– ¿Quién mejor que tú? Lo primero que tengo que hacer es ocuparme del problema de presentarnos… después de lo ocurrido. ¿Cómo lo haría un caballero?
– Después de… -Nora tragó saliva compulsivamente. -Bueno, no puedes volver a verla otra vez. No sería adecuado. Si una dama no quiere decirle su nombre a un caballero, entonces creo que su intención está bastante clara. No tiene ningún interés en volver a verte.
– Esa opción no me vale -replicó Pete. -Porque yo sí quiero volver a verla -se frotó la barbilla pensativo. -Pero tengo que estar preparado. No estamos hablando de una mujer cualquiera, sino de una mujer con clase, con sofisticación. No puedo cometer errores.
– ¿Se acostó contigo la primera noche y dices que es una mujer con clase?
El arrepentimiento subyacía bajo aquellas palabras y Pete comprendía lo mucho que le habría costado a Nora admitir lo que estaba admitiendo; la remilgada Prudence había arrojado a un lado todas sus inhibiciones al primer contacto de sus manos sobre su cuerpo.
– Solo necesito averiguar la forma de volver al principio -continuó diciendo Pete- para empezar de nuevo. Con esta mujer yo podría… Bueno, podría ser algo serio. Pero necesito encontrarla de nuevo. He cometido un error y quiero solucionarlo. ¿Vas a ayudarme o no?
Nora se levantó y se dirigió hacia la puerta.
– ¿Quieres que te dé un consejo? Pues bien, es este, Romeo: has utilizado la cama y ahora tendrás que ser tú el que lave las sábanas – abrió la puerta de par en par y lo invitó a salir con un gesto. -Tengo trabajo que hacer. Me gustaría que te fueras.
Pete se levantó, caminó lentamente hacia la puerta y se detuvo delante de ella, tan cerca como los buenos modales le permitían. Diablos, había hecho el amor con aquella mujer, era absurdo comenzar con formalidades.
– Si cambias de opinión, ya sabes dónde encontrarme -y sin más, salió y caminó hacia la Zona Caliente, decidido a no abandonar aquel juego. Quería que Nora regresara a sus brazos y a su cama. Y la única forma de hacerlo sería empezar a imponer sus propias reglas.
Unos segundos después, la puerta de Nora se cerró de un portazo, haciendo que la mayor parte de los redactores asomaran la cabeza por encima de sus cubículos y se miraran con curiosidad.
Pete sonrió y se encogió de hombros. -Creo que está empezando a gustarme.
Nora maldijo suavemente y comenzó a caminar por su despacho, retorciéndose los dedos hasta hacerse daño.
– Quiere verla otra vez. Oh, Dios mío, ¿qué voy a hacer? -gimió mientras apoyaba la cabeza contra la pared.
La mortificación se había apoderado de su cerebro y no conseguía pensar nada coherente. ¿Cómo iba a salir de aquel terrible lío? Si Pete volvía a verla, seguramente la reconocería y comprendería que había hecho el amor con Nora Pierce.
Los recuerdos de la noche anterior fluían sin tregua en su mente. Se había comportado como una mujer sin principios y Pete la había considerado como una mujer con clase. Pero incluso en medio de su vergüenza, no podía negar la pequeña emoción que sentía.
– Quiere verme otra vez -casi rió, llevándose la mano a la boca.
Desde que había pasado por delante del despacho de Pete, no había sido capaz de sacárselo de la cabeza, de recordar la sensación de sus manos y sus labios sobre su cuerpo o el exquisito orgasmo que había experimentando en lo más profundo de su ser. Nunca había sido una mujer especialmente apasionada, pero la noche anterior se había desprendido de todas sus inhibiciones como el que se deshace de un abrigo viejo.
– Esa no era yo -musitó, intentando desplazar la emoción con la lógica. ¡Tenía que dejar aquel desgraciado episodio en el pasado! ¿Pero cómo iba a hacerlo cuando Pete Beckett se presentaba en su despacho cuando le apetecía?
Era absurdo. ¿De verdad esperaría que lo ayudara a arrastrar a aquella mujer a su cama por segunda vez? Claro, quizá le apetecía disfrutar de otro par de noches de pasión, pero era imposible que un hombre como él cambiara de un día para otro. Para él lo único que realmente importaba era el sexo.
