Cuando el autobús rodeó la Coit Tower, se bajó y en el momento en el que sus pies pisaron la fría acera, se quitó los zapatos y los tiró al arbusto de hortensias que encontró más cerca.
– Por fin me los he quitado de encima -musitó mientras continuaba subiendo. A unos cincuenta metros, se quitó la peluca y se la colocó bajo el brazo.
¿Qué demonios le ocurría? Había tomado la decisión de ceder a la pasión y, aunque no pudiera evitar arrepentirse, seguramente era capaz de ver la noche que había pasado con Pete con cierta perspectiva.
– Ha sido algo puramente físico -musitó mientras se acercaba a su casa. Abrió el bolso y buscó las llaves. Y justo cuando acababa de encontrarlas, sonó una voz detrás de ella.
– Mírate. Tienes un aspecto terrible.
Con un grito asustado, Nora dio media vuelta y las llaves abandonaron sus dedos para terminar cayendo en un arbusto que había al final de los escalones de la entrada.
– ¡Stuart! Dios mío, me has dado un susto de muerte.
Su casero frunció el ceño mientras se acercaba. Iba vestido con una colorida bata y llevaba en la mano unas tijeras de podar.
Desde el momento en que ella se había trasladado al pequeño apartamento del tercer piso de la casa de Stuart, él se había convertido en su mejor amigo.
– ¿Qué haces levantado a estas horas? ¿Ahora te dedicas a la jardinería nocturna?
– La pregunta es -repuso Stuart, -¿qué has estado haciendo tú? Juraría que no ha tenido nada que ver con la jardinería. Aunque seguro que alguien te ha estado enseñando sus semillitas.
– No sé a qué te refieres -repuso Nora.
– Te has acostado con alguien.
Nora se llevo las manos a la cara y se volvió inmediatamente hacia él.
– ¿Cómo lo sabes? ¿Te ha bastado con mirarme? Oh, Dios mío, no sabía que fuera tan obvio.
– Cariño, resplandeces más que una farola – rió. -Podrían llevarte a Alcatraz y utilizarte como faro. O quizá podrían…
– Ya basta -gimió Nora, dejándose caer en el sofá que había en el porche. Stuart se sentó a su lado y le palmeó cariñosamente la rodilla. -Cuéntale todo al tío Stuart. Y no olvides ni un solo detalle.
Nora sonrió sin demasiado entusiasmo.
– Bueno… Ha sido maravilloso. Apasionado. De volverse loco. Y creo que he cometido el error de mi vida.
– Cariño, la pasión nunca es un error, ¿es que no lo sabes?
– Eso creía yo, pero me temo que esto sí lo ha sido -Nora se volvió hacia Stuart-: Me he acostado con… Pete Beckett.
Stuart abrió los ojos como platos.
– ¿Con ese periodista deportivo que es tan guapo? ¿El del trasero perfecto y los hombros anchos?
– Ese mismo. Pero él no sabía que yo era yo. Ha sido un encuentro de incógnito.
Stuart tomó la peluca, la acarició y se la puso. Suspiró dramáticamente y se cruzó de piernas.
– Cariño, bienvenida al mundo de la lujuria no correspondida. Yo seré tu guía. Si tienes alguna pregunta que hacerme, no seas tímida. Pregúntame.
Nora no pudo evitar echarse a reír.
– Quizá la cosa no haya sido tan terrible.
Stuart le pasó el brazo por los hombros cariñosamente.
– Claro que no. Y ahora quiero detalles.
– Mi problema es que mañana no puedo aparecer por la oficina y fingir que no ha pasado nada.
– Detalles -repitió Stuart.
– Lo peor no es que no podamos tener un futuro juntos, es que es imposible tener siquiera otra cita. ¡Pete Beckett no es para nada mi tipo!
– ¡Pero es el mío! Y ahora, quiero detalles.
Nora se volvió hacia Stuart.
– Creo que podré superarlo -dijo con actitud positiva. -Puede que sea difícil al principio, pero podré olvidar a Pete Beckett y todo lo que ha pasado entre nosotros -se levantó y se estiró la falda. -Gracias, Stuart. Hablar con alguien siempre ayuda -se acercó hasta las escaleras, se volvió y le lanzó un beso a Stuart.
