Pero su conversación no trataba sobre asuntos de tanta profundidad. —Mi padre te dio un gatito —le dijo mientras se alejaban de la mesa—. ¿Era uno de los de Tía Musgo?
Él asintió con la cabeza, y ella le preguntó:
—¿El gris?
—Sí.
—Ése fue el mejor gato de toda la carnada.
—Está cada vez más gorda, aquí.
Tehanu dudó un poco y luego dijo tímidamente: —Creo que es un macho.
Aliso se descubrió sonriendo. —Es un buen compañero. Un marinero lo llamó Tirón.
—Tirón —dijo ella, y pareció satisfecha.
—Tehanu —dijo el Rey. Se había sentado al lado de Tenar en el asiento que estaba junto a una de las ventanas—. No pedí tu opinión en la junta hoy para hablar de las preguntas que te formulara el Señor Gavilán. No era el momento. ¿Crees que éste es el lugar adecuado?
Aliso la observaba. Lo pensó antes de contestar. Le lanzó una mirada a su madre, quien no hizo ningún gesto en respuesta.
—Preferiría hablar contigo aquí —dijo con su voz ronca—. Y tal vez con la princesa de Hur-at-Hur.
Después de una breve pausa, el Rey dijo agradablemente:
—¿Le pido que venga, entonces?
—No, yo puedo ir a verla. Después. No tengo mucho que decir, en realidad. Mi padre preguntó: ¿Quién va a la tierra seca cuando muere? Y mi madre y yo hemos hablado acerca de eso. Y pensamos: la gente sí que va allí, pero ¿y las bestias? ¿Los pájaros vuelan hasta allí? ¿Hay árboles, crece la hierba? Aliso, tú lo has visto.
Tomado por sorpresa, sólo pudo decir: —Hay…, hay hierba, de este lado del muro, pero parece muerta. Aparte de eso, no sé.
Tehanu miró al Rey. —Tú has caminado por esa tierra, señor mío.
—Yo no vi ninguna bestia, ni ningún pájaro, ni nada que creciera.
Aliso volvió a hablar: —El Señor Gavilán dijo: polvo, roca.
—Creo que los únicos seres que van allí cuando mueren son los seres humanos —dijo Tehanu—. Pero no todos. —De nuevo miró a su madre, y esta vez ella no apartó la vista.
Tenar habló: —Los kargos son como los animales. —Su voz era seca y no revelaba sentimiento alguno—. Mueren para luego renacer.
—Eso es superstición —dijo Ónix—. Lo siento, Dama Tenar, pero usted misma… —Se calló.
—Ya no creo —dijo Tenar—, que soy o que fui, como me han dicho, Arha por siempre renacida, una sola alma reencarnada infinitamente y por lo tanto inmortal. Sí creo que cuando muera, como cualquier ser mortal, volveré a formar parte del más grande de los seres, que es el mundo. Como la hierba, los árboles, los animales. Los hombres son simplemente animales que hablan, señor, tal como dijo usted esta mañana.
—Pero nosotros podemos hablar el Lenguaje de la Creación —protestó el mago—. Aprendiendo las palabras con las que Segoy creó el mundo, el mismísimo lenguaje de la vida, enseñamos a nuestra alma a conquistar la muerte.
—Ese lugar en el que no hay más que polvo y sombras, ¿ésa es vuestra conquista? —Su voz no era seca ahora, y le brillaban los ojos.
Ónix se quedó indignado pero sin palabras.
El Rey intervino. —El Señor Gavilán hizo una segunda pregunta —dijo—. ¿Puede un dragón atravesar el muro de piedras? —Miró a Tehanu.
—La respuesta a esa pregunta está en la respuesta a la primera —dijo ella—, si los dragones son solamente animales que hablan, y los animales no van allí. ¿Ha visto un mago alguna vez un dragón allí? ¿O tú, mi señor? —Miró primero a Ónix, luego a Lebannen.
Ónix reflexionó sólo un momento antes de responder: —No.
El Rey parecía asombrado. —¿Cómo es que nunca pensé en eso? —dijo—. No, no vimos ninguno. Creo que no hay dragones allí.
