—Pero mi esposa acudió a mí —dijo Aliso—, pronunció mi nombre, ¡y me besó en la boca!
—Sí. Y puesto que tu amor no fue más grande que el resto de los amores mortales, y debido a que tú y ella no sois hechiceros poderosos, cuyos poderes puedan cambiar las leyes de la vida y la muerte, aquí hay algo más. Algo está sucediendo, algo está cambiando. A pesar de que pasa a través de ti y te pasa a ti, tú eres su instrumento y no su causa.
Gavilán se puso de pie y avanzó dando zancadas hasta llegar al comienzo del sendero que rodeaba el acantilado, luego regresó hasta donde estaba Aliso; estaba tenso, casi temblando con una energía impaciente, como un halcón a punto de lanzarse sobre su presa.
—¿No te dijo tu esposa, cuando la llamaste por su nombre verdadero, «Ése ya no es mi nombre…»?
—Sí —suspiró Aliso.
—Pero ¿cómo puede ser eso? Los que tenemos nombres verdaderos los mantenemos cuando morimos, ¿no es acaso nuestro Nombre el que se olvida?… Puedo decirte que éste es un misterio para los eruditos, pero, según lo entendemos nosotros, un nombre verdadero es una palabra en la Lengua Verdadera. Por eso, únicamente alguien que posea el don puede conocer el nombre de un niño y dárselo. Y el nombre compromete a ese ser, vivo o muerto. Todo el arte del Invocador se construye sobre eso… Sin embargo, cuando el Maestro invocó a tu esposa para que acudiera a él utilizando su nombre verdadero, ella no lo hizo. Tú la llamaste por su Nombre, Lirio, y ella acudió a ti. ¿Acudió a ti como a alguien que verdaderamente la conoce?
Miró fija y atentamente a Aliso, como quien ve más que el hombre que está sentado a su lado. Después de un buen rato prosiguió: —Cuando murió mi maestro, Ahila, mi esposa estaba aquí con él; y mientras se estaba muriendo le dijo: «Ha cambiado, todo ha cambiado». Estaba mirando a través de ese muro. Desde qué lado, no lo sé.
"Y desde aquella vez, realmente ha habido cambios, un rey en el trono de Morred, y ningún Archimago en Roke. Pero más que eso, mucho más. Vi a una niña invocando al dragón Kalessin, el Mayor: y Kalessin acudió a ella, llamándola hija, como yo. ¿Qué significa eso? ¿Qué significa el hecho de que se hayan visto dragones sobrevolando las islas del Poniente? El Rey mandó buscarnos, envió un barco al Puerto de Gont, pidiéndole a mi hija Tehanu que acudiera a él y le diera consejos en lo que respecta a dragones. La gente teme que el antiguo convenio se rompa, que los dragones vengan a quemar los campos y las ciudades como lo hicieron antes de que Erreth-Akbé luchara contra Orm Embar. Y ahora, en la frontera entre la vida y la muerte, un alma rechaza el lazo de su nombre… No lo comprendo. Lo único que sé es que está cambiando. Todo está cambiando.
No había miedo en su voz, tan sólo una feroz exultación.
Aliso no podía compartir ese sentimiento. Había perdido demasiado y estaba demasiado agotado por su lucha contra fuerzas que no podía controlar ni comprender. Pero su corazón reaccionó ante semejante heroísmo.
—Puede que cambie para bien, señor —dijo.
—Que así sea —dijo el anciano—. Pero cambiar sí tiene que hacerlo.
Cuando el calor del día se iba apagando, Gavilán dijo que tenía que ir caminando hasta la aldea. Llevaba una cesta de ciruelas con una cesta de huevos dentro de la primera.
Aliso caminó con él y conversaron. Cuando Aliso comprendió que Gavilán trocaba frutas y huevos y los demás productos de la pequeña granja por harina de cebada y de trigo, que la madera que quemaba era recogida pacientemente en el bosque, que la escasez de leche de sus cabras significaba que debería hacer durar más tiempo el queso del año anterior, Aliso se quedó muy sorprendido: ¿cómo podía ser que el Archimago de Terramar viviera al día? ¿Acaso su propia gente no lo veneraba?
