los ojos de lágrimas.

– Cariño, ¿has pensado alguna vez en dedicarte a la danza?

Ella se sonrojó de alegría al responder, y exclamó en entusiasmo:

– ¡Oh, mi señora, yo sólo pienso en la danza!

Por intuición, supe que la Encarnación de la Musa mártir aprobaría aquella joven sucesora.