—Señor —dijo Aliso, en voz más alta de la que nunca había utilizado en el palacio—, hay un dragón aquí. —Estaba de pie frente a la ventana, y lo señaló.
Todos se dieron la vuelta. En el cielo, sobre la Bahía de Havnor, vieron un dragón que venía volando desde el oeste. Sus largas alas de plumas, que batían lentamente, brillaban con un color dorado rojizo. Una voluta de humo se alzó detrás de él por un momento en el neblinoso aire estival.
—Y bien —dijo el Rey—, ¿qué habitación preparo para este invitado?
Habló como si le hiciera gracia, como atónito. Pero en el instante en que vio al dragón dar media vuelta y acercarse hacia la Torre de la Espada, atravesó corriendo el salón y bajó las escaleras, asustando y dejando atrás a los guardias en los vestíbulos y en las puertas, de modo que fue el primero en salir y quedarse solo en la terraza, bajo la torre blanca.
La terraza era el tejado de un salón de banquetes, una amplia extensión de mármol con una balaustrada baja, la Torre de la Espada se erguía directamente sobre ella y la Torre de la Reina estaba cerca. El dragón se había posado sobre el pavimento y estaba plegando sus alas con un estruendoso traqueteo metálico en el momento en que salió el Rey. En el lugar en el que había aterrizado, sus garras habían marcado unos surcos en el mármol.
La larga cabeza dorada se movía de un lado para otro. El dragón miró al Rey.
El Rey miró hacia abajo evitando su mirada. Pero se mantuvo erguido y habló claramente: —Orm Irian, sé bienvenido. Yo soy Lebannen.
—Agni Lebannen —dijo la intensa voz sibilante, saludándolo como Orm Embar lo había hecho mucho tiempo atrás, en lo más lejano del Poniente, antes de que fuera Rey.
Detrás de él, Ónix y Tehanu habían salido corriendo a la terraza junto con varios de los guardias. Uno de ellos había desenfundado su espada, y Lebannen vio, en una de las ventanas de la Torre de la Reina, a otro preparando un arco y una flecha y apuntando al pecho del dragón. —¡Dejad vuestras armas! —gritó con una voz que hizo resonar las torres, y el guardia obedeció con tanta prisa que casi dejó caer su espada, pero el arquero bajó su arco con desgana, le costaba dejar indefenso a su señor Rey.
—Medeu —susurró Tehanu, acercándose a Lebannen, su mirada fija y segura posada sobre el dragón. La enorme cabeza de la criatura volvió a moverse y sus inmensos ojos de ámbar en cuencas de arrugadas escamas brillantes lanzaron una mirada negra, sin parpadear.
El dragón habló.
Ónix, entendiendo lo que éste decía, le traducía en murmullos al Rey la conversación que mantenía con Tehanu:
—Hija de Kalessin, hermana mía —dijo el animal—. Tú no vuelas.
—No puedo cambiar, hermana —dijo Tehanu.
—¿Debería hacerlo yo?
—Por un rato, si quieres.
Entonces, los que estaban en la terraza y en las ventanas de las torres vieron la cosa más extraña que podrían ver nunca por mucho que vivieran en un mundo de magos y maravillas. Vieron al dragón, a la inmensa criatura, arrastrar y extender su vientre de escamas y su cola espinosa por casi toda la anchura de la terraza, y encabritar su cabeza de cuernos rojos a una altura que duplicaba la del Rey. Lo vieron bajar aquella enorme cabeza, y temblar de tal manera que sus alas hicieron un sonido parecido al de los címbalos, y no fue humo sino una especie de neblina lo que salió de las profundas ventanas de su nariz, empañando su forma, de manera que se volvió algo turbio e impreciso, como una leve niebla o un cristal empañado; y luego desapareció. El sol del mediodía pegaba fuerte en el blanco pavimento recientemente marcado. En el lugar no había ningún dragón. Había una mujer. Estaba de pie, a unos diez pasos de distancia de Tehanu y del Rey. Estaba justo donde debía haber estado el corazón del dragón.