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—Veo que has tenido dificultades con Runild esta ma­ñana —dice—. ¿Qué ocurrió?

—Se metió en mi clase de orientación y le pedí que se fuera.

—¿Qué hizo?

—Dijo que quería ver a los nuevos niños. Pero, por su­puesto, no dejé que los molestara.

—¿Y se puso a pelear contigo?

—Alborotó un poco. Pero nada en el fondo.

—Peleó contigo, Mimise.

—Fue un tanto díscolo —admito.

El ojo izquierdo de Sleel se clava en los míos. Ex­perimento un escalofrío. Es el ojo del oráculo y el que todo lo ve.

Dice con suavidad:

—Veo que peleaste con él.

Aparto la mirada y la poso en mis pies desnudos.

—No quería irse. Asustaba a los nuevos. Cuando in­tenté llevarlo fuera de la sala, saltó sobre mí, es cierto. Pero no me hizo daño y todo pasó enseguida. Runild es un iluminado, Hermano.

—Runild es un crío pendenciero —dice Sleel con gra­vedad—. Está molesto. Se está volviendo salvaje, como una bestia.

—No, Hermano Sleel. —¿Cómo encarar aquel ojo te­rrible?—. Posee dotes extraordinarias. Sabes, has de sa­berlo, que lleva tiempo encauzar a un muchacho como él, adecuarlo a...

—He recibido quejas de Voree, su preceptor. Dice que apenas sabe cómo tratarlo.

—Se trata sólo de una fase. La responsabilidad de Vo­ree no sobrepasa las dos semanas. En cuanto ella...

—Sé que quieres protegerlo, Mimise. Pero no dejaré que el cariño que sientes por él nuble tu razón. Creo que el caso de Timas se repite. Es ya una costumbre antigua en este lugar, el novicio brillante que es incapaz de adap­tarse a los cambios, que...

—¿Vas a expulsarlo? —digo.

Sleel sonríe. Coge mi mano entre las suyas. Me siento sumergida en su fuerza, en su sabiduría, en su entereza. Siento el insondable flujo de percepción desde su de­recha mística hasta su calma y analítica izquierda.

—Si hace algo malo —dice—, tendré que hacerlo. Pe­ro quiero evitarlo. Me gusta el chico. Respeto sus poten­cias. ¿Qué te parece que hagamos, Mimise?

—¿Que yo...?

—Anda, dímelo. Aconséjame.

El arúspice más anciano está jugando conmigo, su­pongo. Estremeciéndome, digo:

—Sin duda, Runild quiere llamar la atención con to­das sus extravagancias. Tratemos de acercarnos a él y vea­mos qué quiere, y quizá demos con lo que necesita. Ha­blaré con Voree. Hablaré con Kitrin, la hermana del chico. Y mañana hablaré con Runild. Creo que confía en mí. Estuvimos muy juntos el año pasado.

—Lo sé —dice Sleel con amabilidad—. Pues bien: haz lo que sea y mira lo que puedes conseguir.

Momentos más tarde, mientras cruzo el patio central, Runild sale corriendo del pabellón del segundo año y se planta ante mí. Su rostro está encendido; su pecho des­nudo brilla de sudor. Me coge, hace que me incline hasta alcanzar su altura y me mira fijamente a los ojos. Los suyos han comenzado ya a extraviarse un poco; acaso sean un día como los de Sleel.

Creo que quiere excusarse por su comportamiento an­terior. Pero todo lo que me dice es:

—Lo siento por ti. Querías tanto ser uno de nosotros. —Y se aleja velozmente.

Ser uno de ellos. Es cierto. ¿Y quién que haya morado en la Casa de las Mentes Dobles, alejado del ruido y el caos del mundo, dedicándose a la contemplación oracu­lar y al servicio de la humanidad no querría lo mismo? La hermana del padre de mi madre pertenecía a tan ilus­tre compañía y en mi temprana infancia me fue dado vi­sitarla. Era terrible permanecer ante una derecha omnis­ciente, sentir el flujo de calor y entendimiento que ema­naba de sus ojos sapientes. Mi sueño era reunirme con ella en este lugar, pero se trató de un sueño frustrado por partida doble porque ella murió cuando yo tenía ocho años y luego se declaró de manera irremediable mi condición de zurda.