– Eres una veleta -se quejó Stuart. -Una noche de pasión y te olvidas de tu amigo Stuart.
– No seas tonto -replicó Nora riendo. -Todavía eres el único hombre de mi vida.
– No me mientas, descocada. He estado leyendo Town and Country y me he enterado de que Celeste celebra una de sus fiestas dentro de un par de semanas. ¡Y ni siquiera te has tomado la molestia de mencionármelo!
Nora sonrió.
– Recibí mi invitación la semana pasada. Será una cena en la terraza de su casa. ¿Querrás ser mi acompañante?
– Por supuesto. Ya le he echado el ojo a un nuevo esmoquin, un Armani. Y, por supuesto, tendrás que decirle a Celeste que voy a ir. La última vez me pidió consejo sobre los arreglos de las mesas y le fui bastante útil. Además, tengo que comentarle que conozco a una nueva florista que hace unos centros exquisitos.
– Stuart, eres la hija que mi madre siempre ha deseado. Y si fueras cirujano plástico, te convertirías en su yerno ideal. Además, eres justo el tipo de hombre que estoy buscando. Refinado, comprensivo… Es una pena que no seas heterosexual, porque en ese caso me casaría inmediatamente contigo.
Comenzaba a subir las escaleras cuando oyó la risa de Stuart tras ella.
– Cariño, no sabes lo que quieres. Pero creo que estás a punto de averiguarlo.
Nora se detuvo en las escaleras y se volvió para mirar a Stuart. Pero lo único que vio fue la puerta de su casa cerrándose tras él. Frunció el ceño, preguntándose por el significado de sus palabras. Sí, quizá no supiera lo que quería, pero sabía perfectamente lo que no quería: no quería que su mente continuara invadida por aquella plaga de pensamientos sobre Pete Beckett. Y no quería que el corazón le latiera alocadamente cuando lo viera.
– Simplemente no quiero desearlo -gritó, subiendo los últimos escalones de dos en dos.
CAPÍTULO 04
Pete estaba a punto de perder las esperanzas cuando de pronto descubrió a Nora deslizándose por la oficina con unas gafas negras y una trenca de color beige. Si pensaba que de aquella forma iba a conseguir pasar desapercibida, estaba completamente equivocada. El atuendo habitual en la Zona Caliente eran unos vaqueros gastados, una vieja camiseta de fútbol y una gorra en la cabeza. Pero incluso en el caso de que hubiera aparecido informalmente vestida, no habría conseguido evitar que Pete se fijara en ella. Llevaba toda la mañana esperando su llegada y por su mente habían pasado todo tipo de pensamientos sobre ella.
La observó entrar precipitadamente en su despacho y cerrar la puerta tras ella con la boca convertida en una dura línea. El recuerdo de lo que habían compartido había estado presente en todos los sueños de Pete, que se había pasado la noche intentando reconciliar su impulsiva actuación con las sorprendentes reacciones de Nora.
Para entonces, había encontrado ya la respuesta a lo ocurrido.
Tocio había comenzado con la peligrosa costumbre de Nora de seducir a desconocidos. Evidentemente, Nora no podía ser tan ingenua como para ignorar los riesgos que con aquella actividad corría. Por Dios, ¡si ella misma escribía un consultorio sentimental! Pero quizá no tuviera tanta experiencia como él había supuesto. Los consejos de Nora rara vez tenían algo que ver con cuestiones de promiscuidad. Pete había notado que últimamente se ocupaba algo más del sexo, pero sospechaba que no era ella la que potenciaba aquella tendencia.
Debería advertirle cuidadosamente sobre su peligrosa conducta, evitando al tiempo su complicidad en el asunto y pasando por alto el hecho de que él había hecho exactamente aquello contra lo que le iba a advertir, ligar con una persona desconocida. Pero ella no era exactamente una desconocida para él. En cuanto él admitiera que conocía su identidad desde el principio, sus intenciones quedarían cuestionadas.
Pete se detuvo en la puerta del despacho con el ceño fruncido. Además, si sabía que era Nora la que se ocultaba tras aquel atrevido vestido, ¿cómo iba a explicar el que la hubiera seducido en el bar? ¿De verdad lo había hecho para protegerla?