A mediodía despertó a la luz blanca del desierto y se incorporó en las malolientes mantas. La sombra del bastidor de madera de la ventana esparcida en la pared opuesta empezó a palidecer y a desvanecerse a medida que él la miraba. Como si una nube estuviera tapando el sol. Apartó las mantas con los pies, se calzó las botas, se puso el sombrero y salió. La carretera era ahora de un gris claro y la luz se retiraba hacia los confines del mundo. Pequeños pájaros habían despertado en los helechos del borde de la carretera y empezaron a gorjear y a revolotear y en el asfalto varias tarántulas que en la oscuridad habían estado cruzando la carretera como cangrejos de tierra se quedaron rígidas en sus articulaciones, igual que marionetas, tanteando con su comedida pisada óctuple sus sombras repentinamente articuladas debajo de ellas.
Miró carretera abajo hacia la luz que se extinguía. Nubes de formas oscuras por todo el margen septentrional. Por la noche había dejado de llover y en el desierto se destacaba un arco iris partido o una especie de tromba de neón mortecino y volvió a mirar la carretera que estaba como antes pero más oscura y oscureciéndose todavía más al perderse hacia el este, donde no había sol, ni amanecer, cuando miró de nuevo hacia el norte la luz se retiraba cada vez más deprisa y aquel mediodía en que había despertado se había convertido en anochecer extraño y luego en oscuridad extraña y los pájaros se habían posado ya y habían enmudecido de nuevo en los helechos que crecían junto a la carretera.
Salió. De las montañas bajaba un viento frío. Peinaba las laderas occidentales del continente allá donde la nieve estival seguía posada al límite de la vegetación arbórea y atravesaba los bosques de abetos y pasaba entre las varas de los álamos temblones y barría, más abajo, el llano desértico. Por la noche había parado de llover y Billy salió a la carretera y llamó al perro. Llamó y volvió a llamar. En medio de aquella inexplicable oscuridad donde el único sonido era el del viento. Al cabo de un rato se sentó en la calzada. Se quitó el sombrero, lo dejó delante de él en el asfalto, inclinó la cabeza, se llevó las manos a la cara y lloró. Estuvo allí sentado mucho tiempo y al cabo de un rato el este empezó realmente a clarear y al cabo de un rato el genuino sol obra de Dios salió realmente, una vez más, para todos y sin distinción.
Cormac McCarthy
Cormac McCarthy (1933) nació en Rhode Island, Estados Unidos. Las circunstancias de su biografía se hallan envueltas en la leyenda: no concede entrevistas, se dice que vivió bajo una torre de perforación petrolífera y que en su juventud llevó la vida de un vagabundo. Considerado como uno de los más importantes escritores norteamericanos de la actualidad, la publicación en 1992 de Todos los hermosos caballos, ganadora del National Book Award, lo reveló como uno de los autores de mayor fuerza de la nueva narrativa norteamericana. Su éxito, de crítica y público, se vio incrementado con la publicación de En la frontera y Ciudades de la llanura, que completan la llamada Trilogía de la frontera. Otras de sus obras son Hijo de Dios, Meridiano de sangre, El guardián del vergel, Suttree, No es país para viejos y La carretera.