Los jardineros trajeron sillas para ellos y las pusieron a la sombra de un gran sauce viejo junto a uno de los estanques. Tehanu se puso de pie junto al estanque, con la vista hacia abajo, mirando el agua verde en donde algunas inmensas carpas plateadas nadaban perezosamente. Estaba claro que quería pensar en el mensaje de su padre, no hablar, aunque podía escuchar lo que decían los demás.
Cuando estuvieron todos acomodados, el Rey le pidió a Aliso que contara su historia una vez más. El silencio que mantuvieron todos mientras escuchaban era compasivo, y Aliso pudo hablar sin tener que limitarse o apresurarse.
Cuando terminó, se quedaron en silencio durante un rato, y luego el mago Ónix le hizo una pregunta: —¿Soñaste anoche?
Aliso dijo que no había tenido ningún sueño que pudiera recordar.
—Yo sí —dijo Ónix—. Soñé con el Invocador, que fue mi maestro en la Escuela de Roke. Se dice de él que murió dos veces: porque regresó de aquel país al otro lado del muro.
—Yo soñé con los espíritus que no vuelven a nacer —dijo Tenar, en voz muy baja.
El Príncipe Sege dijo: —Toda la noche creí estar oyendo voces que venían de las calles de la ciudad, voces que conocía de mi infancia, llamándome como solían hacerlo entonces. Pero cuando escuché, eran solamente vigilantes o marineros gritando.
—Yo nunca sueño —dijo Tosía.
—Yo no soñé con ese país —dijo el Rey—. Pero me acordé de él. Y no pude dejar de recordarlo.
Observó a la mujer silenciosa, Tehanu, pero ella no hacía más que mirar el estanque y no hablaba.
Nadie más habló; y Aliso no pudo soportarlo. —¡Si soy portador de una peste, debéis mandarme lejos de aquí! —dijo.
El mago Ónix habló, no imperiosamente, pero de modo concluyente: —Si Roke te envió a Gont, y Gont te envió a Havnor, en Havnor es donde debes estar.
—Muchas cabezas emiten luz al pensar —dijo Tosía, sardónico.
Lebannen dijo: —Dejemos a un lado los sueños por un momento. Nuestro invitado necesita saber por qué estábamos preocupados antes de que él llegase, por qué les rogué a Tenar y a Tehanu que vinieran, a comienzos del verano, y por qué convoqué a Tosía para que viniera también a darnos su consejo. ¿Quisieras hablarle a Aliso acerca de este asunto, Tosía?
El hombre de rostro oscuro asintió con la cabeza. El rubí en su oreja relucía como una gota de sangre.
—El asunto son los dragones —dijo—. Llegaron al Confín del Poniente hace ahora algunos años, a granjas y a aldeas en Ully y en Usidero, volando bajo, arrancando los tejados de las casas con sus garras, sacudiéndolas, aterrorizando a la gente. En las Toringates, hace ya dos cosechas que vienen e incendian los campos con su aliento, y queman almiares y prenden fuego a las techumbres de paja de las casas. No han atacado a la gente, pero la gente ha muerto en los incendios. No han atacado las casas de los señores de esas islas, en busca de tesoros, como hacían durante los Años Oscuros, sino solamente las aldeas y los campos. Recibimos las mismas noticias de un mercante que había viajado lejos, hacia el suroeste, y había llegado hasta Simly en busca de cereales: los dragones habían estado allí y habían incendiado la cosecha justo cuando la estaban cosechando.
Luego, el invierno pasado en Semel, dos dragones se posaron sobre la cima del volcán, el Monte Andanden.
—Ah —dijo Ónix, y respondió a la mirada inquisitiva del Rey—: El mago Seppel de Paln me dice que la montaña era un lugar muy sagrado para los dragones, donde iban a beber fuego de la tierra en épocas remotas.
—Bueno, pues han regresado —dijo Tosía—. Y están bajando, hostigando a los rebaños, que son la riqueza de la gente de esas tierras; no lastimando a las bestias sino asustándolas, de modo que se liberan y escapan. La gente dice que son dragones jóvenes, negros y delgados, todavía sin demasiado fuego.