Nora apretó los puños, intentando dominar su frustración, y se quitó la trenca y las gafas. Se suponía que el juego tenía que haber terminado en el momento que había salido de su casa. ¡En ningún momento había imaginado que podría haber una segunda vuelta!
Al menos eso demostraba que estaba en lo cierto: Pete no sospechaba que era ella la mujer que se escondía bajo aquella peluca negra. Por lo que a él se refería, la mujer que lo había llevado más allá del éxtasis, era una mujer desconocida, una amante sin nombre.
Su mente regresó a las horas que habían pasado juntos y un lento escalofrío recorrió su espalda. Intentó mirar las cosas con objetividad. Se preguntaba si de verdad ella era tan excitante para que con una sola noche no fuera suficiente. O quizá había otras razones por las que parecía decidido a verla otra vez.
Mientras se frotaba la cabeza, acudió un inquietante pensamiento a su mente.
– Quizá sepa la verdad -musitó Nora, -y solo esté jugando conmigo -inmediatamente intentó descartar esa idea, pero por mucho que pretendiera ignorarla, era una posibilidad que se le planteaba constantemente y añadida al deseo y a la vergüenza se convertía en una sobrecarga para su ya saturada cabeza.
¿Cómo podría enderezar la situación? Ella estaba convencida de que pasar una sola noche con Pete sería algo sencillo: sexo y nada más; sin arrepentimientos y sin mirar atrás. Pero no habían pasado ni veinticuatro horas desde entonces y aquella noche se había convertido en una pesadilla.
– Es imposible que me encuentre -se dijo en voz alta. -Quemaré la peluca y el vestido y ya no habrá ninguna prueba -se volvió hacia el escritorio, tomó un montón de folios e intentó cuadrarlos. -No tengo nada de lo que preocuparme. Además, nadie sabe que estuve en el bar, salvo… -inmediatamente se quedó sin respiración. Voló hasta el teléfono y tuvo que marcar tres veces la extensión de Ellie antes de acertar con la secuencia numérica, pero no obtuvo respuesta. Ellie jamás lo contaría a nadie, ¿pero Sam? Si Sam sabía que había ido al Vic la noche anterior, Pete no tardaría en saberlo. Y si Pete se enteraba, su secreto dejaría de serlo inmediatamente.
Nora colgó el auricular, agarró su abrigo y corrió hacia la puerta. Pero cuando la abrió, descubrió que le estaba bloqueando el paso la última persona a la que esperaba ver en ese momento. Celeste Pierce permanecía frente a ella, con su perfectamente manicurada mano levantada para llamar a la puerta.
– ¡Mamá!
Celeste la besó a ambos lados de la cara, sin rozarle las mejillas siquiera, antes de pasar y sentarse en una de las sillas.
– Tu padre está muy enfadado -dijo mientras colocaba encima de la mesa un número reciente de El Herald.
Nora contempló la posibilidad de salir corriendo. El asunto de Ellie era mucho más importante que escuchar otro de los discursos de su madre.
– Mamá, esta mañana estoy muy ocupada. Te llamaré esta noche si…
– ¿Cómo se supone que vamos a manejar esto? Todos nuestros amigos saben que eres Prudence Trueheart. Todos leen tu columna y hasta ahora nos sentíamos orgullosos de ti. Pero últimamente estoy avergonzada. Es tan vulgar. Casi no me atrevo a dejarme ver por el Club.
– Mamá, ya sé que nos estamos alejando de las cuestiones de etiqueta, pero mi editor…
– Tu padre cree que deberías dejarlo. Sus abogados han examinado tu contrato y creen que puedes abandonar el trabajo. No deberías rebajarte a ese nivel, Nora. Sé lo mucho que valoras tu independencia, pero hasta que consigas otra cosa, puedes volver a casa.
Nora tomó a su madre de las manos y la instó a levantarse de la silla.
– Te agradezco mucho tu ofrecimiento, mamá. Y te prometo que pensaré en ello. Pero ahora mismo tengo que ponerme a trabajar- condujo a Celeste hasta la puerta y le dio un beso en la mejilla. -Gracias por haberte pasado por aquí. Siempre es un placer verte.