Una sonrisa traviesa transformó la severa expresión ele Ellie.
– Lo mantendré callado con una condición: me prestarás la peluca. A Sam siempre le ha encantado Xana, la Princesa Guerrera, y si aparezco yo en el dormitorio con esa peluca, te garantizo que nada ni nadie podrá arrancarle ese secreto.
Nora asintió.
– Puedes quedarte con esa maldita peluca. No quiero volver a verla en mi vida. Quiero que toda esta experiencia se quede para siempre en el pasado.
Ellie la miró fijamente durante unos segundos y le tomó la mano.
– No se puede olvidar tan rápidamente, Nora. Una pasión como esa no es algo de lo que se disfrute todos los días. Por lo que me has contado, vosotros dos conectasteis y eso es algo que no se olvida por el mero hecho de querer hacerlo.
Nora tomó la mano de su amiga y asintió. Sabía que tenía razón. Jamás había vivido una pasión tan intensa como la que había compartido con Pete Beckett; todavía sentía su recuerdo grabado en la piel. ¿Pero cuánto tardaría Pete en olvidarla y lanzarse a una nueva conquista?
Sintió una punzada de arrepentimiento, pero inmediatamente decidió ignorar aquel dolor. Ella no había sido la primera mujer en la vida de Pete Beckett y desde luego no sería la última. Y haría mejor en recordárselo.
Pete no la había visto marcharse. De alguna manera, Nora había conseguido salir de su despacho sin que la viera, sin darle otra oportunidad de enderezar la situación. Maldijo en silencio y tomó la pelota de golf. Aquello era absurdo. Pete Beckett detrás de una mujer como si fuera un enamorado estúpido.
– Vamos, Pete, no tenemos todo el día.
Pete alzó la mirada. Los chicos de la Zona Caliente habían comenzado otra competición. De golf en aquella ocasión. Pete miró fijamente la pelota de plástico y a continuación la papelera que servía como primer hoyo. Apartó la imagen de Nora de su mente y dio su primer golpe. La pelota se elevó en un arco perfecto e iba destinada a caer limpiamente en el hoyo hasta que un obstáculo llamado Nora se interpuso en su camino.
Todo el mundo gritó:
– ¡Fore! -pero, evidentemente, Nora no comprendía el significado de aquella palabra. La pequeña pelota de plástico golpeó directamente su frente. En aquella ocasión, no gritó, abrió la boca en una silenciosa queja mientras fulminaba a Pete con la mirada.
– Me gustaría hablar contigo -dijo entre dientes. -En mi despacho. Ahora mismo -giró sobre sus talones y se alejó de la Zona Caliente acompañada de un coro de disculpas.
Para cuando se sentó, Pete estaba ya en el marco de la puerta, con una divertida sonrisa en el rostro.
– ¿Quieres que traiga el burrito?
– Siéntate -le ordenó Nora, frotándose la frente.
– ¿No vas a pedírmelo por favor?
Nora lo miró con los ojos entrecerrados, mientras Pete se sentaba.
– He estado pensando en tu petición de ayuda -le dijo. -Y he decidido que quizá pueda ofrecerte mi consejo. No ocurre muy a menudo que un hombre como tú quiera cambiar. Y cuando eso ocurre, me siento obligada a aplaudir el esfuerzo. Se lo debo a las mujeres.
– Gracias…, creo.
– Así que contestaré a tus preguntas y te aconsejaré, esperando que sigas mis consejos. Si no lo haces, entonces, romperemos el trato.
Pete asintió, mostrando su acuerdo.
– Lo que usted diga, señora Trueheart.
Nora se aclaró la garganta y lo miró directamente a los ojos.
– Mi primer consejo es que olvides a esa mujer. Es evidente que ella no quiere que la encuentres. Y por lo que sabes, podría estar casada.
– No está casada. Me dijo que no lo estaba.
– Puede haberte mentido.
– ¿Mentirme? ¿Solo para acostarse conmigo? No sé si a las mujeres les gustaría mucho esa observación por parte de Prudence Trueheart, la guardiana ele la feminidad y el honor.
Nora lo miró frustrada.
– ¿Vas a escuchar mi consejo o te vas a dedicar a hacer comentarios sarcásticos? -Te escucho.
