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El gitano dejó escapar el aire entre los dientes. Estudió el fuego.

¿Y qué pasó entonces?, preguntó Billy.

El hombre sacudió la cabeza. Como si recordar supusiera un gran esfuerzo para él. Finalmente consiguieron trepar por la garganta y salir de las montañas. Llegaron a Sahuaripa y allí esperaron hasta que por fin, por la casi impracticable carretera de Divisaderos, apareció zumbando un camión en la caja del cual viajaron durante cuatro días, con palas sobre las rodillas, embarrados de pies a cabeza, apeándose innumerables veces para cavar en la inmundicia como convictos mientras el conductor les gritaba desde la cabina para luego proseguir su renqueante camino. Rumbo a Bacanora. Rumbo a Tonichi. De nuevo al norte saliendo de Nuri hacia San Nicolás y Yécora y luego por las montañas hasta Temosachic y Madera, donde el hombre con quien habían firmado un contrato les exigió la devolución del dinero que les había adelantado.

El gitano arrojó la colilla a la lumbre, cruzó las piernas, las atrajo hacia él con las manos y se quedó mirando las llamas inclinado hacia delante. Billy preguntó si el aeroplano había sido localizado y él respondió que no, puesto que no había nada que encontrar. Entonces Billy preguntó que por qué habían regresado a Madera y el hombre meditó la respuesta. Por último dijo que a su juicio no era una casualidad el que hubiera conocido al hombre que lo había contratado para ir a las montañas, ni era la casualidad la que había enviado las lluvias y hecho desbordar el Papigochic. Siguieron sentados. El que vigilaba el cubo se puso de pie por tercera vez, removió el contenido y lo puso a enfriar. Billy miró las caras solemnes de los hombres en torno a la lumbre. La osamenta bajo la tez olivácea. Nómadas del mundo. Estaban ligeramente agachados en aquel círculo, a un tiempo incoercibles y vigilantes. No tenían relación de propiedad con nada, apenas con el espacio que ocupaban. De sus vidas precedentes habían llegado a la misma interpretación que antes que ellos sus padres. Que el movimiento es en sí mismo una forma de propiedad. Los miró y dijo que el aeroplano que transportaban ahora hacia el norte por la carretera era, por tanto, un aeroplano diferente.

Todos los ojos negros se volvieron hacia el jefe del pequeño clan. Él permaneció por un buen rato como estaba. Reinaba la calma. En la carretera uno de los bueyes empezó a mear ruidosamente. Por fin el gitano dio voz a sus pensamientos y dijo que según él el destino había intervenido por sus propias y buenas razones. Dijo que el destino podía tomar parte en los asuntos humanos para oponerse a ellos o desbaratarlos, pero decir que el destino podía negar la verdad y sostener lo falso podría dar una visión contradictoria de las cosas. Una cosa era hablar de una voluntad en el mundo que iba en contra de la propia voluntad y otra muy distinta afirmar que esa voluntad iba en contra de la verdad, pues entonces nada en este mundo tendría sentido. Billy preguntó entonces si su teoría era que el falso aeroplano había sido arrebatado por Dios a fin de singularizar lo verdadero, y el gitano dijo que no. Cuando Billy dijo que había creído entender por sus palabras que había sido Dios quien en última instancia había decidido en lo concerniente a los dos aeroplanos, el gitano dijo que así lo creía él pero que no pensaba que esa acción la hubiera dedicado Dios a nadie en particular. Dijo que no era supersticioso. Los gitanos escucharon todo aquello y luego se volvieron hacia Billy para ver qué respondía. Billy dijo que a su modo de ver los transportistas no consideraban la identidad del aeroplano una cosa de gran importancia, pero el gitano lo miró fijamente con sus ojos oscuros y atribulados. Dijo que sí tenía importancia y que, de hecho, esa identidad era el tema principal de su investigación. Desde cierta perspectiva uno incluso podía aventurarse a decir que el gran problema del mundo era que lo que sobrevivía siempre era citado como prueba fehaciente en relación con hechos pasados. Una falsa autoridad revestía aquello que perduraba, como si esos artefactos del pasado hubiesen logrado soportar el paso del tiempo por voluntad propia. Pero el testigo no consiguió sobrevivir al testimonio. Lo que prevaleció en el mundo resultante nunca pudo hablar en nombre de lo que pereció sino tan solo exhibir su propia arrogancia. Se pretendía símbolo y recapitulación del mundo desaparecido pero no era una cosa ni la otra. Dijo que en el fondo el pasado era poco más que un sueño, y que el hombre había exagerado mucho su fuerza. Pues cada día el mundo nacía de nuevo y solo el apego de los hombres a sus gastadas cáscaras podía hacer del mundo una cáscara más.

Y la cáscara no es la cosa, dijo. Se le parecía. Pero no lo era.

¿Y la tercera historia?, preguntó Billy.

La tercera historia, dijo el gitano, es esta. Porque en definitiva la verdad no puede estar en otro lugar distinto del que habla, dijo. Extendió las manos ante él y se miró las palmas. Como si hubieran estado ocupadas en alguna cosa que él no hubiese determinado. El pasado, dijo, es una eterna discusión entre contrademandantes. Los recuerdos se borran con los años. Nuestras imágenes no tienen depositario. Los seres queridos que nos visitan en sueños son desconocidos. Incluso ver correctamente requiere un esfuerzo. Buscamos un testigo, pero el mundo no nos lo proporciona. Esta es la tercera historia. Es la historia que cada hombre hace por separado a partir de lo que le queda. Restos de un accidente. Unos huesos. Las palabras de los muertos. ¿Cómo crear un mundo de esto? ¿Cómo vivir en él una vez construido?

Miró el cubo. El vapor había dejado de elevarse y el gitano asintió y se puso de pie. Rafael se levantó, cogió la mochila, se la colgó de un hombro y fue a coger el balde. Todos siguieron al gitano a través del bosque hasta donde estaba Niño, y una vez allí uno de los hombres se arrodilló y levantó del suelo la cabeza del caballo mientras Rafael sacaba de la bolsa un embudo de cuero y un trozo de manguera de goma y agarraron la boca del caballo y se la abrieron mientras él daba grasa a la manguera y la introducía por el esófago del animal y encajaba el embudo en el extremo de fuera y luego, sin más ceremonias, echaban en el embudo el contenido del cubo.

Cuando hubieron terminado el gitano volvió a limpiar la sangre seca que cubría el pecho del caballo y después de examinar la herida espolvoreó por encima dos puñados de las hojas cocidas que había en el fondo del cubo e hizo con ellas un emplasto que apelotonó sobre la herida y luego lo aseguró mediante tela de arpillera y ató con cordel a la nuca del caballo y a las patas delanteras. Después se levantó, retrocedió un par de pasos y se quedó mirando al animal durante largo rato en actitud reflexiva. El caballo tenía un aspecto ciertamente extraño. Levantó un poco la cabeza, los miró de soslayo y luego resolló y estiró el cuello entre la hojarasca, y allí se quedó. Bueno, dijo el gitano. Miró a Billy y sonrió.

De pie en la carretera el gitano se bajó el ala del sombrero, se ajustó bajo la barbilla el trozo de hueso de ave que usaba a modo de fiador y miró los bueyes y la balsa y el aeroplano. Desvió la mirada hacia donde el petate que contenía el cuerpo de Boyd estaba calzado en las ramas bajas del tascate. Miró a Billy.