Cuando fue con él hasta la aldea, vio mujeres que cerraban sus puertas al ver acercarse al anciano. El vendedor que cogió sus huevos y su fruta hizo la cuenta en su tabla de madera sin pronunciar una sola palabra, con el rostro hosco y bajando la mirada. Gavilán le dijo amablemente: —Bueno, que tengas un buen día, Iddi. —Pero no recibió respuesta alguna.
—Señor —preguntó Aliso en el camino de regreso casa—, ¿saben ellos quién eres?
—No —respondió el antiguo Archimago, con una mirada seca y de soslayo—. Y sí.
—Pero… —Aliso no sabía cómo expresar su indignación.
—Saben que no tengo ningún poder para la magia, pero hay algo de mí que les resulta extraño. Saben que vivo con una extranjera, una mujer karga. Saben que la niña a la que llamamos nuestra hija es algo así como una bruja, pero aún peor, porque su rostro y una de sus manos fue quemada por el fuego, y porque ella misma fue quien quemó al Señor de Re Albi, o lo empujó y lo tiró por el acantilado, o lo mató con el ojo malvado, sus historias van variando. Sin embargo, adoran la casa en la que vivimos, porque fue la casa de Aihal y de Heleth, y los magos muertos son buenos magos… Tú eres un hombre de ciudad, Aliso, de una isla del reino de Morred. Una aldea en Gont es otra cosa.
—Pero ¿por qué te quedas aquí, señor? Seguramente el Rey te honraría mejor…
—No quiero que me honren —dijo el anciano, con una violencia que enmudeció a Aliso por completo.
Siguieron caminando. Cuando llegaron a la casa construida justo en el borde del acantilado volvió a hablar: —Éste es mi hogar —dijo.
Bebieron un vaso de vino tinto con la cena, y volvieron a sentarse en el banco de fuera para ver la puesta de sol. No hablaron mucho. El miedo de la noche, del sueño, estaba comenzando a apoderarse de Aliso.
—Yo no soy un sanador —le dijo su anfitrión—, pero tal vez pueda hacer lo mismo que el Maestro de Hierbas para que puedas dormir.
Aliso meditó la propuesta.
—Lo he estado pensando, y me parece que tal vez no fuera un hechizo lo que te mantuvo alejado de aquella colina, sino simplemente el tacto de una mano con vida. Si quieres, podemos intentarlo.
Aliso protestó, pero Gavilán le dijo: —De cualquier manera paso en vela la mitad de casi todas las noches. —Y así fue como el invitado se acostó aquella noche en la cama baja, en aquel rincón oscuro de la gran habitación, y el anfitrión se quedó sentado a su lado, mirando el fuego y dormitando.
También miraba a Aliso, y finalmente lo vio quedarse dormido; no mucho tiempo después de eso lo vio sobresaltarse y temblar en sueños. Alargó su mano y la posó sobre el hombro de Aliso mientras él yacía algo alejado. El hombre dormido se movió un poco, suspiró, se relajó, y siguió durmiendo.
Gavilán se sintió muy contento de poder hacer aquello. Tan bueno como un mago, se dijo no sin un leve sarcasmo.
No tenía sueño; todavía podía sentir la tensión recorriéndole todo el cuerpo. Pensó en todo lo que Aliso le había contado hasta entonces, y en lo que habían hablado esa misma tarde. Vio a Aliso de pie en el sendero junto a la parcela de repollos diciendo el sortilegio para llamar a las cabras, y la altiva indiferencia de éstas ante aquellas palabras carentes de poder. Recordó como él mismo solía utilizar el nombre del gavilán, el halcón de pantano, el águila gris, llamándolos para que bajaran desde el cielo hasta él con un aleteo de alas para coger su brazo con garras de hierro y mirarlo con furia, los ojos llenos de ira, ojos dorados… Eso ya no existía. Podía alardear, llamando a esta casa su hogar, pero no tenía alas.
Pero Tehanu sí. Las alas del dragón estaban para que ella volara sobre ellas.
El fuego se había extinguido. Estiró bien la piel de cordero sobre su cuerpo, apoyando la cabeza contra la pared, sin mover la mano del hombro inerte y tibio de Aliso. Aquel hombre le caía bien, y sentía pena por él.