¿Quiénes son ustedes?, preguntaron a voces los jinetes.
Billy se adelantó. Los propietarios de estos caballos, respondió.
Los vaqueros seguían sin desmontar. Detrás de ellos había aparecido un camión en el camino que venía de Boquilla. Estaba demasiado lejos para que se oyera el motor, pero los vaqueros debieron de notar la mirada de los otros dos jinetes, pues se volvieron y miraron hacia atrás. Nadie se movió. El camión se acercó lentamente dejando oír un creciente gimoteo mecánico. El polvo que levantaban las ruedas salía flotando lentamente hacia el campo. Billy apartó su caballo de la carretera y esperó con la escopeta apoyada verticalmente en el muslo. El camión se acercó. Pasó con esfuerzo. El conductor miró los caballos y al chico con la escopeta. En la caja del camión viajaban ocho o diez trabajadores apiñados como quintos y a medida que el camión pasaba se quedaron mirando con gesto inexpresivo, entre el polvo y el humo del tubo de escape, los caballos y sus jinetes.
Billy metió piernas a Niño. Pero cuando buscó a los vaqueros solo vio a uno en la carretera. El otro se dirigía ya hacia el sur a campo traviesa. Fue a donde estaban los caballos y separó al que se llamaba Tom del resto del grupo y luego arreó a los otros, los apartó de la calzada y se volvió a mirar a Boyd. Vamos, dijo.
Avanzaron sobre el jinete solitario con los caballos sueltos trotando delante de ellos y Boyd tirando de Bailey por la cuerda. El joven vaquero los miró venir. Luego hizo salir el caballo de la carretera, se metió en la hierba frondosa y se quedó allí viéndolos pasar. Billy buscó con la mirada al otro jinete, pero se había ocultado en un otero. Sofrenó el caballo y llamó al vaquero.
¿Adónde ha ido su compadre?
El joven vaquero no respondió.
Echó a andar otra vez, la escopeta apoyada en el hombro. Se volvió hacia los caballos que pacían junto a la cuneta, miró otra vez al vaquero y luego se puso a la altura de Boyd y continuaron camino. Unos cuatrocientos metros más adelante advirtió que el vaquero los seguía lentamente por la carretera. Se detuvo un poco más adelante y esperó con el caballo en ángulo recto respecto a la carretera y la escopeta apoyada en la rodilla. El vaquero se detuvo también. Cuando reanudaron la marcha él hizo otro tanto.
Ahora sí que la hemos liado.
Ya la liamos al irnos de casa, dijo Boyd.
El otro chico ha ido a buscar ayuda.
Ya lo sé.
A Niño no lo han montado mucho.
No. No mucho.
Miró a Boyd. Sucio y andrajoso como estaba, con el sombrero contra el sol y la cara en la sombra, parecía una nueva casta de niño jinete surgida a raíz de una guerra, una epidemia o una hambruna en aquel país.
A mediodía, y con los muros bajos de la hacienda de Boquilla rielando a lo lejos, aparecieron en la carretera cinco jinetes. Cuatro de ellos portaban rifles puestos de través sobre el arzón delantero de sus sillas o colgando flojamente de una mano. Sofrenaron bruscamente sus caballos, que piafaron y avanzaron sigilosamente por la carretera, y los jinetes se llamaron a voces a pesar de que no estaban lejos los unos de los otros.
Los dos hermanos tiraron de las riendas de sus caballos. El que se llamaba Tom salió trotando hacia delante con las orejas erguidas. Billy se volvió en la silla. Detrás de ellos, en la carretera, había otros tres jinetes. Miró a Boyd. El perro caminó hasta el borde de la carretera y se sentó. Boyd se inclinó, escupió y contempló los pastos sin vallar que se extendían al sur, el contorno del lago en la distancia, esponjado al reflejar el cielo encapotado. Cinco o seis magros novillos pardos habían levantado la cabeza para mirar a los caballos en la carretera. Miró a los jinetes que tenía detrás y luego a Billy.
¿Quieres que intentemos escapar?
No.
Nuestros caballos están más frescos.
No sabes qué clase de caballos tienen ellos. Además, Bird no podría seguir a Niño.