– Te sugiero que encuentres a otra mujer en la que puedas estar interesado y comiences desde el principio, sin llevar toda la carga del dormitorio. Te enseñaré a comportarte como un auténtico caballero, a cortejarla, y comprobarás que no es tan difícil ser un tipo amable.
– Pero yo no quiero a otra mujer. Quiero a esa.
– ¿Y cómo vas a encontrarla? ¡Ni siquiera sabes cómo se llama?
– Volveré al bar y preguntaré por si alguien la conoce. Y si eso no funciona, contrataré un detective. Aunque en realidad no creo que sea necesario. Estoy seguro de que antes o después ella vendrá a buscarme.
Nora arqueó una ceja y lo miró con expresión incrédula.
– Lo dudo.
Pete sonrió de oreja a oreja.
– No sabes lo que compartimos. Ninguna mujer olvida una noche como esa. De hecho, apuesto a que vendrá a buscarme antes de que yo haya hecho un solo movimiento por encontrarla a ella.
Nora alzó la mano.
– Deja por un momento de lado tu superinflado ego y déjame aclararte una cosa: solo haré esto con la condición de que no intentes ponerte en contacto con esa mujer hasta que yo te diga que estás preparado. Si realmente quieres ser un caballero, tenemos mucho trabajo por delante. Eso nos llevará bastante tiempo.
Se levantó del escritorio y comenzó a sacar de su armario una selección de libros que a continuación dejó en el regazo de Pete.
– Emily Post, Letitia Baldridge y Amy Vanderbilt son las reinas de la buena conducta. Quiero que te leas estos libros con mucho cuidado y el lunes tendremos una conversación sobre todo lo que has aprendido.
Pete hojeó el libro de Emily Post y sacudió la cabeza.
– En realidad yo soy un hombre que prefiere las cosas prácticas.
– Sí, ya me lo has dicho.
– ¿Y no puedes enseñarme tú todo lo que tengo que saber?
– ¿Quieres recibir clases particulares? -pareció considerar su respuesta y al final suspiró resignada. -Supongo que podría…
– ¿Qué te parece esta noche después del trabajo?
– No puedo, esta noche tengo que escribir mi columna.
– ¿Entonces mañana?
– De acuerdo. Nos veremos a las doce en mi despacho. Y recuerda que un caballero siempre tiene que ser puntual.
Pete la miró a los ojos, pero no dijo nada. Una extraña mirada ocupaba el rostro de Nora, pero Pete no era capaz de descifrar el significado de aquella expresión. ¿Por qué no podría olvidarla, como al resto de las mujeres con las que había salido? ¿Por qué no podría dejarla de lado y continuar viviendo su vida?
Al final, le tendió la mano.
– ¿Entonces trato hecho?
Nora vaciló antes ele tomar su mano. En vez de estrechársela, como esperaba que Pete hiciera, este se la llevó a los labios y le dio un beso en la muñeca. Pete dejó que descansaran allí sus labios hasta que Nora apartó la mano.
– ¿Tú… tú crees que la razón por la que deseas tanto a esa mujer es que ella no te desee? -preguntó Nora.
A pesar de la suavidad con la que fueron pronunciadas aquellas palabras, a Pete le dolieron de tal manera que no fue capaz de responder de forma inteligente. Se negaba a creer que a Nora él no le importara. Había algo entre ellos, no podía haberse equivocado.
– Mañana al mediodía -fue toda su respuesta, giró sobre sus talones y salió.
Nada más cerrar la puerta tras él, vio a Sam Kiley en la puerta de su despacho.
– ¿Quieres decirme qué diablos está pasando entre vosotros? -lo interpeló Sam en cuanto pasó por delante de él.
– Nada -musitó Pete mientras dejaba los libros que Nora le había prestado encima de su escritorio.
Sam cerró la puerta del despacho, añadiendo así una nota de gravedad a su conversación. Pete y Sam eran amigos desde hacía mucho tiempo, pero el primero no estaba muy seguro de querer oír lo que su compañero le iba a decir.
– Ellie acaba de llamarme y me ha pedido que no te dijera que Nora y ella estuvieron en el Vic ayer por la noche.