Nunca se selecciona a los zurdos para la operación adivinatoria. Las dos mitades de nuestro cerebro son demasiado simétricas, demasiado ambidextras: poseemos centros lingüísticos en ambos lados, cosa que se da en casi todos los zurdos, por lo que no podemos desarrollar las fuerzas cerebrales que han de tener los arúspices. También los diestros nacen con cerebros que funcionan simétricamente, desarrollando cada hemisferio indepen­dientemente y duplicando las operaciones del otro. Pero cuando llegan a los dos años de edad, su parte derecha y su parte izquierda se encuentran ligadas de tal manera que poseen espacios compartidos de capacidad y por tan­to cada mitad es libre de desarrollar su propia potencia especial, puesto que los dones de una mitad se encuen­tran instantáneamente a disposición de la otra.

El proceso de especialización se completa al alcanzar la edad de diez años. El lenguaje, el pensamiento lógi­co, todas las funciones analíticas y racionales se centran en la izquierda. La percepción especial, la visión artísti­ca, la habilidad musical, la penetración emocional se centran en la derecha. La parte izquierda del cerebro es la científica, la arquitecto, la general, la matemática. La parte derecha es la artesanal, la escultórica, la visiona­ria, la soñadora. Por lo general, ambas mitades funcionan como una sola. La derecha sufre el relámpago de la intui­ción poética, la izquierda se reviste de palabras. La dere­cha atiende al modelo de las relaciones fundamentales, la izquierda se expresa en una serie de teoremas. La dere­cha se conforma bajo el diseño de una sinfonía, la iz­quierda describe las notas en el papel. Cuando reina ver­dadera armonía entre los hemisferios del cerebro surgen las obras del genio.

Sin embargo, suele ocurrir demasiado a menudo que una parte domine a la otra. Impera la derecha y acaso tengamos un bailarín, un atleta, un artista, que tenga dificultades con las palabras, que sea inexpresivo y ca­rente de articulación salvo al recurrir a un medio no verbal. No obstante, es más frecuente el dominio de la iz­quierda, ya que estamos regidos por el culto a las pa­labras, y somete a la derecha a comentarios y análisis verbales, amortiguando y ocultando las percepciones in­tuitivas espontáneas de la mente. Lo que la sociedad ga­na en orden y racionalidad lo pierde en visión y gracia. Nada podemos hacer respecto de estos desequilibrios, sal­vo aprovecharnos de su existencia acentuándolos y explo­tándolos.

Por esta razón acuden aquí los niños, una docena de nuestros mejores elementos por año, y por ello separan nuestros cirujanos el istmo de tejido nervioso que une la izquierda con la derecha. Se mantiene pese a todo cierto tipo de comunicación entre los hemisferios, puesto que cada mitad sigue siendo consciente de lo que la otra siente cuando no de su memoria acumulada y sus habilidades. Pero la derecha queda libre de la tiranía de la izquierda, intoxicada de palabras. La izquierda si­gue funcionando según su rutina normal de escritura, lec­tura, conversación y ponderación, mientras que la dere­cha, dueña de sí ya, observa, registra y analiza de una ma­nera que no necesita palabras. Puesto que su capacidad verbal es débil, la derecha, por fin independiente, acaba por dar con otros medios de expresión para que se co­nozcan sus percepciones, si quiere hacerlo: así, mediante una docena de años de aprendizaje en la Casa de las Men­tes Dobles, algunos niños alcanzan esta última capaci­dad. No sé cómo y nadie que no sea arúspice lo sabe, pero pueden transmitir la penetración única de una de­recha plenamente madura y totalmente desarrollada a la izquierda respectiva, que a su vez puede transmitir lo que recibe al resto de nosotros. Es un proceso difícil e imperfecto; pero nos da acceso a niveles del conocimien­to que pocos han alcanzado antes de nuestros días. Aque­llos que dominan esta facultad son nuestros arúspices funcionales. Moran en reinos de belleza y sabiduría que, en el pasado, sólo los santos, los profetas, los más gran­des artistas y unos cuantos locos alcanzaron.