¿Qué le pasó al mulo?
¿Al mulo? El mulo murió, claro.
¿No se le ocurrió a nadie pegarle un tiro?
Sí. Verás lo que pasó. Yo misma me acerqué para pegarle un tiro, ¿qué te creías? Rogelio me lo prohibió. Me dijo que los otros mulos se asustarían. ¿Te imaginas? ¿A estas alturas? Luego dijo que quería despedir a Gasparito. Que Gasparito está loco, pero Gasparito es un borracho y nada más. De Veracruz, claro está. Y además, gitano. ¿.Te imaginas?
Creía que todos ustedes eran gitanos.
Ella se incorporó en la hamaca. ¿Cómo?, dijo. ¿Cómo? ¿Quién lo dice?
Todo el mundo.
Es mentira. Mentira. ¿Entiendes? Se inclinó y escupió dos veces en el suelo.
En ese preciso instante la puerta se oscureció y apareció un hombre menudo y moreno en mangas de camisa echando chispas por los ojos. La primadona se volvió en su hamaca y lo miró. Como si su aparición en el umbral hubiera producido una sombra visible. El hombre miró a los visitantes y a sus caballos y a continuación sacó del bolsillo de la camisa un paquete de cigarrillos El Toro, se puso uno en la boca y hurgó en su bolsillo en busca de una cerilla.
Buenas tardes, dijo Billy.
El hombre asintió.
¿Crees que un gitano puede cantar ópera? ¿Un gitano? Lo único que saben hacer los gitanos es tocar la guitarra y pintar caballos. Y bailar esas danzas tan primitivas.
Se sentó erguida en la hamaca, levantó los hombros y extendió las manos al frente. Luego emitió una nota larga y penetrante que no fue exactamente un grito de dolor, aunque tampoco otra cosa cualquiera. Los caballos se espantaron y arquearon la nuca y los jinetes tuvieron que contenerlos, pero corcovearon igual y patearon y pusieron los ojos en blanco. En los campos, los trabajadores se quedaron petrificados en sus surcos.
¿Sabes qué ha sido eso?, dijo ella.
No, señora. Desde luego, sonaba fuerte.
Era un do agudo. ¿Crees que un gitano es capaz de cantar esa nota? Los gitanos solo saben graznar.
Supongo que nunca me he parado a pensarlo.
Enséñame un gitano que sepa cantar, dijo la primadona. Me encantaría conocerlo.
¿A quién se le ocurre pintar un caballo?
A los gitanos, claro. ¿A quién si no? Pintores de caballos. Dentistas de caballos.
Billy se quitó el sombrero, se secó la frente con el dorso de la manga y volvió a ponérselo. El hombre de la puerta bajó por un par de escalones de madera pintada y se sentó a fumar. Escupió e hizo chasquear los dedos en dirección al perro. El perro se apartó.
¿Dónde fue que le pasó eso al mulo?, preguntó Billy.
Ella se levantó y señaló con el abanico plegado. En la carretera, dijo. Como a cien metros de aquí. No podíamos seguir. Un mulo amaestrado. Un mulo con experiencia teatral. Masacrado por un tonto borracho.
El hombre que estaba en los escalones dio una última calada a su cigarrillo y le lanzó la colilla al perro.
¿Quiere que les diga algo a sus amigos si los vemos?, preguntó Billy.
Puedes decirle a Jaime que estamos bien y que no se apresure en llegar.
¿Quién es Jaime?
Punchinello. Él hace de Punchinello.
¿Perdón?
El payaso, dijo ella.
En el espectáculo.
Sí.
¿Cómo lo conoceré sin su maquillaje?
Lo conocerás.
¿Es que hace reír a la gente?
Él hace lo que quiere con la gente. A veces hace llorar a las niñas, pero esa es otra historia.
¿Por qué la mata a usted?
La primadona se recostó en su hamaca. Lo miró fijamente. Miró a los trabajadores en el campo. Al cabo de un rato se volvió hacia el hombre.
Dinos Gaspar. ¿Por qué me mata el Punchinello?
El hombre la miró desde los escalones. Miró a los jinetes. Te mata, dijo, porque conoce tu secreto.
Bah, dijo la primadona. ¿No será porque yo conozco el suyo?
No.
¿A pesar de lo que piensa la gente?
A pesar de todo.
¿Y cuál es ese secreto?
El hombre levantó un pie y dio vuelta la bota para examinarla. Era una bota de piel negra con los cordones al lado, una clase de bota poco vista en aquel país. El secreto, dijo, es que en este mundo lo verdadero es la máscara.
¿Lo has entendido?, dijo la primadona.
Billy dijo que sí. Le preguntó si esa era también la opinión de ella, pero ella desechó la pregunta agitando lánguidamente la mano. Eso dice el arriero, dijo. ¿Quién sabe?
Pero según él es su secreto, dijo Billy.
Bah. Yo no tengo secretos. De todos modos ya no me interesa que me maten noche tras noche. Acaba una agotada. Sin fuerzas para especular. Es preferible concentrarse en cosas pequeñas.
Pues yo habría pensado que solo estaba celoso.
Por supuesto que sí. Pero hasta los celos son una prueba de la fortaleza de uno mismo. Celoso estuvo en Durango y luego en Monclova, y en Monterrey. Celoso hiciera calor o frío o lloviera. Celos así podrían vaciar de malicia un millar de corazones, ¿no crees? Yo opino que es mejor dedicarse al estudio de cosas más pequeñas. Las grandes vendrán después. En las cosas pequeñas se puede progresar. Una ve recompensados sus esfuerzos. Tal vez la postura de una cabeza. El movimiento de una mano. Aquí el arriero no es más que un espectador. No puede comprender que para quien lleva la máscara nada ha cambiado. El actor no tiene la facultad de actuar más que cuando el texto se lo dice. Con máscara o sin ella, para él todo es igual.
Cogió los impertinentes y escrutó el paisaje. La carretera. Las largas sombras sobre la calzada. ¿Y adónde vais los tres?, dijo.
Hemos venido en busca de unos caballos que nos robaron.
¿Quién se encargaba de los caballos?
Nadie respondió.
La mujer miró a Boyd. Desplegó el abanico. En el fuelle del papel de arroz estaba pintado un dragón con grandes ojos redondos. Volvió a cerrarlo. ¿Cuánto tiempo pensáis seguir buscando los caballos?, preguntó.
Todo el que haga falta.
Podría ser un viaje muy largo.
Quizá.
Los viajes largos a menudo se pierden solos.
¿Perdón?
Verás. Hasta para dos hermanos es difícil hacer juntos un viaje como ese. El camino tiene sus propias razones y no hay dos viajeros que las entiendan de la misma manera. Prestad atención a los corridos. Os darán la respuesta. Después ya comprobarás en tu propia piel cuál es el precio de las cosas. Tal vez sea verdad que nada está oculto. Pero hay muchos que no quieren ver lo que tienen al alcance de la vista. La forma del camino es el camino mismo. No hay otro camino con esa forma más que el único camino. Y todo viaje que empiece a partir de él será completado. Encontréis o no esos caballos.
Creo que deberíamos irnos, dijo Billy.
Ándale pues, dijo la primadona. Que Dios os acompañe.
Si veo a Punchinello por la carretera le diré que está esperándolo.
Bah, dijo la primadona. No vale la pena.
Adiós.
Adiós.
Billy miró al hombre que estaba sentado en los escalones. Hasta luego, dijo.