"Y en Paln hay ahora dragones viviendo en las montañas de la parte septentrional de la isla, campos salvajes sin granjas. Allí solían ir cazadores a por ovejas de montaña y a atrapar halcones para domesticarlos, pero han sido expulsados de allí por los dragones, y ahora ya nadie se acerca a las montañas. Tal vez tu mago de Paln los conozca.
Ónix asintió con la cabeza.
—Dice que se han visto algunos volando por encima de las montañas como vuelan los gansos salvajes.
—Entre Paln y Semel, y la Isla de Havnor, está sólo la anchura del Mar de Pelm —dijo el Príncipe Sege.
Aliso estaba pensando en que había menos de cien millas de Semel a su propia isla, Taon.
—Tosía se puso en camino rumbo al Paso del Dragón a bordo de su barco Golondrina —dijo el rey.
—Pero apenas pude ver la más oriental de esas islas antes de que un tropel de esas bestias se acercara a mí —dijo Tosía, con una dura sonrisa—. Me hostigaron como lo hacen con el ganado y con las ovejas, bajando en picado para chamuscar las velas de mi barco, hasta que conseguí alejarme y regresar al lugar del que había partido. Pero eso no es nada nuevo.
Ónix asintió una vez más con la cabeza. —Nadie más que un señor de dragones ha navegado nunca hasta el Paso del Dragón.
—Yo sí —dijo el Rey, y de repente en su rostro se dibujó una sonrisa amplia, infantil—. Pero yo estaba con un señor de dragones… Esa es la época en la que he estado pensando. Cuando estaba en el Confín del Poniente con el Archimago, buscando a Cob el nigromante, pasamos por Jessage, que está aún más lejos que Simly, y vimos allí campos en llamas. Y en el Paso del Dragón, vimos que luchaban y se mataban unos a otros como animales rabiosos.
Después de un rato el Príncipe Sege preguntó: —¿Podría ser que algunos de aquellos dragones no se hayan recuperado de su locura en aquella época perversa?
—Hace más de quince años ya —dijo Ónix—. Pero los dragones viven mucho tiempo. Quizás el tiempo pase diferente para ellos.
Aliso se dio cuenta de que, mientras hablaba, el mago le lanzaba miradas a Tehanu, que seguía apartada de ellos, junto al estanque.
—Sin embargo, han comenzado a atacar a la gente hace sólo uno o dos años —dijo el Príncipe.
—No es así —dijo Tosía—. Si un dragón quisiera destruir a la gente de una granja o de una aldea, ¿quién podría detenerlo? Lo que han estado persiguiendo ha sido el sustento de vida de la gente. Las cosechas, los almiares, las granjas, el ganado. Están diciéndonos: ¡Fuera, fuera del Poniente!
—Pero ¿por qué lo están diciendo con fuego, con caos? —preguntó ansioso el mago—. ¡Pueden hablar! Hablan el Lenguaje de la Creación. Morred y Erreth-Akbé hablaban con dragones. Nuestro Archimago hablaba con ellos.
—Los que vimos en el Paso del Dragón —dijo el rey—, han perdido el poder del habla. La infracción que Cob había cometido en el mundo les estaba quitando su poder, y a nosotros también. Sólo el gran dragón Orm Embar se acercó a nosotros y le habló al Archimago, diciéndole que fuera a Selidor… —Hizo una pausa, sus ojos estaban muy lejos de allí—. Y hasta Orm Embar perdió el habla antes de morir. —Otra vez alejó la mirada de donde estaban todos reunidos, había una luz extraña en su rostro—. Orm Embar murió por nosotros. Él nos enseñó el camino a la tierra seca.
Se quedaron todos en silencio durante un rato. La voz apagada de Tenar rompió el silencio. —Una vez, Gavilán me dijo, a ver si puedo recordar cómo lo dijo: que el dragón y el habla del dragón son una misma cosa, un mismo ser. Que un dragón no aprende el Habla Antigua, sino que es el Habla Antigua.
—Como una golondrina es vuelo. Como un pez es nado —dijo Ónix lentamente—. Sí.
Tehanu estaba escuchando, de pie, inmóvil junto al estanque. Ahora todos la miraban. La mirada en el rostro de su madre era apremiante, ansiosa. Tehanu giró la cabeza y miró para otro lado.