Estudió a los jinetes que se aproximaban. Le pasó la escopeta a Boyd. Guarda esto. Busca los papeles.
Boyd empezó a desatar la correa del bolsillo de la alforja.
No te quedes ahí con eso, dijo Billy. Guárdalo.
Boyd enfundó la escopeta en el portacarabina. Confías mucho más que yo en los papeles, dijo.
Billy no respondió. Estaba observando a los jinetes avanzar por la carretera de cinco en fondo; todos excepto uno llevaban los rifles levantados. Tom se quedó a un lado de la carretera y relinchó a los otros caballos. Uno de los jinetes enfundó el rifle y cogió su cuerda. Tom lo vio acercarse y entonces giró en redondo y empezó a alejarse de la carretera, pero el jinete aguijó a su caballo y volteó su lazo y lo lanzó sobre el pescuezo del animal. Cuando el caballo se detuvo justo al lado de la carretera, el jinete dejó caer la cuerda a la calzada y los cinco siguieron avanzando.
Boyd le entregó a Billy el sobre marrón con los papeles de Niño; Billy permaneció con los papeles en una mano y el cabestro flojo en la otra. Tenía la cara interior de las piernas mojada por el sudor del caballo y podía percibir su olor. El caballo empezó a piafar, a gemir y a cabecear al ver que los jinetes se acercaban.
Se detuvieron a unos pocos metros. El de más edad los miró de arriba abajo y asintió. Bueno, dijo. Bueno. Era manco y llevaba la manga derecha sujeta con imperdibles a la hombrera. Conducía su caballo con las riendas atadas y llevaba una pistola al cinto y un sombrero de copa chata como ya no se veían muchos en esa región y botas labradas hasta la rodilla y también una cuarta. Miró a Boyd, y luego a Billy y por fin al sobre que este tenía en la mano.
Deme esos papeles, dijo.
No le des los papeles, dijo Boyd.
¿Cómo va a mirarlos si no?
Los papeles, dijo el hombre.
Billy picó al caballo, se inclinó para entregar el sobre y luego lo hizo retroceder y esperó. El hombre se llevó el sobre a los dientes, quitó la grapa y luego sacó los documentos, los desdobló, examinó los timbres y los puso contra la luz. Después de estudiar detenidamente los papeles, volvió a doblarlos, cogió el sobre que sostenía bajo la axila, metió los papeles en el sobre y entregó el sobre al jinete que tenía a su derecha.
Billy le preguntó si podía leer los papeles, pues estaban en inglés, pero el otro no respondió. Se inclinó ligeramente para ver mejor el caballo que montaba Boyd. Dijo que los papeles carecían de valor. Que en consideración a la juventud de los dos no iba a hacer cargos en su contra. Dijo que si deseaban llevar el asunto adelante podían ir a ver al señor López a Babícora. Luego volvió la cabeza y habló con el hombre que tenía a su derecha y este se guardó el sobre por dentro de la camisa y él y otro hombre avanzaron con sus respectivos rifles levantados en la mano izquierda. Boyd miró a Billy.
Suelta el caballo, dijo Billy.
Boyd siguió sujetando la cuerda.
Haz lo que te digo, insistió Billy.
Boyd se inclinó, aflojó el nudo de la cuerda bajo la quijada de Bailey y luego le pasó la cuerda por encima de la cabeza. El caballo giró, cruzó la zanja y salió al trote. Billy se apeó de Niño, le quitó el cabestro y golpeó con él la grupa del animal, que se volvió y partió en busca del otro caballo. Los jinetes que venían por detrás ya habían llegado y partieron tras los caballos sin que nadie se lo dijera. El jefe sonrió. Se tocó el sombrero y recogió las riendas y tiró bruscamente de ellas. Vámonos, dijo. Luego él y los cuatro jinetes armados enfilaron de nuevo la carretera en dirección a Boquilla, de donde habían venido. Allá en el llano los jóvenes vaqueros habían interceptado a los caballos sueltos y los conducían de vuelta a la carretera en dirección al oeste, como había sido su primera intención; pronto se perdieron de vista en la trémula luz del mediodía y no quedó más que el silencio. Billy se inclinó y escupió en la carretera.